viernes, 29 de marzo de 2013

TRAFALGAR Y LAS PLAYAS DE DOÑANA

Alberto Casas

            El día 21 de octubre de 1805 se libró la batalla de Trafalgar, el último gran combate entre “navíos de línea”, que supuso la casi total desaparición de España como potencia naval. Fue un enfrentamiento sangriento cuya peor parte se la llevó la escuadra franco española en hombres y barcos, frente a las escasas pérdidas sufridas por los ingleses, aunque hubieron de lamentar la muerte de su héroe nacional, el almirante Nelson, que sembró el desconcierto y desorden en la Escuadra Combinada conduciendo su navío, el Victory, contra la joya de la marina española, el Santísima Trinidad, de tres puentes y 140 cañones. Era el barco más grande del mundo, pero también el más caro, pues hubo de sufrir una serie de costosas transformaciones a fin de corregir y mejorar sus inseguras condiciones de navegabilidad, maniobrabilidad y estabilidad, defectos que no pudieron ser totalmente remediados, por lo que su eficacia guerrera no estaba en consonancia con su imponente porte que, falsamente, simbolizaba la grandeza marítima de España.

   Las causas de la derrota son muchas y complejas: la ineptitud del almirante Villeneuve que formó la escuadra con grandes espacios descubiertos por los que los navíos ingleses penetraban barloventeando a placer y maniobrando con unas tripulaciones perfectamente adiestradas y disciplinadas, tanto en marinería como en artillería, en la que la eficacia destructora de las carronadas era muy superior a la de los cañones convencionales de la Escuadra Combinada, sin olvidar la vergonzosa huida de los navíos franceses Formidable, Montblanc, Duguayn-Trouin y Scipión que fueron capturados por lo ingleses frente al cabo Ortegal.
   Por la tarde del día 21 la batalla  ya estaba decidida, y entre los pocos barcos que pudieron regresar a Cádiz se encontraba el Rayo de tres puentes y 100 cañones, con graves averías en la arboladura pero que de los 830 hombres que componían la dotación sólo había tenido 4 muertos y 14 heridos. Efectuadas con prisas las reparaciones más urgentes, volvió a hacerse a la mar el día 23, a pesar del fortísimo temporal del suroeste que se había levantado, con el fin de recuperar navíos desarbolados o apresados y náufragos, pero tuvo la desgracia de que el temporal acabara derribando el palo mayor y el mesana dejándolo sin gobierno y a merced del viento y oleaje que lo arrojaron a la playa de Arenas Gordas, entre Torre Zalabar y Torre Carboneras. No muy lejos, a la altura de Torre del Asperillo y Torre de la Higuera se hundió el “74 cañones” Monarca, en el que murieron 100 hombres y resultaron heridos 150 durante el combate, y muy cerca de ellos, y por las mismas causas, varó el “80 cañones” francés Berwick.

            El sentimiento de desastre era general, como así lo demuestran las cartas de despedida de los oficiales a sus familiares y el hecho de que fueron miles los testamentos que se hicieron antes de zarpar la flota de la bahía gaditana. Pero este sentimiento era compartido también por la población civil y, especialmente, por los poblados y ranchos de pescadores y almadraberos de las playas de Sanlúcar, de las Arenas Gordas y Castilla. Estaban preparados para el salvamento de náufragos en los casos de vendavales, a la vez que sacaban de los buques todo lo aprovechable, como jarcias, cabuyeria, anclas, ropas, instrumentos náuticos, objetos de valor, cañones, etc., parte de los cuales constituían el premio a su abnegada y peligrosa labor de salvamento. En esta tarea, heroica y humanitaria, tras la tragedia de Trafalgar, se distinguieron los pescadores de la costa de Doñana que, precisamente, junto con la franja de litoral comprendida entre la desembocadura del Guadalquivir y la del Guadiana fue declarada Provincia de Sanlúcar de Barrameda por R.O. de 12 de diciembre de 1804, división que nunca fue efectiva ni política ni administrativamente, quedando el proyecto en una mera anécdota histórica.
   Estos pescadores, organizados en cuadrillas de unos 20 hombres, con evidente  riesgo de sus vidas y del inminente peligro de zozobra de  sus embarcaciones por la fuerza de la tempestad, se lanzaron a la mar decididos a liberar a los supervivientes, muchos de ellos heridos, de los tres barcos naufragados, salvando a más de 600 tripulantes, 60 de los cuales, procedentes del Monarca, hubieron de ser conducidos a Huelva al rolar el viento al poniente y no poder llevarlos a Bonanza. A punto estuvieron de rescatar el “74 cañones” Bahama al mando de Alcalá Galiano, muerto en la batalla, pero se adelantaron los ingleses que lograron apresarlo y remolcarlo hasta Gibraltar.

   Collingwood sitúa la escuadra bloqueando el puerto de   pero entre él y el Gobernador de la ciudad, Francisco Solano y Ortiz  de  Rozas, Marqués del Socorro y de la Solana, se abre una vía epistolar que define la caballerosidad y excelsas cualidades morales de ambos, que llegan rápida y sin trabas a concertar un canje de prisioneros con especial interés a los heridos para que sean atendidos en los hospitales de tierra.
   El Gobernador, en su respuesta le manifiesta que Es para mí una prueba más que a V.E. le distinguen tanto sus sentimientos de humanidad, como su valor en el combate.
   Seguidamente le hace saber el sumo sentimiento que le embarga por la muerte de Lord Nelson y el ofrecimiento de los hospitales de tierra a los heridos ingleses para proporcionarles todos los medios para que se curen aquí
   Entre los privilegiados por este pacto humanitario había bastantes ingleses que fueron atendidos con el mismo esmero que si de españoles se trataran, tanto en hospitales como en las casas particulares que los acogieron, como así lo reconoció en sus Memorias el almirante Collingwood, que además de agradecer el barril de vino que le envió el Gobernador, dice:

El Marques me ha ofrecido los hospitales para mis heridos, poniendo estos bajo la salvaguardia y al honor español. Nuestros oficiales y marineros que han naufragado con las presas, han sido tratados con la mayor bondad; la población entera acudía a recogerlos; los sacerdotes y las mujeres les daban vino, pan y cuantas frutas tenían; los soldados dejaban sus camas para dárselas a ellos…..

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