jueves, 30 de mayo de 2013




ELEFANTES EN LA SIERRA

Los motivos que impulsaron a la República romana la invasión de Hispania desembarcando sus legiones en Ampurias el año 218 a. C, eran en principio meramente estratégicos, con el fin de obstaculizar el abastecimiento de las tropas de Anibal en Italia (2ª guerra púnica), bagaje, armas, soldados, entre los que se encontraban honderos baleáricos, los honderos más diestros (Tito Livio).
Tras la derrota de los cartagineses en Hispania y la huída de sus generales a África, los romanos continuaron su expansión y conquista por la peninsula Ibérica, pero encontrándose con la tenaz resistencia de los indomables iberos (Virgilio): arévacos, vacceos, lusitanos, ilegertes, vetones, carpetanos, turdetanos, cántabros, astures, y en general por donde pasaban. Se trataba de una oposición tan desigual como encarnizada y en muchos casos heróica, como el de Numancia (Soria), en cuyo sometimiento y rendición fracasaron durante 20 años, de 153 a 133 a. C., las legiones romanas, mejor armadas, organizadas, numerosas y mandadas por los más prestigiosos pretores y cónsules curtidos en mil batallas. Aquella insólita colmó de oprobio y vergüenza a Roma que decidió mandar al más ilustre de sus soldados, Publio Cornelio Escipión el Africano, que sitíó la ciudad aislándola y cortando todo suministro que le pudiera llegar desde el exterior, lo que propició que al cabo de quince meses pudiera asaltarla y rendirla por la hambruna que padecían sus defensores.

Pero ni la expulsión de los cartagineses, ni el fin de la 2ª guerra púnica, supuso la pacificación de Hispania, sino que por el contrario, los conflictos bélicos continuaron, destacando la resistencia del ilegerte Indivil y del ausetano Mandonio que unieron sus fuerzas, inutilmente, contra Escipión. Para Roma era fundamental, ya prevalecen los intereses económicos, el dominio sobre las tierras de la Baeturia, entre el río Betis (Guadalquivir) y el Anas (Guadiana), ricas en agricultura y arbolado, así como la minería en la franja metalifera serrana conocida como Baeturia Céltica, además de constituir un estratégico nudo de comunicaciones que facilitaba el transporte de mercancías, productos y personas desde las pesquerías y factorías salazoneras (cetarias) de la costa, principalmente del tartesico puerto de la Onoba fenicia, que los romanos convirtieron en Onuba Aestuaria, hasta Itálica, formando una tupida y enmarañada red de calzadas que coincidían, generalmente, en los enclaves (parada y fonda) de Ilipla (Niebla) y de Itucci (Tejada la Nueva), donde nació Pompeya Plotina, emperatriz de Roma por su casamiento con el emperador Trajano, natural de Itálica; de estas vías partían ramales en todas direcciones, bien contorneando las riberas de los ríos Anas (Via ostis fluninis Anae Emeritum), Urium (Odiel) y Luxia (Tinto), conectando con poblaciones como, Arucci (Aroche), Turobriga (Campos de San Mamés), Fodina Aerariae (zona de las minas de Río Tinto), Segada (Cala), Laepia (Lepe), Olontigi (tal vez Gibraleón), Corticatta (¿Cortegana?), Praesidium (¿Sanlúcar de Guadiana?), Ad Rubras (¿Tharsis, o Cabezas Rubias según Rodrigo Caro?), Lacimurga (Encinasola), Ostur (Villalba del Acor), Nertobriga (Fregenal de la Sierra), Emérita Augusta (Mérida), etc, toponimos todos objetos de debates.
Pero la conquista de la Bética, de la Baeturia Céltica, de la Baeturia Túrdula y la región de la Lusitania, fronteriza con los turdetanos, resultó además de larga y desastrosa, como ya con anterioridad lo había sido con los cartagineses ante el frente que les opusieron los caudillos Indortes e Istolacio, obligando a Anibal a emprender una política de pacificación, de la que él mismo dio ejemplo casándose con la princesa ibera Himilce, hija del rey Mucro de Cástulo (Jaén). Los romanos no acababa de domeñar a los lusitanos que hasta entonces los desconcertaban con la táctica de guerrillas que los historiadores de la época justifican por la incapacidad e ineficacia de los indigenas en campo abierto. Las numerosas pérdidas sufridas por los invasores les llevan a planear una trama perversa, urdida por el pretor Servio Sulpicio Galba, que ofrece la paz a los lusitanos, que la aceptan, y desarmados se presentan en el campamento romano, ocasión esperada por Galba para ordenar a sus soldados que los masacren sin piedad. Se barajan cifras de unos 9.000 lusitanos muertos y alrededor de 20.000 vendidos como esclavos. Pocos escaparon de la matanza y la tradición dice que entre los supervivientes se encontraba un muchacho de unos 20 años, llamado Viriato que, proclamado jefe, juró expulsar a los romanos de sus tierras y vengar la criminal traición sufrida, de la que el propio Senado romano se avergonzaba.
El nuevo lider trajo en jaque a las legiones romanas desde el Duero hasta el Guadiana, contando casi siempre con la ayuda y colaboración de las demás tribus, aunque algunas de ellas cambiaban de bando repetidamente, como hizo la ciudad de Ituci, Tuci o Iptuici (Escacena), vaivenes políticos que, según Diodoro de Sicilia (Bibliotheca Histórica), Viriato censuró advirtiéndoles que a la larga les acarrearía graves e irreparables perjuicios a sus intereses, a su independencia y a su libertad, contándoles, para dar fuerza a sus argumentos, la siguiente fábula:

Un hombre de mediana edad estaba casado con dos mujeres, una muy joven y otra de sus años. La joven, pretendiendo que su marido pareciera un muchacho, le arrancaba las canas de su cabello, mientras que la mujer mayor le quitaba los cabellos negros para que aprentara más edad, y así, al cabo del tiempo se quedó completamente calvo. Esto, concluyó, es lo que le pasará a los habitantes de Itucci, pues una vez, al lado de los romanos lucharán contra los lusitanos, y otra vez serán los lusitanos los que matarán a ellos, y de esta forma y en poco tiempo, ahora con unos, ahora con otros, Tucci quedaría despoblada.

En una de estas alternativas, Máximo Serviliano, entendiendo que sólo podría vencerlo con un gran ejército y con armas nuevas que sorprendieran e incluso atemorizaran a los lusitanos, se presentó en el campo de Itucci con 18.000 infantes y 1.600 jinetes a los que se unían 10 elefantes y 300 jinetes de la temida caballería númida, enviada por el rey de Numidia Micipsa y mandada por su sobrino Yugurta. La batalla fue durisima y las crónicas hablan de un cambio radical a consecuencia de la herida que sufrió un elefante por un flechazo, según unos, y de una pedrada según otros; el caso es que el enorme animal malherido y enfurecido se lanzó, por suerte para los lusitanos, contra los romanos espantándolos y dispersándolos, dando opción a Viriato a ordenar la retirada ordenada de sus huestes cuando ya había dejado en el campo de batalla alrededor de 2.000 muertos, mientras que Serviliano contó mas de 4.000 y la perdida de 3 elefantes.
Ante tanto desastre, Roma optó por firmar la paz reconociendo al caudillo como Dux Lusitanorum, pero con la seguridad de que nunca sería un aliado sumiso y presto a rebelarse ante cualquiera situación que considerara de agravio a su pueblo; así lo estimó el cónsul Servilio Cepión que sobornó a tres capitanes de Viriato, los ursonenses Audax, Ditalcón y Minuro que lo asesinaron mientras dormía, acuñando en la Historia la célebre frase de Roma no paga a traidores, cuando los asesinos fueron a reclamar su premio.

Varias poblaciones discuten el honor de ser el lugar donde fue enterrado el héroe lusitano, entre ellos, Tormo Alto en la Ciudad Encantada de Cuenca, Azuaga (Badajoz), Sierra de San Pedro (cerca de Talavera), y en la Sierra de San Vicente (Toledo), pero en 1927, en unas excavaciones arqueológicas que se realizaban en Aracena, se descubrió una piedra tumular que los investigadores consideraron que tenía todos los indicios de que el enterramiento podía ser el de Viriato, datos que envió a la Real Academia de la Historia don Miguel Sánchez Dalp, conde de Las Torres. Estén donde estén sus cenizas, Viriato, terror romanorum, al que Apiano de Alejandría (Historia Romana) definió como, el caudillo de mayores dotes que hasta entonces habían tenido los bárbaros, ocupa uno de los pódiums más altos de la Historia y muchas de sus páginas, la inmensa mayoría, escritas en la Sierra de Aracena, los Picos de Aroche y sus alrededores, donde, una vez, contemplaron atónitos y quizás aterrorizados, la impresionante y aplastante caminata de diez enormes bestias africanas por los campos de Escacena y Paterna, entonces llamados Tucci.

Artículo publicado en la revista Zancolí (Mayo, 2013).









domingo, 26 de mayo de 2013

EL MERIDIANO DE 180º

Alberto Casas.           

 

  Cuando la nao Victoria al mando de Juan Sebastián de Elcano, con sólo 18 tripulantes y casi completamente desarbolada, atracó en Sevilla el 8 de septiembre de 1522, daba fin a la primera vuelta al mundo, de Este a Oeste, una de las empresas náuticas más grandes de todos los tiempos, en la que los marinos de Huelva tuvieron una destacada y sacrificada participación. Unos meses antes, el 9 de julio del mismo año, la nave h ubo de realizar una arribada forzosa y necesaria a la isla de Santiago de Cabo Verde, quedando los casi cadavéricos supervivientes de la expedición sorprendidos y confusos al ser informados de que aquél día era el 10 y jueves, y no el 9 y miércoles como ellos creían, de acuerdo con las anotaciones que puntualmente habían llevado de las efemérides del periplo. Al respecto, Pedro Mártir de Anglería discutió el suceso con Gaspar Contarini, embajador de Venecia ante Carlos I, “Porque muchos llevaban sus Libros de Horas y sabían perfectamente lo que tocaba rezar cada día”.

   El piloto Francisco Albo, que empezó la navegación como piloto de la Trinidad, deja constancia en su Derrotero de tan extraña anomalía:

A los 9 del dicho mes (Julio) no tomé el sol y surgimos en el puerto de Río Grande, y nos recibieron muy bien y nos dieron mantenimiento y cuanto quisimos; y este día fue miércoles y tienen ellos por jueves; y así creo que nosotros íbamos errados en un día.

   Idéntica sorpresa manifiesta Pigafetta, el cronista del viaje, asombrado de hecho tan singular:

Para ver si nuestros Diarios habían sido llevados con exactitud, hicimos preguntar en tierra qué día de la semana era. Se nos respondió que era jueves, lo que nos sorprendió, porque según nuestros Diarios solo estábamos en miércoles, y a mí, porque habiendo estado bien de salud para llevar mi Diario, marcaba sin interrupción los días de la semana y el mes.

   La anécdota pronto se convirtió en tema del mayor interés y discusión, a la vez que de estudio por parte de cosmógrafos, astrólogos, pilotos, teólogos y filósofos, tanto de España como del resto de Europa, afanados en encontrar una explicación razonable y científica que resolviera una cuestión que se presagiaba podía ser crucial en el desarrollo de las expediciones marítimas, a pesar de que Albo se empeñaba en que se trataba de una infortunada equivocación: Se erraron un día por la cuenta, y así comieron carne en viernes y celebraron la Pascua en lunes.

   Se ha de tener en que en aquella época el meridiano 0º estaba representado en la isla de Hierro (Punta de Orchilla), la más occidental de las Canarias, que era donde lo había situado Claudio Ptolomeo (s. II d.C.) en su obra Almagesto, pero el enorme desarrollo de la navegación transoceánica, a raíz del descubrimiento de América, hizo que cada nación, por razones de prestigio, empezara a regirse por su propio circulo máximo, París, Londres, etc., y en España se utilizaban, indistinta y preferentemente los de Toledo y San Fernando. Esta disparidad de criterios que se reflejaban en los distintos resultados de cálculos comunes de situación, según la carta náutica del país que se utilizara, determinó la necesidad de establecer con carácter universal el trazado de un meridiano 0º, al objeto de unificar la medida del tiempo de acuerdo con las longitudes y husos horarios correspondientes a cada lugar (los 360º de la circunferencia de la tierra se dividen en 24 husos). A tal fin, los Estados Unidos convocaron una Conferencia Internacional que se celebró en Washington en 1884, recayendo la elección del primer meridiano el que pasa por Greenwich, un suburbio de Londres (En España pasa por Denia, en la provincia de Alicante). Con esta decisión, el meridiano opuesto de 180º, llamado meridiano de cambio de fecha, al sumarse un día al pasar del hemisferio occidental al oriental y retrasándose cuando es al contrario. Este es el artificio que utilizó Julio Verne en La vuelta al mundo en 80 días, haciendo que Phileas Fogg ganara la apuesta viajando hacia el este.

   La resolución del problema del cambio de fecha se la atribuyen varios países europeos, sin que España reclame su parte de gloria, ya que al poco tiempo de la llegada de la nao Victoria, la Junta de Cosmógrafos de la Casa de la Contratación de Sevilla había determinado las causas del fenómeno y las normas para su aplicación en las futuras navegaciones al Pacífico, como comprobamos en las anotaciones de Pigafetta:

Después supimos que no había error en nuestros cálculos, porque navegando hacia el oeste siguiendo el curso del sol y habiendo regresado al mismo puerto, debíamos ganar veinticuatro horas sobre los que permanecían en el mismo sitio.

   El padre Acosta (1540-1600) dejó científicamente zanjada la cuestión en su Historia Natural y Moral de las Indias, al analizar ciertas informaciones que le había proporcionado el P. Alonso Sánchez durante sus estancias en Filipinas y Macao, distantes unas 100 leguas,

y es cosa maravillosa que con haber tan poca distancia traen un día entero de diferencia en su cuenta, de suerte que en Macao es domingo al mismo tiempo que en Manila es sábado.

   El P. Acosta imagina un meridiano de 180º sobre el que establece el cambio de fecha, según se navegue del este al oeste, o viceversa, aunque su descubrimiento ha pasado sin pena ni gloria, pero sin duda merece ser conocido y, sobre todo, reconocido.

jueves, 23 de mayo de 2013

TORMENTAS DE TORBELLINO

Alberto Casas.

            Además de los conocidos vientos permanentes (alisios, o trade winds para los ingleses) y los vientos periódicos (monzones), existen otros muchos con características propias, como los clasificados  como tormentas de torbellino, entre las que destacan los tornados, llamados así los que se producen sobre la superficie del suelo, y si es en la mar se denominan trombas marinas (waterspouts), que suelen aparecer principalmente en los trópicos y generalmente cerca de las costas. Existen historias marítimas que hablan de capitanes que han cruzado las trombas sin daño alguno, pero la prudencia recomienda alejarse del serpenteante tubo que baja del cielo, normalmente cargado de agua dulce.
   El tornado, por lo tanto, es un meteoro terrestre a cuyo estudio se han dedicado eminentes físicos, aunque la teoría más aceptada es la esbozada por Wegener al considerarlo un fenómeno termodinámico que se produce por el choque violento de dos masas de aire, una fría y pesada que al formar torbellinos en las capas altas de la atmósfera desciende bruscamente y a gran velocidad, precipitándose sobre otra caliente y ligera que asciende, formando en su encuentro un embudo (túnel cloud) que en el hemisferio norte gira en sentido contrario a las agujas del reloj desplazándose normalmente hacia el este o el nordeste, avanzando unos 50 kilómetros por hora, mientras el viento puede alcanzar una velocidad de giro que en algunos casos ha llegado a más de 600 kilómetros por hora, devastando todo lo que encuentra a su paso transportando en el aire, durante su recorrido, objetos pesados, casas, coches y árboles y todo lo que opone a su paso. La fuerza de esta turbulencia succionadora está favorecida por la sensible bajada de la presión barométrica que la acompaña a su en su trayectoria.
  

Su anchura alcanza, a veces, más de 1500 metros y una altura que puede alcanzar los 15 kilómetros, aunque su duración rara vez pasa de una hora. Sin embargo, la magnitud de un tornado no se clasifica por sus características dimensionales o de fuerza, sino por sus efectos destructores en bienes, edificios, carreteras, puentes, tendidos eléctricos, víctimas humanas, etc., evaluación  que se mide en la Escala de Fujita elaborada en 1971 en la Universidad de Chicago por Tetsuya Fujita y  Allan Pearson. La intensidad máxima de la escala es F6, que se cree no es probable que se produzca nunca, mientras que la F5, llamada el ojo de Dios, a la que se supone una potencia demoledora similar o superior a la energía que libera una bomba atómica, tampoco ha sido registrada hasta ahora.
   Generalmente suelen presentarse en el periodo comprendido entre marzo y octubre, más habituales en mayo, y su área de actuación abarca diversas áreas de todos los continentes menos la Antártida, pero los más frecuentes se dan en las zonas centrales y del sur de los Estados Unidos, especialmente en el conocido Corredor de los Tornados (Tornados Alley), Texas, Oklahoma, Kansas Y Nebraska, regiones donde se produce el encuentro de las masas frías del Ártico con las cálidas y húmeda del Golfo de Méjico.
  Triste historia dejó el tornado del 18 de marzo de 1925 que asoló un extenso territorio del estado de Nuevo Méjico ocasionando unas 800 víctimas mortales y unas pérdidas materiales de alrededor de 18 millones de dólares de los de entonces. La frecuencia con que esta inmensa fuerza de la naturaleza se da en los Estados Unidos ha hecho que a esta clase  de fenómenos se les llamen tornados norteamericanos.
   En España aparecen esporádicamente, sobre todo en la costa levantina, con relativa poca intensidad, pero en el año 2009, el 1 de febrero y después de más de 300 años, se abatió uno sobre Málaga con inusitada capacidad de destrucción con heridos y grandes daños en la ciudad. Se registró como un tornado F2 con vientos de más de 200 kilómetros por hora.
   Con la misma capacidad de devastación se encuentran las borrascas, o burracas como las llaman los marineros y conocidas en el Cantábrico como galernas, pero, sobre todo, y superando a todos están los ciclones, que reciben el nombre de huracanes en América, y tifones y baguíos en los mares de China y Filipinas. Los ciclones del Atlántico norte (en el sur no se producen) empiezan a formarse en las proximidades de los trópicos comenzando a avanzar miles de kilómetros hacia el oeste hasta alcanzar las proximidades del Caribe donde alcanzan su máxima fuerza, 12 en la escala de Beaufort, que descargan sobre las islas del golfo de Méjico, América Central y el sur de los Estados Unidos, especialmente en los estados de Luisiana y Florida.

   En estos casos, la fuerza del viento que puede superar los 250 kilómetros por hora, y la mar arbolada que levanta olas de más de 10 metros de altura, ocasionan, no sólo catástrofes terrestres, sino desgracias marítimas con naufragios de buques con sus tripulaciones completas o parte de ellas. En su trayectoria forman una parábola cuya curvatura hacia el este se produce a la altura del cabo Hatteras perdiendo paulatinamente su fuerza. A cada ciclón se le asigna un nombre, empezando por la primera letra del abecedario, ya sea masculino o femenino, y solamente en tres idiomas, inglés, francés y español, procurándose no repetir más el del que haya dejado un nefasto recuerdo, como el ciclón Carrie, que en pleno Atlántico, el 21 de septiembre de 1957 alcanzó al Pamir, un brickbarca de 4 palos convertido en buque escuela de la Marina Mercante alemana, desarbolándolo y hundiéndolo. De los 86 tripulantes, de ellos 51 alumnos de edades entre los 14 y 17 años, sólo se salvaron 5 y uno de los cocineros del barco.
    Entre los más peligrosos se encuentran los que hacen inesperadamente un rizo o bucle que les hace aumentar nuevamente su fuerza, y parece ser que esta anomalía fue la que sorprendió al Pamir, pero ya ningún ciclón volverá a llamarse Carrie.


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domingo, 19 de mayo de 2013

EL GRAN BANQUETE MEJICANO (1538)

Alberto Casas

La paz entre los dos irreconciliables enemigos, Carlos I de España y V de Alemania, y Francisco I de Francia, parecía algo imposible de alcanzar, no sólo por los intereses geoestratégicos que estaban en liza, sino porque ninguno de los dos adalides de Europa daban su brazo a torcer en un larguísimo litigio en el que también se jugaban su propio prestigio personal. Esta pugna sangrienta, de victorias y derrotas, ahora por un bando, ahora por el otro, acabó en un desgaste de los ejércitos enfrentados y el aviso de una pronta e inminente ruina económica de ambas monarquías. Esta dura realidad dio paso a una cura de humildad y de sentido común sobre la necesidad de una tregua duradera entre ambos reinos. Después de interminables negociaciones, de avances y retrocesos, ambos reyes, el 14 de julio de 1538, se entrevistaron en el pequeño puerto francés de Aiguesmortes, situado en el estuario del río Ródano, donde, por fin, firmaron la paz, se intercambiaron valiosos presentes y se solemnizó el acto con la imposición al francés del Collar del Toisón de Oro. Tan oportuna y esperada tregua fue recibida con la natural alegría en países como Alemania, Italia, los Países Bajos y especialmente en España y Francia, donde se celebraron las habituales ceremonias religiosas de acción de gracias con sus Te Deum, repiques de campanas y grandes festejos con la jubilosa participación del pueblo. En el feliz desenlace tuvieron una intervención culminante el Papa Paulo III y su hijo preferido, Pedro Luis Farnesio, uno de los cuatro bastardos que tuvo de dos mujeres distintas, Pedro, Luís, Pablo, Constanza y Ranucio,.
  
El Emperador había ordenado que la buena nueva se pregonara en todo el Imperio, y cuando la noticia llegó a la recién conquistada Nueva España (Méjico), el conquistador, Hernán Cortés, ya flamante marqués de Oaxaca, y el virrey don Antonio de Mendoza, que por entonces guardaban muy buenas relaciones, acordaron unir sus esfuerzos, ideas y bienes para conmemorarla conjuntamente, con el esplendor y boato que tan venturoso acontecimiento merecía y al Emperador se le debía, encargándose al caballero romano Luís de León la preparación y organización del evento sin reparar en medios y gastos. El patricio puso con toda diligencia manos a la obra con la libertad de acción que le había sido otorgada, y en el año del Señor de 1538 todo quedó listo y dispuesto para el comienzo de los actos presididos por Hernán Cortés, don Antonio de Mendoza, los Oidores de la Audiencia, conquistadores y sus mujeres, y los caciques principales que habían ayudado a Cortés en la conquista y que el Emperador reconoció y agradeció concediéndoles escudo de armas, entre ellos a Diego de Mendoza (bautizado), cacique de Axacuba; vestía al estilo español y en 1549 fue nombrado  gobernador de Tlatelolco. Mixcouatehulti, cacique de una de las cuatro regiones de Tlaxcala. Antonio Cortés (bautizado), cacique de Clacupaulo. Aquiyaualcatlechutel, cacique de Tlaxcala. Tlacuzcalcate, cacique de Quiahuizclou, etc,
   En el recinto de la gran plaza de la ciudad y sus alrededores se habían montado jardines con sus fuentes, entre ellas una réplica de la de Chapultepec, y un gran bosque tropical en cuyas ramas se posaban aves exóticas y cantoras, loros, papagayos, ruiseñores y pajarillos. De los balcones colgaban reposteros bordados con pedrería e hilos de oro y todo tipo de colgaduras. En otro lugar se hallaban apartados adives (parecidos a las zorras), alimañas de varias clases, conejos, liebres, cuatro jaguares y otros animales que, a una señal convenida, eran soltados para procederse a su caza, y una vez terminada ésta, se procedía a repetir la suelta, pero con aves, especialmente perdices y palomas. Seguidamente, comenzaban carreras de caballos, torneos, juegos de cañas, Cortés quedó herido en una pierna de una cañazo, corridas de toros (correr delante de los toros) y bailes amenizados por una orquesta compuesta de arpas, vihuelas, flautas, dulzainas y chirimías; precisamente en la expedición de Cortés iban tres excelente músicos, un tal Ortiz el músico que tocaba la guitarra y la vihuela; el valenciano Maestro Pedro y Benito de Bejel, o de Vejer, el tamborino, que tocaba el tambor, el pífano y el tamboril. Se dieron serenatas a las damas, lujosamente ataviadas; hubo bailes, principalmente pavanas, y la representación de una obra de teatro que se cree pudo ser El último juicio, de fray Andrés de Olmos (1491-1571 El franciscano llegó a Méjico en 1528 y es autor también, por encargo del Presidente de la Audiencia, Sebastián Ramírez de Fuenleal, del Arte de la Lengua Mexicana.
   Espectaculares fueron las batallas navales entre navíos cristianos y turcos, con sus mástiles y velas, y causó admiración el castillo que se levantó con sus torres y almenas, defendido por el Gran Maestre de Rodas, cuyo papel interpretó el propio Hernán Cortés, todo ello con gran profusión y ruido de trompetería y arcabucería, no faltando los simulacros de luchas entre tribus indias.
   La grandiosidad del espectáculo arrancaba gritos y aplausos a los asistentes sin cesar, hasta que, finalmente, la diversión culminó y se cerró con dos suculentos banquetes, uno en el palacio de Hernán Cortés, con la particularidad de que no se invitaron a las mujeres, y al día siguiente en el del Virrey al que asistieron unos 300 caballeros y 200 señoras, con sus servilletas que llegaban gasta el suelo para preservar sus ricos ropajes del chorreo de jugos y grasas. Cortés contaba para su servicio con excelentes cocineros, como el negro Juan Cortés y Diego Maestre, así como criados y camareros expertos en estos eventos, como Alonso de Navarrete, que en 1555 ingresó en la orden agustina, y el madrileño Rodrigo de Salazar El menú consistió, según Bernal Dïaz del Castillo (Historia verdadera de la conquista de la Nueva España) y por el siguiente orden en:

Ensaladas hechas de dos o tres maneras, y luego cabritos y perniles de tocino asado a la genovesa (regado con aceite de oliva); tras esto pasteles de codornices y palomas, y luego gallos de papada (guajalotes: pavos) y gallinas rellenas; luego manjar blanco; tras esto pepitoria; luego torta real; luego pollos y perdices de la tierra y codornices en escabeche, y luego tras esto alzan aquellos manteles dos veces y quedan otros limpios con sus pañizuelos; luego traen empanadas de todo género de aves y de caza; estas no se comieron, ni aún de muchas cosas del servicio pasado; luego sirven de otras empanadas de pescado, tampoco se comió cosa dello; luego traen carnero cocido, y vaca y puerco, y nabos y coles, y garbanzos; tampoco se comió cosa ninguna; y entremedio destos manjares ponen en las mesas frutas diferenciadas para tomar gusto, y luego traen gallinas de la tierra cocidas enteras con picos y pies pateados; tras de esto anadones y ansarones enteros con los picos dorados, y lego cabezas de puercos y de venados y de terneras enteras, por grandeza, y con ello grandes músicas de cantares a cada cabecera, y la trompetería y géneros de instrumentos, harpas, vigüelas, flautas, dulzainas, chirimías… copas doradas con aloja (agua, miel y especias), vino, agua, cacao, clarete… empanadas muy grandes con pájaros y conejos vivos… aceitunas, rábanos, quesos, cardos… fuentes con vino blanco, jerez de indias, tinto, botellería…novillos asados enteros… y todo esto se sirvió con oro y plata y grandes vajillas muy ricas…

   Todo a discreción y servido en vajilla de oro y plata, algunas de cuyas piezas desaparecieron, muy pocas gracias a que el Mayordomo Mayor del Virrey, Agustín Guerrero mandó a los caciques que para cada pieza pusiesen un indio de guardia.
   Naturalmente, tan pantagruélico ágape dio lugar a más de una borrachera, de indigestiones y vomiteras, especialmente por la ingestión de pulque (bebida a base de la fermentación del maguey) Sobró de todo en abundancia y muchos platos ni se probaron, aunque los criados, los indios, el público asistente y los mirones se encargaron de dar buena cuenta de lo que los invitados dejaban una vez hartos o los rechazaban
   De tanta magnificencia, lujo, ostentación, jolgorio, desenfreno, derroche, o grandeza como la calificaba Hernán Cortés, dice Bernal Díaz del Castillo:

no los he visto hacer en Castilla, ansí de justas y juegos de cañas, y correr toros, y encontrarse unos caballeros con otros, y otros grandes disfraces que había en todo.

miércoles, 15 de mayo de 2013

CESAR Y LOS PIRATAS

Alberto Casas.





            El Mar Mediterráneo ha sido durante muchos siglos un mar de piratas y de corsarios, ya fueran griegos, fenicios o los enigmáticos pelasgos, fundadores de una talasocracia cuya hegemonía se sustentaba en el poderío naval simbolizado en el robo del Vellocino de Oro por los Argonautas, mandados por el héroe Jasón; pero la primera constancia histórica de la piratería la encontramos en Policrates de Samos (siglo VI a. J.C.), dueño de una poderosa flota de más de cien “pentaconteros” (50 remeros por banda) que recorrían el mar jónico saqueando y avasallando los estados-islas de la zona y asaltando las naves que avistaban. Con sus correrías logró amasar una gran fortuna y construirse un fastuoso palacio, riquezas y pompa merecedoras de ser ilustradas por Aristóteles en su Política: Policrates, que ejerció la tiranía sobre Samos en tiempos de Cambises, gracias al poder de su flota, sometió otras islas. Y de su fama y riquezas, dice: en muy poco tiempo subieron los asuntos de Policrates a tal punto de fortuna y celebridad,  que así en Jonia como en lo restante de Grecia se oía sólo en boca de todos el nombre de Policrates.

   Herodoto (V a.J.C.) en sus Nueve Libros de la Historia manifiesta que fue el primer griego que se lisonjeó con la esperanza de sujetar a su mando la Jonia e islas adyacentes. A su muerte, la actividad pirática continuó con la misma o mayor intensidad, en la que sobresalieron los fenicios, algunas de cuyas tropelías se narran en la Odisea de Homero, y en la que también se distinguieron incluso las mujeres, como Laskarina Bubulina y Arina de Skopelos, o la reina Artemisa de Caria que combatió al lado de los persas en la batalla naval de Salamina (480 a. J.C.).
   El aumento cada vez mayor del tráfico comercial marítimo, dificultado por la piratería, impuso la necesidad de una regulación adecuada que resolviera conflictos y estableciera las competencias que incumbían a tripulaciones, armadores y mercaderes, con las correspondientes sanciones en casos de negligencia, incumplimiento de las normas, accidentes, etc. Las normas, conocidas como Leyes Rodias, constituyen el primer Código Marítimo y de Comercio, y el pilar fundamental en la construcción del Derecho Romano, especialmente, al ser confirmadas por el emperador Tiberio que envió mensajeros a Rodas para

indagar con diligencia, como se tratan los asuntos concernientes a los mareantes, patrones mercaderes y pasajeros; a las compañías; a las ventas y compras de las naves; a las pagas de los constructores y a los depósitos de oro y plata, o de otros géneros preciosos.

   Las Leyes Rodias fueron ratificadas por Vespasiano, Trajano y Antonino, el cual decretó que: yo soy, ciertamente, Señor de la Tierra, más la Ley lo es del mar; los negocios marítimos trátense según las Leyes Rodias.

    El Imperio Romano apenas había podido prestar atención a esta lacra marítima, y víctima de este desamparo fue Julio Cesar, el que sería uno de los hombres de Estado más grandes que ha dado la Historia, pero que siendo joven se portaba como un petimetre, arrogante, vanidoso y exhibicionista, del que corrían rumores acerca de la práctica de ciertas aficiones sobre las que se decía que era el marido de todas las mujeres y la esposa de todos los hombres; también le llamaban burlonamente la reina de Bitinia y el dictador Sila se refería a él como el muchacho del cinturón aflojado, o el chico con faldas. Estando en peligro su vida, como todos los partidarios de Mario, del que además era sobrino, decidió abandonar Roma y refugiarse en Rodas con el pretexto de estudiar oratoria en la prestigiosa escuela de Apolonio Molón, a pesar de que, para llegar a su nuevo destino, debía cruzar un mar próximo a las riberas del oeste y sur de Anatolia conocida como La Costa de los Piratas infectada de bandidos del mar que, efectivamente, aparecieron a la altura de la isla de Farmacusa apresando la nave en la que viajaba el ilustre patricio romano, procediéndose a valorar el rescate de los cautivos.  Por la liberación de César exigieron veinte talentos de plata, pero éste protestó airadamente alegando, ante el asombro de todos, que él, por lo menos, valía cincuenta.   Plutarco (Vidas paralelas), que sin duda lo admiraba, narra su cautiverio de la siguiente forma:

Los trataba con tal desdén que cuando se iba a recoger les mandaba decir que no hicieran ruido. Treinta y ocho días fueron los que estuvo más bien guardado que preso por ellos, en los cuales se entretuvo y ejercitó con la mayor serenidad y dedicado a componer algunos discursos; teníalos por oyentes, tratándolos de ignorantes y bárbaros cuando no aplaudían, y muchas veces les amenazó, entre burlas y veras, con que los había de colgar, de lo que reían, tomándolo como una irresponsable fanfarronada.
           
   Una vez liberado, y a la vista de que el pretor Marco Junco se desentendía de sus reclamaciones, logró armar una flotilla con la que navegó hasta la guarida de los piratas sorprendiéndolos de noche, haciéndolos prisioneros y conduciéndolos a Pergamo donde, cumpliendo su promesa, los ahorcó.
   Julio César, además de un gran estadista, fue un gran estratega y un extraordinario historiador, cuya Guerra de las Galias aún continúa siendo libro de texto para el estudio del latín. Fue, también, el primero que inició una política naval para limpiar el mar de piratas, lo que permitió que sus sucesores pudieran llamar al Mediterráneo el Mare Nostrum.

sábado, 11 de mayo de 2013

BENITO DE SOTO (III) Y "AQUELLOS DUROS ANTIGUOS"

Alberto Casas.

 El error de Benito de Soto de confundir el faro de la Caleta de Cádiz con el de Tarifa no fue el único. Mientras fríamente asesinaba al capitán Thomas Gibbs y otros tripulantes del Morning Star, el comerciante Robert Smith se arrojó al agua y los piratas lo dieron por muerto; sin embargo, con un esfuerzo casi sobrehumano, llegó nadando hasta el Morning Star donde, al abandonarlo, los piratas habían dejado colgando, por el costado de babor, una escala de gato por la que subió hasta la cubierta liberando a los tripulantes y pasajeros encerrados en la bodega que, como pudieron, taponaron los barrenos hechos en el costado, y, aprovechando la oscuridad de la noche, se alejaron del Defensor de Pedro, o la Burla Negra, relevándose sin cesar en las bombas de achique. Otra equivocación era que el lugarteniente de Benito de Soto, el brasileño José dos Santos, desobedeciendo las ordenes de su jefe, no había matado a todos los que se hallaban a bordo pensando que se hundirían con el bergantín. El Morning Star tuvo la fortuna de ser auxiliado en alta mar por el buque británico Guilford que ayudó en la reparación de las averías, en la provisión de víveres y pertrechos, sobre todo velas, que propiciaron su arribada a Londres el 18 de abril de 1828, dando cuenta a las autoridades de las atrocidades y vejaciones sufridas.
  

Las primeras investigaciones sobre las causas del naufragio, Benito las solventó sobornando al escribano de la marina encargado del caso. Agradeciendo y pagando generosamente al dueño de la venta del Chato, se trasladaron a la ciudad en la que muy pronto se hicieron famosos por los escándalos, peleas y derroche de dinero en las calles, tabernas y burdeles, por lo que fueron detenidos, propiciando que de nuevo intervinieran las autoridades marítimas, pero en los  interrogatorios pertinentes los piratas cayeron en contradicciones flagrante que dieron lugar a sospechas fundadas de que algo oscuro y turbio había detrás de tan confuso naufragio. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, Benito de Soto y Dos Santos huyeron a Gibraltar, pero ya las autoridades de la colonia estaban alertadas de que los forajidos podían ser tripulantes de la Burla Negra, deteniéndose a Benito el 6 de Julio de 1828, aunque el brasileño logró escapar en un buque que se dirigía a Génova, perdiéndose desde entonces su rastro. Ante los indicios, cada vez más evidentes, de que los detenidos eran los tan buscados piratas, tras un largo proceso, son condenados a muerte, una vez reconocidos por algunos supervivientes del bergantín inglés que se trasladaron a Cádiz y Gibraltar para su identificación y testificar en consecuencia.

   Benito de Soto negó que fuera el capitán de la Burla Negra, pero las marcas de la viruela confirmaron las  pruebas de su identidad. Entre el 11 y el 12 de enero de 1830 fueron ahorcados diez piratas en la fortaleza de Puerta Tierra en Cádiz, y Benito, convicto y confeso, fue ahorcado el 25 del mismo mes en la colonia británica.
   En 1904, Malospelos, un trabajador de la almadraba del armador de Ayamonte don José Zarandieta, cuando se disponía a enterrar en la playa los despojos de los atunes, empieza a encontrar monedas de oro; la noticia se expande rápidamente, ratificándose el rumor que persistía a pesar del tiempo transcurrido de que los piratas habían escondido un tesoro en algún lugar de la ciudad.
   Y a la playa se lanzó medio Cádiz, y, según algunos historiadores, se llegaron a encontrar más de 1.500 monedas de oro. Al año siguiente, 1905, un conocido carnavalero, Antonio Rodríguez, el tío de la Tiza, compuso un tanguillo titulado Los duros antiguos que estrenó el coro Los Anticuarios en el Carnaval de ese año; desde hace años se ha proclamado como el himno oficioso del Carnaval gaditano, y que dice así:
         
Aquellos duros antiguos                                                      
que tanto en Cádiz dieron que hablar,                               
que se tiraba la gente,                                                        
a la orillita del mar
y es la cosa más graciosa                                                    
que en mi vida he visto yo.                                               
Allí fue medio Cádiz                                              
con espiochas,                                                                    .
y la pobre de mi suegra                                                    
que de tan vieja                                                               
está medio chocha.                                                           
            Con las uñas y el pelo,                                         
la vi escarbar                                                                     
cinco días seguidos                                                          
sin descansar.                                                                  
Estaba la playa
igual que una feria,
¡Válgame San Telmo
lo que es la miseria!
Algunos cogieron
Más de ochenta duros,
Pero en cambio otros
No vieron ni uno.
Mi suegra, como ya dije,           
Estuvo allí una semana,
Escarbando por la noche,
de día y por la mañana.
Perdió las uñas y el pelo,
Aunque bien poco tenía,
Y en vez de coger los duros,
Lo que cogió fue una pulmonía,
Y en el patio de las malvas
Está escarbando
Desde aquel día.
           
      
         Había, hasta hace poco, la leyenda que contaba como el fantasma de Benito de Soto recorría las arenas de la playa gaditana escarbando por la noche, de día y por la mañana.        




miércoles, 8 de mayo de 2013

BENITO DE SOTO (II). La Burla Negra


Alberto Casas.

            No son muchas las referencias sobre las andanzas de Benito de Soto en América. Con sólo dieciocho años, pero con larga experiencia marinera, no tiene dificultades para embarcarse, aunque prefiere hacerlo en navíos dedicados a negocios ilícitos, sobre todo, los dedicados a atacar buques negreros para robarles la encadenada carga humana hacinada en sus bodegas. Pronto se hizo famoso por sus dotes de mando que ejercía con su fría mirada o con la punta de su afilado cuchillo. El tráfico de esclavos había sido prohibido por los ingleses en 1807, y, sin embargo, la demanda era constante y las piezas se cotizaban a un altísimo precio en razón de los riesgos que entrañaba su comercio para satisfacer la demanda de mano de obra en cafetales y plantaciones de algodón y caña de azúcar; tráfico ilicito al que los gobiernos americanos hacían la vista gorda o, en su caso, justificaban aplicando penas muy suaves a los  implicados. Una de estas sanciones recayó en Benito que fue castigado a servir durante un año en la Marina Real brasileña.

   Cumplida la pena, en 1827 se embarca como segundo contramaestre en el bergantín Defensor de Pedro, propiedad de D. Pedro I de Brasil y IV de Portugal, al mando del viejo marino de guerra don Pedro Mariz de Souza y Sarmento. En aquella época Brasil, con una población de cuatro millones, la mitad era de esclavos. Zarpan de Rio de Janeiro el 22 de Noviembre de 1827 con Patente de Corso, encubriendo la verdadera finalidad del viaje que era dirigirse a la Costa de Oro para comprar 800 esclavos y venderlos en Brasil o Cuba. El Defensor de Pedro era un magnifico velero armado con tres cañones en cada banda, y uno en la proa, con una dotación de cuarenta hombres compuesta por brasileños, portugueses, españoles y franceses.
   Tras una navegación tranquila, el 3 de Enero de 1828 fondean en la bahía de Ohué (Ghana) encontrándose con que la región está azotada por una epidemia de  malaria (mal del aire) que retrasa las transacciones previstas, demora que Benito, con la complicidad de algunos marineros, decide el robo del bergantín con el objeto de buscar buques negreros y quedarse con la mercancía para venderla en los mercados americanos. La ocasión se presenta al encontrarse el capitán en tierra, lo que aprovechan para apoderarse del barco, echando en una barca a los que no aprueban el motín, aunque a punta de pistola algunos son obligados a permanecer a bordo, pues se necesitan para las maniobras de navegación, especialote para el braceo del velamen, completando una tripulación de veintidós hombres.
   El 25 de Enero, de noche y sigilosamente, levan anclas y se engolfan navegando fuera de la zona vigilada por los navíos ingleses, hasta situare al socaire de la isla Ascensión, cruce estratégico de las rutas mercantiles. Durante la espera, Benito resolvió, a su manera, una cuestión planteada por el tripulante ferrolano Miguel Ferreiro que le disputaba el mando; una noche, esperando que su adversario se quedara dormido, se acercó a su coy y le descerrajó un tiro en la cabeza, ordenando, seguidamente, arrojar el cadáver al agua; cualquier duda sobre su liderazgo quedaba completamente disipada.
  

Pocos días después, el 19 de febrero, aparecieron en el horizonte las velas de un indianman (buques que hacían la ruta de Extremo Oriente) y rápidamente pusieron proa hacia él; se trataba de la fragata inglesa de tres palos, la Morning Star, que ha de detenerse ante la resolución del buque pirata de hundirla a cañonazos. Benito ordena  que el capitán y otros oficiales pasen a su barco, mandando a la fragata a varios de sus hombres de su confianza para que la desvalijen, y una vez terminado el saqueo maten a todos sus tripulantes y pasajeros, y seguidamente la barrenen para que se hunda. Transbordaron al Defensor de Pedro todo lo que encontraron de valor, joyas, alhajas, piedras preciosas, vajillas, sedas y una enorme cantidad de dinero, sobre todo en monedas de oro, pero el expolio se embruteció con la violación repetida de las mujeres que viajaban en la fragata. Terminada la faena, encerraron en la bodega a los tripulantes y pasajeros, entre los que había niños y soldados licenciados, la mayoría lisiados y mutilados, y, tal como se había planeado, barrenaron el navío. Los rehenes que se encontraban en el barco pirata fueron asesinados, entre ellos el capitán del Morrning Star. El trágico suceso ha quedado reflejado en el cuadro de Clarkson  Standfield
   El Defensor de Pedro retorna a la isla Ascensión donde, para no ser identificados, pintan el barco de negro y lo bautizan con el nombre de Burla Negra, y con esta nueva apariencia y matricula salen a mar abierta al divisar otra presa, el Topaz, de pabellón norteamericano, al que se abarloan y asaltan pasando a cuchillo a todos sus tripulantes, e incendian al navío donde algunos marineros, aunque mal heridos, aún vivían. Hecho el recuento del botín, se dan cuenta de que se han convertido en unos hombres inmensamente ricos, por lo que acuerdan poner rumbo a España para vender parte del pillaje que llevan a bordo, hacer el reparto y dispersarse. Sin embargo, la suerte quiso que durante la navegación se encontraran con diversos buques que, asimismo, abordaron y saquearon: los ingleses Cassnock, Sumbury y New Prospect y el portugués Ermelinda. Llegados a España, ni en Pontevedra ni en La Coruña las cosas salieron como esperaban, por lo que el 26 de  Abril de 1828 ponen rumbo al Sur, no sin antes degollar a varios tripulantes que trataron de amotinarse. Después de varios días de navegación pusieron proa a un faro que creyeron era el de Tarifa embarrancando la nave; tras enterrar varios cofres con monedas de oro, se hospedan en un ventorrillo cercano, llamado Chato, donde se enteran de que han varado en la playa de Santa María, en Cádiz, a la altura de Puerta Tierra, a muy pocos metros del castillo y faro de Santa Catalina en La Caleta; error fatal que cambiaría el destino de los piratas hacia un trágico final.