domingo, 31 de marzo de 2013

EL FUEGO DE SAN TELMO

Alberto Casas

            El Fuego de San Telmo es un fenómeno eléctrico nocturno de gran espectacularidad y belleza, que se manifiesta, especialmente, en los topes de los mástiles y de los penoles de las vergas, coronándolos con una especie de llama luminosa de color azulado. En realidad, su aparición se debe a que en situaciones de temporal, acompañado de fuertes vientos y chubascos, la electricidad del medio ambiente y sobre todo la almacenada en las nubes, originan, por inducción, una carga eléctrica en los buques, que no se distribuye uniformemente, sino que se acumula en las puntas donde el campo gana su mayor densidad para, finalmente, descargarse en forma de efluvio.
  

Para griegos y romanos, estas lucecitas eran la forma bajo las que se presentaban Castor y Pollux (Dioscuros), dioses tutelares de los marinos y del comercio marítimo, como ya se había demostrado salvando a la nave Argos, cuando iba en busca del vellocino de oro, de la furia de la tempestad a la que ahuyentaron haciendo surgir de las cabezas de sus tripulantes un fuego azul. Esta es la razón por la que Plinio, en su Historia Natural, lo llama Stella Castoris, mientras que para Séneca son estrellas bajadas del cielo que engalanan la arboladura y las velas para anunciar la venturosa presencia de los dos hijos de Júpiter; es por ello que los lacedemonios no dudaron de la victoria sobre los atenienses cuando la flota de Lisandro, al abandonar el puerto de Lámpsaco, se iluminó con el Fuego de San Telmo.
   Sin embargo, el vaticinio, favorable o no, dependía de los lugares donde se producían las luminarias, como lo explica Escalante de Mendoza en el Itinerario de Navegación de los mares y tierras occidentales, escrito en 1515:

si lo ven por los altos, es señal de salvación de su nao y compañía, y si lo ven por los bajos, de perdición de todos ellos.
           
   El nombre cristiano de San Telmo se generaliza en la Baja Edad Media, aunque sus orígenes permanecen oscuros e imprecisos, discutiéndose si procede de San Elmo, obispo de Gaeta, que sufrió martirio a principios del siglo IV, tesis que defienden los italianos, o si han de atribuirse, y es la opinión de la mayoría, al confesor de Fernando III el Santo, el fraile dominico Pedro González, Petrus Gundisalvi, de Frómista (1190?-1246?), popularmente conocido como San Pedro Telmo y como Cuerpo Santo, convertido en protector de los navegantes que lo invocaban en una oración que se hizo popular en los pueblos marineros:

  Señor San Pedro González
De navegante piloto;
Líbranos de terremoto,
Y defiéndonos de males      

. El extraordinario fervor que alcanzó su advocación lo recoge, en 1735, Bernardo Gómez Brito en su Historia trágico marítima:

Todos los hombres de la mar le tienen gran devoción y veneración y le tienen por su abogado en las tormentas del mar, que creen con todo su corazón que aquellas exhalaciones que en los tiempos fortuitos y tormentosos aparecen sobre los mástiles con el Santo que viene a visitarlos y consolarlos, y en cuanto llegan a ver aquella exhalación acuden todos al combés para saludarlo con grandes gritos y alaridos, diciendo, Salve, Salve, Cuerpo Santo.

   En la misma obra se narra el episodio de la nao Santa María de la Barca, la cual no pudo unirse a la expedición que, en 1557, había organizado Juan III de Portugal a la India; las averías se sucedían una tras otra y cuando desesperaba su capitán, don Luís Fernándes de Vasconcelos de emprender la navegación, tuvo noticias del rumor que corría entre los pescadores achacando tanto infortunio a la orden dada por el arzobispo de Lisboa de suspender las fiestas y ceremonias que anualmente se celebraban en honor de San Telmo, protesta que decidió al arzobispo, don Fernando de Meneses, a levantar la prohibición y, efectivamente, cesaron los contratiempos y la nao pudo zarpar sin novedad.
            Hernando Colón, en su Historia del Almirante, cuenta la experiencia que le tocó vivir a su padre en el transcurso del Segundo Viaje, el 27 de octubre de 1493:

El mismo sábado de noche, se vio el Fuego de San Telmo, con siete cirios encendidos encima de la gavia, con mucha lluvia y espantosos truenos. Quiere decir que se veían las luces que los marineros afirman ser el Cuerpo Santo de San Telmo, y le cantan muchas letanías y oraciones, teniendo por cierto que en las tormentas donde se aparece nadie puede peligrar. Pero sea lo que sea, yo me remito a ellos; porque si damos fe a Plinio, cuando aparecían semejantes luces a los marineros romanos en las tempestades del mar, decían que eran Castor y Polux; de los que hace mención también Séneca, al comienzo del libro primero de su “Naturales”.

   Pigafetta, el cronista de la primera vuelta al mundo, fue testigo de este fenómeno:

Durante las horas de borrasca, vimos a menudo el Cuerpo Santo, es decir, San Telmo. En una noche muy oscura, se nos apareció como una bella antorcha en la punta del palo mayor, donde se detuvo durante dos horas, lo que nos servía de gran consuelo en medio de la tempestad. En el momento en que desapareció, despidió una tan grande claridad que quedamos deslumbrados, por decirlo así. Nos creíamos perdidos, pero el viento cesó en ese mismo momento.

   El jesuita George Fourier (1595-1652), en su Hydrographie, dice que las tripulaciones de las naves en las que aparece el Cuerpo Santo, deben recitar la siguiente oración:

Bendito seas San Telmo
cuando en lo alto te vemos,
ampáranos de la tormenta,
protégenos de los vientos

. De todas formas, el citado Escalante de Mendoza aconseja que, en estos casos, antes está  la obligación que la devoción.
           
   Aún quedan algunas ermitas y cofradías puestas bajo el patronazgo del centelleante San Telmo, pero, desgraciadamente, es una bonita tradición marinera que, como tantas otras, se va perdiendo, aunque las romerías dedicadas al santo aún proliferan.



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