sábado, 4 de mayo de 2013

BENITO DE SOTO (I)


Alberto Casas

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

            Así empieza “La Canción del Pirata”, popular poema compuesto por Espronceda, y que al decir de muchos está inspirado en las malandanzas del pirata español más tristemente famoso: Benito de Soto Aboal, que en su corta pero atroz andanza criminal de dos años, dejó una larga y sangrienta estela de bestialidad que horrorizó al mundo entero; y, aunque es justo reconocer que gran parte de su vida, especialmente la de su trayectoria como pirata ha sido deformada por leyendas, relatos fantásticos e historias de extraños amoríos, no es menos cierto, también, que no superan al espanto que causa el conocimiento de  la abominable realidad, de la aterradora verdad.
   Benito de Soto nació el 22 de Marzo de 1805 en Pontevedra, en el barrio de A Moureiras, en la desembocadura del río Lerez, donde estaba situado el muelle, en el que, por entonces, su principal actividad estaba dedicada preferentemente al contrabando, la pesca y la salazón, de ahí el nombre, ya que moureiras era como se llamaba la salmuera que se empleaba para la conservación de las sardinas. Ya sin apenas tráfico comercial, entre otras razones por las arenas que han ido cerrando la entrada a navíos de cierto porte, quedando habilitado, únicamente, para pequeñas lanchas de pescadores, situación que marca el declinar de la ciudad, cuando, desde el siglo XIV hasta el XVII y con el impulso del poderoso gremio de Mareantes bajo la advocación del Corpo Santo, había sido uno de los puertos más importantes de Galicia, junto con La Coruña, Bayona y Vigo.
   Pontevedra es cuna de grandes navegantes, como Paio Gómez Charino, que con sus galeras remontó el Guadalquivir rompiendo las cadenas que bloqueaban el paso a Triana, acción que facilitó la conquista de la ciudad por Fernando III en 1248. Alonso Jofre Tenorio, Almirante Mayor de la Mar y primer señor Señor de Moguer por concesión de Alfonso XI en 1333; Juan de Nova, que al servicio del rey de Portugal llegó a ser alcayde  de Lisboa, y en  1501 mandó la tercera expedición a la India descubriendo las islas de Concepción y Santa Elena. Los hermanos Nodales, Gonzalo y Bartolomé García de Nodal, que bojearon la Tierra del Fuego, descubrieron la isla de Diego Ramírez, bautizada así en homenaje al cosmógrafo de la expedición Diego Ramírez de Arellano, y regresando a España por el estrecho de Magallanes que cruzaron de oeste a este. Los Sarmiento, entre los que se encuentra Cristóbal García Sarmiento, piloto de la Pinta, la carabela que al mando de Martín Alonso Pinzón primero avistó América, y la primera que retorno a España, a Bayona, dando cuenta del descubrimiento a los Reyes Católicos. Pedro Sarmiento de Gamboa, cosmógrafo, cartógrafo, matemático, quiromántico y escritor que, tras su desafortunado intento de colonizar las tierras del estrecho de Magallanes, fue hecho prisionero por los ingleses, teniendo ocasión de tener pláticas con la reina de Inglaterra que disfrutaba de su compañía y conversación. El padre Sarmiento, sabio erudito benedictino que asegura y parece demostrar que la carabela Santa María, en la que embarcó Colón y junto a la Pinta y la Niña (Santa Clara), era conocida como la Gallega por haber sido construida en el carro (astillero) Das Corvaceiras en el barrio de la Pescadería de A Moureira. Tampoco faltan historiadores que sitúan a Pontevedra como la patria de Colón.
  
La familia de Benito es una de tantas a la que la miseria ha empujado a buscarse el sustento en el contrabando, actividad en la que la competencia es cada vez mayor y más dura y violenta en la que más de una vez corre la sangre con trágicos resultados y en los que benito de Soto desde muy pequeño empieza a destacar por su sangre fría y destreza en el manejo del puñal. Era el séptimo hijo de los catorce que tuvo Francisco de Soto, siete de su primera mujer, Manuela Aboal, y otros siete de su segunda esposa, Lorenza Aboal, moza de dieciocho años, sobrina de de su anterior mujer con la que caso al enviudar. En este ambiente de rancia solera marinera y de fenecidas empresas marítimas mercantiles, con los carachos, bucetas y dornas pudriéndose en las orillas, nace y se cría aunque de su niñez, de lo poco que se sabe es que fue atacado de viruelas, dejándole en la cara las infames marcas de la enfermedad que posiblemente influyeron en su carácter y siniestra personalidad y que, finalmente, le delataron en el momento más crucial de su vida.
   Al morir su padre, el joven fue acogido por su tío, Benito Aboal, uno de lo contrabandistas más importantes de la zona, al lado del cual aprendió el peligroso oficio en el que muy pronto sobresalió por su audacia, insensibilidad y la saña a la hora de usar e cuchillo. Empieza a ser famoso y temido y la justicia empieza aponer sus ojos en él, lo que determina que en 1823 decida poner tierra y mar por medio, embarcándose de marinero en un barco que se dirige a Cuba. Esta primera travesía trasatlántica es el principio de otras en las que irá dejando una macabra impronta de muerte, crueldad y vesania.

           

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