EL MAR Y LA MUJER EN EL REFRANERO ESPAÑOL
Alberto Casas.
La riquísima paremiología hispana constituye un sólido enlace entre lo que su apercibimiento sugiere, respecto a los aspectos reales por los que transcurren nuestras vidas, estableciendo la reflexión sobre el verdadero significado de determinadas conductas disfrazadas de una apariencia que puede confundirnos, armándose, a tal efecto, un caudal de juicios y sentencias resolutorias dictadas por la experiencia popular, en calidad y calidad tal, que de “refranes, dichos y cantares, tiene el pueblo mil millares”. Sin embargo, la fiabilidad de sus mensajes suele ser siempre parcial y temporal, pues si algunos, o muchos, han podido ser oportunos y certeros en tiempos pasados, en la actualidad resultan discutibles e incluso falsos. Otro de los grandes defectos de que adolece el refranero es que, referido a un mismo supuesto, más de una vez comporta recomendaciones diferentes y contradictorias, aunque se ha de reconocer su relativa validez cuando traslada de lo general a lo particular situaciones concretas, singulares e individuales.
Superados tiempo y espacio, nos parece que en el refranero español persiste una exagerada tendencia a especular sobre las virtudes y los defectos de las mujeres, de sus verdaderas intenciones, de sus pretensiones y auténtica personalidad, mientras que a los hombres, por el contrario, poco interés se le dedica. El porqué de este contraste quizás haya que buscarlo en el irreprimible frenesí de la ardiente Eva que, instigada por la bicha, le ofreció la manzana al incauto de Adán sirviéndosela en bandeja, invitación a la que el ingenuo ni supo ni pudo negarse, ya que como es bien sabido “pueden más dos tetas que dos carretas”, dicho que en la versión marinera se transforma en “puede más pelo de mujer que calabrote de navío”.
El sambenito que desde entonces se le ha colgado a Eva, lo han heredado sus hijas, nietas, biznietas, cuñadas, nueras y las hijas, nietas y biznietas de éstas, sobre las que la gente de la mar previenen sobre el riesgo de caer en las redes de sus encantos carnales, desatendiendo las maniobras marineras con el consiguiente peligro que ello supone para seguir la derrota que la navegación requiere. Además, existe la leyenda, que aún muchos creen a pies juntillas, de que durante el periodo de menstruación se producen grandes desvíos en la aguja náutica, o brújula, equivocando el rumbo pudiendo el buque perderse en la mar, embarrancar, o estrellarse contra las rocas; todo esto, unido a la mala fama, la ignorancia, la superstición y alguna que otra desgraciada experiencia casual y conocida, ha hecho que se las compare con la inseguridad en la mar, aun estando en calma, y así lo expresa Francisco de Solís en su obra Barcos de España: “La mar es traidora, pérfida y tornadiza como una mujer”, al menos en el decir de los marinos que al nombrarla la dotan de feminidad, de donde nace la sentencia “de la mar la sal y de la mujer el mal”, que probablemente sea la madre del extenso repertorio marinero, tan severo como tendencioso y que hoy calificaríamos, y lo calificamos, de “machista”. Veamos algunos ejemplos.
“El mar y la mujer de lejos se han de ver”, que se corresponde con “el navío y la mujer, malos son de conocer”.
“Mujer, viento y fortuna, pronto se mudan”, algo parecido al que denuncia que “a la mujer y al viento con mucho tiento”.
“Sin mar, mujeres y vientos, no habría tormentos”. Al respecto, los poetas se manifiestan de esta manera:
“Que a la mujer, como al viento,
para ganar barlovento;
o maniobras con tiento,
o terminas a sotavento”.
En cuanto a la pesca, tenemos, entre otros muchos: “agua coge con red, quien confía en palabras de mujer”, que viene a ser lo mismo que canta el braguetero duque de Mantua en el Rigoletto de Verdi: “La donna e mobile – qual piuma al vento”.
Por si no fueran suficientes los mencionados, tenemos un amplio elenco que auguran el triste derrotero que bojeará el que se casa, endilgándole estas perlas:
“¿En matrimonio entraste?, en gran mar te aventuraste”.
“Mar y casamiento, ándate con tiento”.
“El hombre cuando se embarca debe rezar una vez; cuando va a la guerra, dos, y cuando se casa, tres”
“Te casaste, te entenaste”, es decir, se ha condenado. Es lo mismo, pero mas basto: “te casaste, la cagaste”.
“Al marido, mar y barca, y para la mujer buen arca”.
Francamente malévolo es el de “el viejo que tiene mujer moza, ojo al timón y mano a la escota”, porque si no puede ocurrir que “viejo que con moza se casa, de c0rnudo no escapa”; aunque algo excesivo es lo de “naufrago que vuelve a embarcarse y viudo que reincide, escarmiento piden”.
El que no está mal es el de “mujer y embarcación, siempre en reparación”. Lo curioso es que este refrán, ya existía mucho antes de que se inventara la silicona.
Por nuestra parte, pues sirve tanto para el hombre como para la mujer, con sólo invertir los términos, es aquel que dice que “mujer sin varón y navío sin timón, nada son”. Así que lo mejor es que “casa palo aguante su vela”, y “pelillos a la mar”.
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