jueves, 30 de mayo de 2013




ELEFANTES EN LA SIERRA

Los motivos que impulsaron a la República romana la invasión de Hispania desembarcando sus legiones en Ampurias el año 218 a. C, eran en principio meramente estratégicos, con el fin de obstaculizar el abastecimiento de las tropas de Anibal en Italia (2ª guerra púnica), bagaje, armas, soldados, entre los que se encontraban honderos baleáricos, los honderos más diestros (Tito Livio).
Tras la derrota de los cartagineses en Hispania y la huída de sus generales a África, los romanos continuaron su expansión y conquista por la peninsula Ibérica, pero encontrándose con la tenaz resistencia de los indomables iberos (Virgilio): arévacos, vacceos, lusitanos, ilegertes, vetones, carpetanos, turdetanos, cántabros, astures, y en general por donde pasaban. Se trataba de una oposición tan desigual como encarnizada y en muchos casos heróica, como el de Numancia (Soria), en cuyo sometimiento y rendición fracasaron durante 20 años, de 153 a 133 a. C., las legiones romanas, mejor armadas, organizadas, numerosas y mandadas por los más prestigiosos pretores y cónsules curtidos en mil batallas. Aquella insólita colmó de oprobio y vergüenza a Roma que decidió mandar al más ilustre de sus soldados, Publio Cornelio Escipión el Africano, que sitíó la ciudad aislándola y cortando todo suministro que le pudiera llegar desde el exterior, lo que propició que al cabo de quince meses pudiera asaltarla y rendirla por la hambruna que padecían sus defensores.

Pero ni la expulsión de los cartagineses, ni el fin de la 2ª guerra púnica, supuso la pacificación de Hispania, sino que por el contrario, los conflictos bélicos continuaron, destacando la resistencia del ilegerte Indivil y del ausetano Mandonio que unieron sus fuerzas, inutilmente, contra Escipión. Para Roma era fundamental, ya prevalecen los intereses económicos, el dominio sobre las tierras de la Baeturia, entre el río Betis (Guadalquivir) y el Anas (Guadiana), ricas en agricultura y arbolado, así como la minería en la franja metalifera serrana conocida como Baeturia Céltica, además de constituir un estratégico nudo de comunicaciones que facilitaba el transporte de mercancías, productos y personas desde las pesquerías y factorías salazoneras (cetarias) de la costa, principalmente del tartesico puerto de la Onoba fenicia, que los romanos convirtieron en Onuba Aestuaria, hasta Itálica, formando una tupida y enmarañada red de calzadas que coincidían, generalmente, en los enclaves (parada y fonda) de Ilipla (Niebla) y de Itucci (Tejada la Nueva), donde nació Pompeya Plotina, emperatriz de Roma por su casamiento con el emperador Trajano, natural de Itálica; de estas vías partían ramales en todas direcciones, bien contorneando las riberas de los ríos Anas (Via ostis fluninis Anae Emeritum), Urium (Odiel) y Luxia (Tinto), conectando con poblaciones como, Arucci (Aroche), Turobriga (Campos de San Mamés), Fodina Aerariae (zona de las minas de Río Tinto), Segada (Cala), Laepia (Lepe), Olontigi (tal vez Gibraleón), Corticatta (¿Cortegana?), Praesidium (¿Sanlúcar de Guadiana?), Ad Rubras (¿Tharsis, o Cabezas Rubias según Rodrigo Caro?), Lacimurga (Encinasola), Ostur (Villalba del Acor), Nertobriga (Fregenal de la Sierra), Emérita Augusta (Mérida), etc, toponimos todos objetos de debates.
Pero la conquista de la Bética, de la Baeturia Céltica, de la Baeturia Túrdula y la región de la Lusitania, fronteriza con los turdetanos, resultó además de larga y desastrosa, como ya con anterioridad lo había sido con los cartagineses ante el frente que les opusieron los caudillos Indortes e Istolacio, obligando a Anibal a emprender una política de pacificación, de la que él mismo dio ejemplo casándose con la princesa ibera Himilce, hija del rey Mucro de Cástulo (Jaén). Los romanos no acababa de domeñar a los lusitanos que hasta entonces los desconcertaban con la táctica de guerrillas que los historiadores de la época justifican por la incapacidad e ineficacia de los indigenas en campo abierto. Las numerosas pérdidas sufridas por los invasores les llevan a planear una trama perversa, urdida por el pretor Servio Sulpicio Galba, que ofrece la paz a los lusitanos, que la aceptan, y desarmados se presentan en el campamento romano, ocasión esperada por Galba para ordenar a sus soldados que los masacren sin piedad. Se barajan cifras de unos 9.000 lusitanos muertos y alrededor de 20.000 vendidos como esclavos. Pocos escaparon de la matanza y la tradición dice que entre los supervivientes se encontraba un muchacho de unos 20 años, llamado Viriato que, proclamado jefe, juró expulsar a los romanos de sus tierras y vengar la criminal traición sufrida, de la que el propio Senado romano se avergonzaba.
El nuevo lider trajo en jaque a las legiones romanas desde el Duero hasta el Guadiana, contando casi siempre con la ayuda y colaboración de las demás tribus, aunque algunas de ellas cambiaban de bando repetidamente, como hizo la ciudad de Ituci, Tuci o Iptuici (Escacena), vaivenes políticos que, según Diodoro de Sicilia (Bibliotheca Histórica), Viriato censuró advirtiéndoles que a la larga les acarrearía graves e irreparables perjuicios a sus intereses, a su independencia y a su libertad, contándoles, para dar fuerza a sus argumentos, la siguiente fábula:

Un hombre de mediana edad estaba casado con dos mujeres, una muy joven y otra de sus años. La joven, pretendiendo que su marido pareciera un muchacho, le arrancaba las canas de su cabello, mientras que la mujer mayor le quitaba los cabellos negros para que aprentara más edad, y así, al cabo del tiempo se quedó completamente calvo. Esto, concluyó, es lo que le pasará a los habitantes de Itucci, pues una vez, al lado de los romanos lucharán contra los lusitanos, y otra vez serán los lusitanos los que matarán a ellos, y de esta forma y en poco tiempo, ahora con unos, ahora con otros, Tucci quedaría despoblada.

En una de estas alternativas, Máximo Serviliano, entendiendo que sólo podría vencerlo con un gran ejército y con armas nuevas que sorprendieran e incluso atemorizaran a los lusitanos, se presentó en el campo de Itucci con 18.000 infantes y 1.600 jinetes a los que se unían 10 elefantes y 300 jinetes de la temida caballería númida, enviada por el rey de Numidia Micipsa y mandada por su sobrino Yugurta. La batalla fue durisima y las crónicas hablan de un cambio radical a consecuencia de la herida que sufrió un elefante por un flechazo, según unos, y de una pedrada según otros; el caso es que el enorme animal malherido y enfurecido se lanzó, por suerte para los lusitanos, contra los romanos espantándolos y dispersándolos, dando opción a Viriato a ordenar la retirada ordenada de sus huestes cuando ya había dejado en el campo de batalla alrededor de 2.000 muertos, mientras que Serviliano contó mas de 4.000 y la perdida de 3 elefantes.
Ante tanto desastre, Roma optó por firmar la paz reconociendo al caudillo como Dux Lusitanorum, pero con la seguridad de que nunca sería un aliado sumiso y presto a rebelarse ante cualquiera situación que considerara de agravio a su pueblo; así lo estimó el cónsul Servilio Cepión que sobornó a tres capitanes de Viriato, los ursonenses Audax, Ditalcón y Minuro que lo asesinaron mientras dormía, acuñando en la Historia la célebre frase de Roma no paga a traidores, cuando los asesinos fueron a reclamar su premio.

Varias poblaciones discuten el honor de ser el lugar donde fue enterrado el héroe lusitano, entre ellos, Tormo Alto en la Ciudad Encantada de Cuenca, Azuaga (Badajoz), Sierra de San Pedro (cerca de Talavera), y en la Sierra de San Vicente (Toledo), pero en 1927, en unas excavaciones arqueológicas que se realizaban en Aracena, se descubrió una piedra tumular que los investigadores consideraron que tenía todos los indicios de que el enterramiento podía ser el de Viriato, datos que envió a la Real Academia de la Historia don Miguel Sánchez Dalp, conde de Las Torres. Estén donde estén sus cenizas, Viriato, terror romanorum, al que Apiano de Alejandría (Historia Romana) definió como, el caudillo de mayores dotes que hasta entonces habían tenido los bárbaros, ocupa uno de los pódiums más altos de la Historia y muchas de sus páginas, la inmensa mayoría, escritas en la Sierra de Aracena, los Picos de Aroche y sus alrededores, donde, una vez, contemplaron atónitos y quizás aterrorizados, la impresionante y aplastante caminata de diez enormes bestias africanas por los campos de Escacena y Paterna, entonces llamados Tucci.

Artículo publicado en la revista Zancolí (Mayo, 2013).









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