domingo, 19 de mayo de 2013

EL GRAN BANQUETE MEJICANO (1538)

Alberto Casas

La paz entre los dos irreconciliables enemigos, Carlos I de España y V de Alemania, y Francisco I de Francia, parecía algo imposible de alcanzar, no sólo por los intereses geoestratégicos que estaban en liza, sino porque ninguno de los dos adalides de Europa daban su brazo a torcer en un larguísimo litigio en el que también se jugaban su propio prestigio personal. Esta pugna sangrienta, de victorias y derrotas, ahora por un bando, ahora por el otro, acabó en un desgaste de los ejércitos enfrentados y el aviso de una pronta e inminente ruina económica de ambas monarquías. Esta dura realidad dio paso a una cura de humildad y de sentido común sobre la necesidad de una tregua duradera entre ambos reinos. Después de interminables negociaciones, de avances y retrocesos, ambos reyes, el 14 de julio de 1538, se entrevistaron en el pequeño puerto francés de Aiguesmortes, situado en el estuario del río Ródano, donde, por fin, firmaron la paz, se intercambiaron valiosos presentes y se solemnizó el acto con la imposición al francés del Collar del Toisón de Oro. Tan oportuna y esperada tregua fue recibida con la natural alegría en países como Alemania, Italia, los Países Bajos y especialmente en España y Francia, donde se celebraron las habituales ceremonias religiosas de acción de gracias con sus Te Deum, repiques de campanas y grandes festejos con la jubilosa participación del pueblo. En el feliz desenlace tuvieron una intervención culminante el Papa Paulo III y su hijo preferido, Pedro Luis Farnesio, uno de los cuatro bastardos que tuvo de dos mujeres distintas, Pedro, Luís, Pablo, Constanza y Ranucio,.
  
El Emperador había ordenado que la buena nueva se pregonara en todo el Imperio, y cuando la noticia llegó a la recién conquistada Nueva España (Méjico), el conquistador, Hernán Cortés, ya flamante marqués de Oaxaca, y el virrey don Antonio de Mendoza, que por entonces guardaban muy buenas relaciones, acordaron unir sus esfuerzos, ideas y bienes para conmemorarla conjuntamente, con el esplendor y boato que tan venturoso acontecimiento merecía y al Emperador se le debía, encargándose al caballero romano Luís de León la preparación y organización del evento sin reparar en medios y gastos. El patricio puso con toda diligencia manos a la obra con la libertad de acción que le había sido otorgada, y en el año del Señor de 1538 todo quedó listo y dispuesto para el comienzo de los actos presididos por Hernán Cortés, don Antonio de Mendoza, los Oidores de la Audiencia, conquistadores y sus mujeres, y los caciques principales que habían ayudado a Cortés en la conquista y que el Emperador reconoció y agradeció concediéndoles escudo de armas, entre ellos a Diego de Mendoza (bautizado), cacique de Axacuba; vestía al estilo español y en 1549 fue nombrado  gobernador de Tlatelolco. Mixcouatehulti, cacique de una de las cuatro regiones de Tlaxcala. Antonio Cortés (bautizado), cacique de Clacupaulo. Aquiyaualcatlechutel, cacique de Tlaxcala. Tlacuzcalcate, cacique de Quiahuizclou, etc,
   En el recinto de la gran plaza de la ciudad y sus alrededores se habían montado jardines con sus fuentes, entre ellas una réplica de la de Chapultepec, y un gran bosque tropical en cuyas ramas se posaban aves exóticas y cantoras, loros, papagayos, ruiseñores y pajarillos. De los balcones colgaban reposteros bordados con pedrería e hilos de oro y todo tipo de colgaduras. En otro lugar se hallaban apartados adives (parecidos a las zorras), alimañas de varias clases, conejos, liebres, cuatro jaguares y otros animales que, a una señal convenida, eran soltados para procederse a su caza, y una vez terminada ésta, se procedía a repetir la suelta, pero con aves, especialmente perdices y palomas. Seguidamente, comenzaban carreras de caballos, torneos, juegos de cañas, Cortés quedó herido en una pierna de una cañazo, corridas de toros (correr delante de los toros) y bailes amenizados por una orquesta compuesta de arpas, vihuelas, flautas, dulzainas y chirimías; precisamente en la expedición de Cortés iban tres excelente músicos, un tal Ortiz el músico que tocaba la guitarra y la vihuela; el valenciano Maestro Pedro y Benito de Bejel, o de Vejer, el tamborino, que tocaba el tambor, el pífano y el tamboril. Se dieron serenatas a las damas, lujosamente ataviadas; hubo bailes, principalmente pavanas, y la representación de una obra de teatro que se cree pudo ser El último juicio, de fray Andrés de Olmos (1491-1571 El franciscano llegó a Méjico en 1528 y es autor también, por encargo del Presidente de la Audiencia, Sebastián Ramírez de Fuenleal, del Arte de la Lengua Mexicana.
   Espectaculares fueron las batallas navales entre navíos cristianos y turcos, con sus mástiles y velas, y causó admiración el castillo que se levantó con sus torres y almenas, defendido por el Gran Maestre de Rodas, cuyo papel interpretó el propio Hernán Cortés, todo ello con gran profusión y ruido de trompetería y arcabucería, no faltando los simulacros de luchas entre tribus indias.
   La grandiosidad del espectáculo arrancaba gritos y aplausos a los asistentes sin cesar, hasta que, finalmente, la diversión culminó y se cerró con dos suculentos banquetes, uno en el palacio de Hernán Cortés, con la particularidad de que no se invitaron a las mujeres, y al día siguiente en el del Virrey al que asistieron unos 300 caballeros y 200 señoras, con sus servilletas que llegaban gasta el suelo para preservar sus ricos ropajes del chorreo de jugos y grasas. Cortés contaba para su servicio con excelentes cocineros, como el negro Juan Cortés y Diego Maestre, así como criados y camareros expertos en estos eventos, como Alonso de Navarrete, que en 1555 ingresó en la orden agustina, y el madrileño Rodrigo de Salazar El menú consistió, según Bernal Dïaz del Castillo (Historia verdadera de la conquista de la Nueva España) y por el siguiente orden en:

Ensaladas hechas de dos o tres maneras, y luego cabritos y perniles de tocino asado a la genovesa (regado con aceite de oliva); tras esto pasteles de codornices y palomas, y luego gallos de papada (guajalotes: pavos) y gallinas rellenas; luego manjar blanco; tras esto pepitoria; luego torta real; luego pollos y perdices de la tierra y codornices en escabeche, y luego tras esto alzan aquellos manteles dos veces y quedan otros limpios con sus pañizuelos; luego traen empanadas de todo género de aves y de caza; estas no se comieron, ni aún de muchas cosas del servicio pasado; luego sirven de otras empanadas de pescado, tampoco se comió cosa dello; luego traen carnero cocido, y vaca y puerco, y nabos y coles, y garbanzos; tampoco se comió cosa ninguna; y entremedio destos manjares ponen en las mesas frutas diferenciadas para tomar gusto, y luego traen gallinas de la tierra cocidas enteras con picos y pies pateados; tras de esto anadones y ansarones enteros con los picos dorados, y lego cabezas de puercos y de venados y de terneras enteras, por grandeza, y con ello grandes músicas de cantares a cada cabecera, y la trompetería y géneros de instrumentos, harpas, vigüelas, flautas, dulzainas, chirimías… copas doradas con aloja (agua, miel y especias), vino, agua, cacao, clarete… empanadas muy grandes con pájaros y conejos vivos… aceitunas, rábanos, quesos, cardos… fuentes con vino blanco, jerez de indias, tinto, botellería…novillos asados enteros… y todo esto se sirvió con oro y plata y grandes vajillas muy ricas…

   Todo a discreción y servido en vajilla de oro y plata, algunas de cuyas piezas desaparecieron, muy pocas gracias a que el Mayordomo Mayor del Virrey, Agustín Guerrero mandó a los caciques que para cada pieza pusiesen un indio de guardia.
   Naturalmente, tan pantagruélico ágape dio lugar a más de una borrachera, de indigestiones y vomiteras, especialmente por la ingestión de pulque (bebida a base de la fermentación del maguey) Sobró de todo en abundancia y muchos platos ni se probaron, aunque los criados, los indios, el público asistente y los mirones se encargaron de dar buena cuenta de lo que los invitados dejaban una vez hartos o los rechazaban
   De tanta magnificencia, lujo, ostentación, jolgorio, desenfreno, derroche, o grandeza como la calificaba Hernán Cortés, dice Bernal Díaz del Castillo:

no los he visto hacer en Castilla, ansí de justas y juegos de cañas, y correr toros, y encontrarse unos caballeros con otros, y otros grandes disfraces que había en todo.

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