martes, 5 de febrero de 2013

LA BATALLADE SALTÉS

LA BATALLA  DE   SALTÉS

A. Casas

            El linaje de los Tovar, o Tobar, ya aparece en los primeros tiempos de la Reconquista emparentados con el Juez de Castilla Laín Calvo y con Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, aunque el gentilicio es adoptado en 1218 al donar Fernando III el Santo la villa de Tovar (Burgos) a Sancho Fernández quien, a partir de entonces, cambia su nombre por el de Sancho Tovar, cuya hija Juana se casó con un nieto del primer Almirante de Castilla, Ramón Bonifaz. Uno de sus descendientes, Fernán Sánchez de Tovar, luchó al lado de Pedro I el Cruel o el Justiciero, como también es llamado, en la guerra civil que el rey mantenía contra su hermano bastardo Enrique de Trastamara, pasándose al bando de éste último durante el sitio de Calatayud, hecho que vengó el monarca degollando a Juan Sánchez de Tovar, hermano del desertor; la participación de Sánchez del Tovar en el conflicto fue decisiva, especialmente en la batalla de Nájera (1367) salvando la vida del pretendiente que estaba a punto de ser capturado por el duque de Lancaster, llamado el Príncipe Negro por el color de su brillante armadura. Tras el suceso de Montiel (1369) en el que resultó muerto Pedro I, su hermanastro subió al trono con el nombre de Enrique II, premiando a Fernán Sanchez de Tovar con el título de “Guarda Mayor” y concediéndole el señorío de Gelves (Sevilla).
            Fernán Sánchez de Tovar, siguiendo la tradición marinera de los Bonifaz, inició su carrera marítima con el almirante Micer Ambrosio Bocanegra acompañándolo en la derrota de la escuadra portuguesa en la desembocadura del Guadalquivir en 1370,  “fecho de mar” tras el que se firmó la paz entre ambos países en dos pueblos situados uno frente a otro, Alcoutim y Sanlúcar de Guadiana, que algunos cronistas llaman “Sanlúcar de Alcoutim”, por lo que el tratado es conocido como “Paz de Alcoutim”, en el que participó Sánchez de Tovar. En 1372 derrota a la flota inglesa de 41 navíos en La Rochela (Francia), apresando a su almirante, el conde Pembroke, y seguidamente ataca Lisboa devastando sus arrabales, y a la muerte de Bocanegra (1374) en Palma del Río,   el rey nombra a Sánchez de Tovar Almirante Mayor de Castilla.
            Ante las pretensiones del rey de Portugal y del duque de Lancaster de aspirar al trono de Castilla, Enrique II se alió con Francia entrando de este modo en la conocida como “Guerra de los 100 años”, siendo uno de sus objetivos proteger las naves castellanas del ataque de los corsarios ingleses y del bloqueo del rebelde flamenco Felipe van Artevelde, que se había apoderado del puerto de Bujas, uno de los destinos más importantes de las exportaciones, principalmente, de lana, vino, hierro, cera y miel, y en cuyo puerto gozaban de privilegios mercantiles y exenciones fiscales, como prioridades en las operaciones de carga y descarga, derechos de fondeo, transacciones bancarias, etc. Al objeto impedir el movimiento de las galeras inglesas en el Canal de la Mancha, Sánchez de Tovar unió su escuadra a la del Almirante francés Jean de Vienne y, conjuntamente, ambas flotas recorrieron la costa sur de Inglaterra arrasando la isla de Wigth y los puertos de Rotingden, Lewes, Folkestone, Portsmouth, Darmouth, Plymouth, Hastings y Poole.
            Reinando ya Juan I, el hijo de Enrique II, y abiertas, una vez más, las hostilidades con Inglaterra  y Portugal, en 1380 Sánchez de Tovar arrumbó la escuadra nuevamente al sur de Inglaterra remontando el Támesis, y, a la vista de Londres, incendió las ciudades de Gravesend y  Winchelsea. Pero la victoria que más resonancia y más satisfacción produjo al rey fue la llamada “batalla de la isla de Saltés”, en la ría de Huelva, contra la poderosa escuadra portuguesa de 21 galeras, 4 naos y 1 galeota al mando del hermano de la reina de Portugal, Juan Alfonso Tello, conde de Barcelos, que zarpando de Lisboa el 12 de Junio de 1381, ponen proa a Sevilla con el propósito de neutralizar la armada castellana que sólo contaba con 16 galeras al mando de Sánchez de Tovar, quien, consciente de su inferioridad preparó una estrategia consistente en salir a la búsqueda de los portugueses y atraerlos hacia la peligrosa Barra de Saltés, en la confluencia de los ríos Tinto y Odiel, disponiendo que para tal propósito unas barcas de pesca de Palos y de Moguer les orientaran, pues él mismo desconocía el derrotero a seguir para adentrarse en la ría de Huelva. Tovar zarpó de Sevilla, y ya en la mar navegó hacia el oeste al encuentro de las naves  lusas a las que avistó a la altura de  Ayamonte. El almirante castellano, siguiendo la táctica planeada, viró en redondo haciendo creer a sus enemigos que emprendía la huida, los cuales, cayendo en la trampa, forzaron la bogada hasta la extenuación tratando de alcanzar la que consideraban una presa fácil antes de que pudieran refugiarse otra vez en Sevilla, viéndose sorprendidos cuando, repentinamente, Tovar varió el rumbo al sur siguiendo a las barcas de pesca que le esperaban. Esta maniobra inesperada rompió la formación portuguesa, pues mientras una parte, tras un agotador esfuerzo, trataba de bloquear la entrada al Guadalquivir, otra continuó la persecución quedando varias galeras inutilizadas al quedar varadas en los bancos de arena, mientras que las más adelantadas quedaron imposibilitadas de maniobrar en la zona más estrecha de la canal de la barra de Saltés, de aguas poco profundas, de remolinos y bajos, situación prevista por los castellanos que aprovecharon para, con cierta facilidad, deshacer la flota portuguesa y desarbolar, uno a uno, los que se hallaban aislados y desconcertados que apresaron y condujeron a Sevilla donde fueron recibidos clamorosamente. Hubo unas 300 bajas entre los castellanos y más de 3000 entre los portugueses.
A la muerte del rey de Portugal, Juan I de Castilla reclamó sus derechos al trono procediendo a la invasión del país llegando hasta Lisboa sitiándola, pero teniendo que retirarse a causa de la epidemia de peste que se abatió sobre la ciudad diezmando gran parte de la tropa y de sus jefes, como Sánchez de Tovar, que fue trasladado a su nave, la San Juan de las Arenas, donde falleció en 1384. Está enterrado en la Catedral de Sevilla y en su sepulcro se lee el siguiente epitafio: “Aquí yace el bueno e honrado cavallero D. Fernan Sanchez de Tobar, Almirante de Castilla que Dios perdone, e finó sobre Lisboa en el año de MCCCLXXXIV, e mandole fazer esta sepultura Juan de Tobar, su viznieto en el año de MCCCCXXXVI”.
En aquella época, la entrada, generalmente, se hacía por la “Cascajera”, por el que después se llamó Canal de los “Ladrillos”, ya más angosto y con menos calado.

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