jueves, 20 de marzo de 2014

LA ESTAFA DE LA ESCUADRA RUSA

Alberto Casas.



Una gran mayoría de historiadores consideran el reinado de Fernando VII el más nefasto de la Historia de España, no sólo por sus resultados políticos y sociales, sino por la catadura personal del monarca, proclamado por el pueblo al principio como el Deseado, y después despreciado y moteado como el Narizotas, el Felón y otras perlas que definían a un soberano que hacía de la hipocresía, el cinismo, la cobardía y la ingratitud la norma que regía sus actos y conducta, ante su familia (enemigo de su padre y de su madre), ante sus supuestos amigos, ante  el gobierno, ante el pueblo y la Constitución. La reina Carolina de Nápoles, madre de María Antonia, la primera mujer del entonces Príncipe de Asturias, dice de su yerno: un marido tonto, ocioso, mentiroso, envilecido, solapado y ni siquiera hombre físicamente…

  Su repugnante sometimiento a las humillaciones a que le sometía Napoleón, al que efusivamente felicitaba cada vez que el ejército invasor de su patria obtenía un triunfo, comienza su reinado aboliendo la Constitución de 1812, restableciendo la Inquisición y ordenando persecuciones, detenciones y destierros, incluso aplicando la tortura y alguna que otra pena de muerte, aunque prohibidas por la ley,  dictadas, firmadas y ejecutadas por voluntad expresa del rey, incapaz de enfrentarse a los gravísimos problemas, nacionales e internacionales, cuyo tratamiento y decisiones dejaba en manos de su camarilla, formada, entre otros, por el trasnochador duque de Alagón, por Antonio Ugarte, por Perico Chamorro, que cambió su nombre por Pedro Collado, aguador de la Fuente del Berrio, espía y putero; un barbero llamado Moscoso, el general Eguía alias el Coletilla, el intrigante canónigo Escoiquiz, Ramirez de Arellano, y Lozano Torres, que ponían y quitaban ministros, generales, diputados, consejeros, etc., palmeros del rey en sus noctámbulos enredos con chulaponas, prostitutas, bailarinas, chisperos y bandoleros (se dice que conoció a Luís Candelas) en tugurios como el Cuclillo o el Traganiños, e incluso negocios con Pepa la Malagueña y con la Tirabuzones.
   Un ejemplo triste y vergonzoso de la relajación de los gobernantes, fue el escandaloso episodio de la compra a Rusia de una serie de buques de guerra destinados a renovar la escuálida flota de España, tanto en cantidad, calidad y efectividad, casi nula tras los desastres de San Vicente, Trafalgar y la lucha de las colonias hispanoamericanas por su independencia.

  El plenipotenciario ruso Vladimir Pavlovich Tatischev aprovechó su privilegiada posición diplomática para medrar en los negocios a través de la Compañía Gral. y de Comercio de los Cinco Gremios Mayores de Madrid, trasiegos oscuros donde conoce a un personaje singular y listo, a pesar de su  calaña social y absoluta falta de escrúpulos y de principios morales. Se trata de Antonio Ugarte Larrazabal, ex esportillero, ex escribiente, ex bailarín, con el que el ministro zarista forma equipo logrando introducirlo en la sacrosanta camarilla real en la que se gana la confianza del rey y sus consejos admitidos y seguidos. Con su aparente leal cooperación el ruso sirve sus propios intereses y los de su amo el zar Alejandro I, afianzando las relaciones hispano rusas, gestión que Su Católica Majestad agradece otorgándole, en secreto, el Toisón de Oro.
   Ugarte convence al rey de la necesidad de contar con una gran flota para dominar la rebelión de los países americanos. Con el real consentimiento y bajo el más estricto secreto, se firma el acuerdo en 1817, sin que ministros (Vázquez de Figueroa lo era de Marina) y autoridades navales tengan conocimiento del pacto. La operación consistió en la compra de cinco navíos de línea y tres fragatas, bajo las siguientes condiciones:

Se entregará dicha escuadra completamente armada y equipada y en estado de poder hacer un  viaje de largo curso. Será provista de suficiente número de velas, de áncoras, de cables y otros utensilios necesarios, con inclusión de munición de guerra y demás objetos, precisos par el servicio de la artillería como también de provisiones de boca para cuatro meses.
La escuadra armada, equipada y con provisiones, municiones, etc., se evalúa en 13.600.000 rublos…
… S. M. Católica cede a S. M. Imperial la suma de 400.000 libras esterlinas concedidas por Inglaterra a título de indemnización por la abolición del tráfico de negros…
Los marineros rusos que hubieren conducido dicha escuadra a Cádiz, inmediatamente después serán embarcados en buques de transporte, que estarán preparados en dicho puerto `para restituir a aquellos a su patria. El flete de dichos buques y la manutención de los referidos marineros rusos serán de cuenta del Gobierno español…

   Los buques objeto de la compra eran 5 navíos de línea de 74 cañones, y tres fragatas:
Navíos: “Tres Obispos” (Velasco). “Äguila del Norte” (España). “Neptuno” (Fernando VII). “Dresde” (Alejandro I). “Lübeck” (Numancia). Fragatas: “Astrolabio”. “Mercurio”. “Patricio” (Reina María Isabel).
   La escuadra partió de Kromstadt el 27 de septiembre de 1817 y arribó a Cádiz 146 días después, una travesía que normalmente se realizaba entre 55 ó 60 días. Sin embargo, los barcos, apenas engolfados en el canal de la Mancha, comienzan a tener dificultades, especialmente en sus aparejos, lo que los obliga a refugiarse en puertos ingleses para las oportunas reparaciones que duraron cerca de dos meses. Otra muestra de las condiciones en que los buques se hicieron a la mar se evidencia en que el trayecto desde el puerto ruso a Londres duró 74 días.

  La presencia de la escuadra en la bahía gaditana, el 21 de febrero de 1818, alarmó a la ciudad y a su comandante Hidalgo de Cisneros que dispuso los medios de defensa ante el posible ataque de una flota desconocida, ignorante de que se trataba de navíos comprados por Su Majestad. La misma desagradable sorpresa recibió el Ministro de Marina, Vázquez de Figueroa. Sometidos a inspección en La Carraca, el diagnostico fue contundente y negativo: ni uno de los barcos estaba en condiciones de navegar, salvo si eran reparados a costes altísimos y prohibitivos, alrededor de 5 millones de reales de vellón, por lo que uno a uno fueron desguazados y sus cascos vendidos como chatarra. El Dresde (Alejandro I) se destinó al Perú, pero al cruzar el Ecuador tuvo que volver a Cádiz para ser desguazado en 1823. El Patricio (Reina María Isabel) fue apresado por los rebeldes chilenos en el Puerto de Talcahuano el 28 de octubre de 1818.  El propio zar comprendió la situación y trató de compensarla regalando a España la fragatas Ligera, Pronta y Viva. La Viva se hundió en La Habana, la Ligera en Santiago de Cuba en 1822, mientras que la Pronta, tras unos servicios costeros acabó en el desguace en 1820
   Los últimos diez años del reinado, de 1823 a 1833, han quedado grabados en la historia como La Década Ominosa, que para mantener su poder absoluto no duda en requerir la ayuda del ejército francés (los 100.000 hijos de San Luís) que al mando del marqués de Angulema invade España. ¿Qué más se puede decir de un país sumido en la más aflictiva situación que repugna a la memoria? Fernando VII muere el 29 de septiembre de 1833.



lunes, 3 de marzo de 2014

EL ALMIRANTE PAPACHÍN



Alberto Casas

            Una de las causas más disparatadas que originó una serie de conflictos navales de trágicas y costosas consecuencias, tanto en pérdidas y graves daños en los navíos enfrentados, como en el absurdo y dramático coste de miles de vidas humanas, no fue otra que el uso y abuso del poder y de la soberbia, exigiendo el poderoso pleitesía al más débil invocando reglas y normas que debían de ser de cortesía, reconocimiento y respeto, como era la inveterada, tradicional y antiquísima costumbre de saludarse en alta mar, o al entrar y salir de un puerto, bien con música y redobles de tambor y el grito repetido tres veces por la tripulación de ¡uh!, ¡uh!, ¡uh!, o el ¡hurra!, ¡hurra, ¡hurra! de las naves nórdicas, o, por ejemplo, el ¡ah!, ¡ah!, ¡ah! de las galeras venecianas. Este ceremonial público de caballerosidad ya es citado por Virgilio en la Eneida y Cervantes relata el embarque de don Quijote y Sancho en unas galeras, en Barcelona:

apenas llegaron a la marina, cuando todas las galeras abatieron tienda, y sonaron las chirimías; arrojaron luego el esquife al agua, cubierto de ricos tapetes y de almohadas de terciopelo carmesí, y en poniendo que puso los pies en él don Quijote, disparó la capitana el cañón de crujía, y las otras galeras hicieron lo mismo, y al subir don Quijote por la escala derecha, toda la chusma le saludó como es usanza cuando una persona principal entra en la galera, diciendo: ¡Hu, hu, hu! tres veces.

   Con la aparición de navíos expresamente construidos para misiones de guerra y provistos de una potente artillería en batería y capaces de liderar el dominio de los mares, algunas potencias marítimas, como manifestación de su poderío, comienzan a exigir que en alta mar se les rinda homenaje mediante el saludo correspondiente, consistente en el abatimiento de banderas y estandartes, arriar las gavias o amolar las velas (abrirlas hasta que el viento las hinche pero procurando que no flameen; con esta maniobra el navío pierde velocidad) y disparar una serie de salvas, siempre un número impar, ritual que una vez efectuado sería contestado por el navío reverenciado. El incumplimiento de esta regla injustificadamente impuesta por el más fuerte, se consideraba un agravio y justo motivo de casus belli.
   Esta falta de acatamiento, sumisión y docilidad dio lugar a un trágico incidente entre el almirante español Honorato Bonifacio Papachino, comúnmente llamado Papachín,  que en 1688 recibe la orden de dirigirse a Alicante, desde Nápoles de donde zarpa el 28 de mayo de dicho año, con dos naves de la flota de Flandes, el galeón Carlos III y la fragata San Jerónimo, y estando el 2 de Junio a la demora de Altea, se les acercaron por barlovento tres navíos franceses, al mando del Caballero de Tourville, que solicitó se le hicieran los honores que exigía le correspondían, privilegio que Papachino negó que tuviera y que por lo tanto no tenía obligación alguna de rendir saludo a la flota francesa, ni a otra nación, más que en régimen de reciprocidad, tal como el Reino de España lo tenía establecido con Francia, Inglaterra, Portugal, Polonia, Dinamarca, Suecia y los Estados Pontificios, máxime estando en aguas propias, en cuyo caso la cortesía incumbe al navío forastero.
   Con esta respuesta a la conminatoria demanda, los franceses trataron de abordar las naves españolas cañoneándolas, y tras haber sufrido unas 60 bajas, el San Jerónimo se rindió, mientras que Papachino, después de una heroica y desigual defensa ante fuerzas muy superiores, hubo de hacerlo forzosamente al haber perdido el palo mayor y el timón, impidiéndole maniobrar y contando ya con unos 120 hombres muertos, situación límite que le obligó a hacer el saludo, que no cortesía, que se le exigía; satisfecho, se dignó contestar Tourville desde su navío insignia Content.
   Efectuadas las reparaciones más indispensables, el Carlos III pudo navegar hasta Benidorm para su reparación y descarga de los efectos y documentos consignados a la Corte. El Rey aprobó sin reservas el proceder de Papachino, mientras al comandante de la San Jerónimo, Juan Amant Bli, se le sometió a Consejo de Guerra.
   Honorato Bonifacio Papachino nació en la isla de Cerdeña, y siendo muy joven se alistó como soldado en los Tercios de Mar, ascendiendo muy rápidamente en reconocimiento a sus acciones en misiones de guerra, en el Mediterráneo contra los berberiscos y los turcos, y en el estrecho de Gibraltar, al mando de 6 bajeles apresó un navío francés, a un argelino de 40 cañones, y un convoy holandés de 6 naves con pertrechos a un puerto francés. Asimismo destacó en la defensa del Peñón de Alhucemas; escoltó a los galeones de Indias e intervino eficazmente en la defensa de Barcelona. En 1664 fue nombrado Capitán de Mar y en 1667 se le concedió el título de Almirante ad honore por los muchos años que ha servido con diferentes plazas hasta la de Capitán y por los viajes, ocasiones y combates en que obró con valor y crédito de soldado y marinero.
   En 1679, el VI duque de Veragua, don Pedro Manuel Colón de Portugal y de la Cueva, ensalzando sus buenas condiciones de marinero y soldado, así como por la experiencia y valor con que ha servido tantos años y haber cumplido como bueno en las ocasiones de pelear que se han ofrecido, lo propone para Almirante de la flota de Flandes, compuesta por los galeones Carlos III y San Pedro Alcántara, la fragata San Jerónimo y el patache Castilla; en 1684 se le otorga un sobresueldo de 500 escudos y el titulo de Almirante Real; en 1694 es nombrado Jefe Superior de la Armada, retirándose del servicio activo en 1697, pasando sus últimos años en el Puerto de Santa María.

   Sin embargo, su fama proviene de negarse a cumplimentar le etiqueta impuesta por el rey francés Luis XIV, y que sólo la superioridad del enemigo lo hizo doblegar para evitar más muertes entre sus hombres, acción naval de bizarría y dignidad de la que nació el refrán: la escuadra de Papachin, un navío y un bergantín, expresando la inferioridad de una flota en combate.

martes, 18 de febrero de 2014

HUELVA EN LAS ISLAS GALÁPAGOS

Alberto Casas.
           
Vasco Núñez de Balboa, acompañado de su perro Leoncico (hijo del célebre Becerrillo que tenía paga de ballestero) y por un grupo de 66 españoles, entre los que iba Francisco Pizarro y varios de Huelva, como Pedro Martín de Palos, Juan de Beas, Juan García, Juan Gallego, y Pedro Fernández, de Aroche, entre otros, descubrió la Mar del Sur, que también fue llamada Lago Español, y Magallanes bautizó con el definitivo de Océano Pacifico. Del evento de Vasco Núñez de Balboa levanta la preceptiva acta el escribano Andrés de Valderrábano:
   Y en martes veinte e cinco de aquel año de mil e quinientos trece, a las diez horas del día, yendo el capitán Vasco Nuñez en la delantera de todos los que llevaba por un monte raso, vido desde encima de la cumbre dél, la Mar del Sur…
   El citado monte raso lo identifican con el actual Cerro Gigante. En la relación el escribano explica que el descubridor, metiéndose en el agua hasta las rodillas dio vivas a

Los muy altos e poderosos señores don Fernando e doña Juana, reyes de Castilla e de León, e de Aragón, etc., en cuyo nombre e por la corona real de Castilla tomo e aprehendo la posesión real e corporal e actualmente destos mares e tierras, e costas, e puertos, e islas australes…

   El acontecimiento, de suma trascendencia, suponía la posibilidad del descubrimiento de nuevas tierras, de la explotación de sus riquezas y el establecimiento de un puente marítimo con las islas de las Especierías en las Indias Orientales. Asimismo, abría rutas para la exploración de la costa occidental americana en la búsqueda de un paso que comunicara los dos océanos, labor en la que también destacaron marinos de Huelva, como Andrés Niño, Antón Martín y Alonso Quintero.
   Con la fundación de Panamá comienzan las expediciones marítimas del Pacifico, principalmente de las aguas que bañaban las costas al sur de la Castilla del Oro y que realizan navegantes, como el Adelantado Pascual de Andagoya y, especialmente, el moguereño Bartolomé Ruíz, uno de los 13 de la fama, el verdadero descubridor del Perú y el primero que llevó a Panamá noticias del fabuloso imperio de los Incas. Bartolomé Ruiz bojeó aquellas costas cartografiándolas, siendo el primero también que atravesó la línea equinoccial del Pacifico reconociendo el litoral norte del Arauco (Chile) y dando cuenta de la existencia de una poderosa corriente que hoy se llama de Humboldt, exploración que más tarde continuó y completó el también moguereño Juan Fernández Ladrillero, del que Andagoya dice en una carta que escribió a Carlos V que es el hombre de más verdad, ciencia y habilidad que había encontrado.

   La conquista del Perú originó una serie de conflictos entre pizarristas y almagristas sobre los límites de sus respectivas gobernaciones, enmarcadas en territorios tan amplios como poco conocidos, situación que decidió al Emperador a nombrar al obispo de Panamá, Tomás de Berlanga, para que arbitrara en tan enojosa cuestión. El obispo fracasó en la misión encomendada por la intransigencia tanto de Pizarro como de Almagro, pero ha pasado a la historia como el descubridor de las islas Galápagos, el 10 de marzo de 1535.
   Situadas en el Océano Pacífico y atravesadas por la línea del Ecuador, latitud 0º y longitud 90º oeste, el archipiélago, que también se llama de Colón, se halla a unas 600 millas del lugar más próximo de la costa occidental suramericana. Formado por diecinueva islas principales y más de 200 islotes e innumerables peñascos, se halla en un punto geográfico que constituye una auténtica encrucijada de corrientes y contracorrientes que hacen que su navegación, a vela, se convierta en una peligrosa aventura, tanto a la ida como a la vuelta, aunque todo indica que hasta ellas llegaran algunas expediciones precolombinas que no se asentaron por sus nulas condiciones de habitabilidad al carecer de agua potable, de tierras cultivables y de minas productivas, circunstancias a las que se añaden una intensa actividad volcánica y los accidentes meteorológicos que cubren las derrotas de ida y retorno.

   El obispo Berlanga remite al Emperador un detallado informe del descubrimiento, en el que explica como las naves se engolfaron arrastradas por los alisios del nordeste y la corriente surecuatorial, que puede alcanzar los 3 nudos de velocidad, hasta que divisaron las islas en las que recalaron con grandes dificultades. Al efectuar los correspondientes cálculos náuticos hallaron con sorpresa que se habían alejado de la costa unas 600 leguas. La vuelta hacia tierra firme constituyó un prodigio de pericia del piloto que maniobró hasta meterse en la corriente ecuatorial que corría hacia el este. Berlanga las describe como pobladas por lobos marinos e tortugas e galápagos tan grandes que llevaban cada uno un hombre encima, e muchas iguanas que son como sierpes.
   Sin embargo, este descubrimiento pasó casi desapercibido por las causas mencionadas, por lo que durante mucho tiempo sirvieron de refugio de piratas y de balleneros que fueron dando nombre a cada una de las islas, que enumeradas  de mayor a menor, según su extensión territorial:

Albermarle, Indefatigable, Narborough, James, Chatham, Charles, Bindloe, Hood, Abingdon, Baltra, Barrington, Duncan, Tower, Jervis, Mosquera, Wenman, Brattle, Bartolomé, Darwin.

   





El 12 de Abril de 1831 la República del Ecuador tomó posesión del archipiélago fundando la capital, Puerto Baquerizo Moreno, en la isla San Cristóbal, que es la que reúne las mejores condiciones para sostener una población y tiene buenos fondeaderos para los buques.
   El estudio de la fauna y flora de estas islas fueron determinantes en la elaboración de las teorías de Darwin, que las visitó en 1835 durante su periplo a bordo del Beagle, mandado por el capitán Fitz Roy..

   Con motivo del IV Centenario del Descubrimiento (1892), que se celebró en Huelva, el gobierno del Ecuador decidió y aprobó una nueva titulación de las islas Galápagos, homenajeando la gesta colombina, que desde entonces es la siguiente:

Isabela, Santa Cruz, Fernandina,  San Salvador/ Santiago, Cristóbal, Santa María, Marchena, Española, Pinta, Baltra, Santa Fe, Pinzón, Genovesa, Rábida, Seymour Norte, Wolf, Tortuga, Bartolomé, Darwin.   


   En 1981, la Unesco las declaró Patrimonio de la Humanidad.

jueves, 6 de febrero de 2014

DON JUAN DE BENAVIDES: BATALLA NAVAL DE MATANZAS





Alberto Casas.

La mal llamada Batalla Naval de Matanzas es uno de los episodios más triste y nefasto de la Historia marítima de España, no sólo por la trascendencia meramente bélica, o por las pérdidas humanas que las confrontaciones conllevan, o por el naufragio de naves, cañoneadas o incendiadas, o el mayor o menor valor del botín que cae en poder del vencedor, en  muchos casos piratas y corsarios; pero en esta aciaga ocasión, el descalabro significó algo mas además de que se sufrió sin luchar, sin apenas pérdidas de vidas que contar, pero sí de barcos abandonados y de las riquezas que transportaban; este tesoro fue el primero de las Indias, que ha caído en manos de enemigos y herejes (Solórzano Pereira)
   El orgullo, la moral y el prestigio de España quedaron deshonrados, y lo que es peor, ridiculizados, y así con amargura lo reconocía el rey, Felipe IV:

Os aseguro que siempre que hablo del desastre se me revuelve la sangre en las venas, no por la pérdida de la hacienda, que de ésa no me acuerdo, sino por lo de la reputación que perdimos los españoles en aquella infame retirada, causada de miedo y codicia,
  
   Y la autoría de esta humillación de repercusión nacional e internacional recayó en un hombre de rancio abolengo y de conducta intachable hasta entonces, con reconocidos servicios a su patria: Don Juan de Benavides y Bazán, nacido en Úbeda (Jaén), en fecha que la mayoría de los historiadores no determinan, pero que el historiador don Antonio Domínguez Ortiz (1909-2013) señaló la del 21 de febrero de 1572. De familia aristocrática, hijo de don Manuel de Benavides, primer marqués de Jabalquinto, y de doña Catalina de Rojas y Sotomayor, nieta del marqués de Denia. El desaparecido historiador sevillano nos revela una historia que se había procurado mantener en el más absoluto secreto para que ninguna mácula enturbiara tan ilustre linaje.
   Hijo del marqués de Jabalquinto y entroncado con la alta nobleza castellana, con los marqueses de Frómista, los condes de Santisteban del Puerto, con los Bazán, sobrino nieto de don Álvaro, marqués de Santa Cruz, Capitán General de la Mar Océana, martillo de piratas y corsarios, de ingleses, de franceses y portugueses en la jornada de las Terceras, en Lepanto, etc., Cervantes lo titula padre de los soldados, rayo de la guerra, venturoso y jamás vencido… pero la verdadera historia de Juan Benavides – según Domínguez Ortiz –  empieza por ser el fruto de los amores de su padre con una hidalga de Úbeda, que al no cumplir su amante la palabra de matrimonio se retiró al convento de Santa Clara de la ciudad. Su padre, don Manuel, se casó con doña Catalina de Rojas y Sandoval que en el árbol genealógico figura como la madre de Juan Benavides.    
   Criado como correspondía a un caballero de su alcurnia, muy joven embarcó en las galeras de Portugal como entretenido de su tío don Álvaro de Bazán Benavides, con 30 escudos mensuales de sueldo. Finalizada su instrucción náutica pasó a servir en la flota de Indias, cruzando el Atlántico unas trece veces, siendo nombrado Almirante en 1615, recibiendo el hábito de Santiago en 1619 y el título de General de las flotas en 1620. Como Almirante realizó tres viajes a las Indias: con Antonio Oquendo en 1613, con Martín de Vallecilla en 1615 y con Juan de Salas Valdés en 1617, mientras que como General hizo dos, en 1620 y 1623, y la última y trágica en 1628.
   Encargado de recoger la flota de la plata, el 22 de julio de 1627, zarpa de Cádiz. El primer contratiempo fue que la salida hubo de retrasarse por la tardanza de presentarse a bordo el arzobispo de México Francisco Mauro. Arribada la flota a su destino, Veracruz, el 16 de septiembre, se prepara el convoy, 5 navíos de guerra y 30 mercantes, que ha de llevar el valioso cargamento a España, zarpando el 21 de julio de 1628, pero la falta de viento los obliga a fondear en el canal de San Juan de Ulúa, levantándose de noche un recio temporal que hace varar la Capitana, bien por una mala maniobra del timonel (argumento de Benavides) o por estar sobrecargada, procediéndose a transbordar la plata a otros navíos, operación en la que naufraga la nave mercante la Larga, perdiéndose en los transbordos unos días hasta que, finalmente, se hacen de nuevo a la mar el 8 de agosto. Mientras tanto, a la caza de la flota de la plata navegaba la escuadra del holandés Piet Pieterszoon Heyn, marino avezado con una larga experiencia como corsario, apresado por navíos españoles en los que sirvió durante cuatro años encadenado al remo de las galeras. El Gobernador de Cuba, Lorenzo de Contreras, envía un patache para informar a Benavides de la proximidad de los navíos holandeses que logran meter una urca entre la flota española que desaparece sin ser molestada.

  Benavides ordena navegar cerca de la costa cubana donde espera encontrar protección, pero en la desapacible mañana del 8 de septiembre se encuentra con la flota de Piet Heyn encima, por lo que decide que las naves se adentren en la bahía de Matanzas y que desembarquen la plata en tierra ante la imposibilidad de hacer frente a 32 navíos con un potencial de 623 cañones y 3500 hombres frente a 175 cañones de bronce y 48 de hierro de las naves españolas. Se da la orden de abandono que rápidamente es obedecida, pero en desbandada, y el propio Benavides en una chalupa es el primero que llega al ingenio de don Diego Días Pimienta; únicamente el almirante Leoz hace un intento de defensa, pero ante la superioridad holandesa, opta por rendirse pero despojándose de su hábito de Santiago para no ser identificado.
   El almirante holandés, sin ser molestado dispuso de todo el tiempo que quiso para apoderarse de la plata y de las mercancías más valiosas (índigo, cochinilla y otras), de saquear y destruir varios navíos y apoderarse de los que estaban en mejores condiciones, llevando los magníficos trofeos a Holanda donde 9 de enero de 1929 es recibido como héroe nacional y se le premia nombrándole Teniente Almirante de la Armada. El tesoro que entrega, plata, navíos y mercancías se valora en 11.499,176 reales (4 millones de ducados o 6 millones de pesos).
   La noticia en España causa un efecto demoledor, que Matías de Novoa (1576-1652), ayudante de Felipe IV resumió de esta forma:

Atormentó al reino, hizo temblar a los hombres de negocios y confundió el caudal de todos, poniendo en suma congoja á los más, no tanto por la falta que el Tesoro hiciera, como por la afrenta con que se engrosaban los enemigos para acabarnos de destruir.

   En La Habana, Benavides tiene tiempo de reflexionar sobre lo sucedido, de la extrema gravedad de su comportamiento y de las consecuencias que le pueden acarrear. Sin convicción, pero apelando a la piedad del rey, le envía el siguiente informe:

Señor: Quisiera poderme escusar de dar cuenta a V.M. de la ínfelice suerte que le estava guardada a esta flota de mi cargo, y aver sido tan dichoso que con mi muerte la escriviera otro; pero ya que Dios no lo permitió por mis pecados, hago saber a V.M. que habiendo salido del puerto de San Juan de Ulua a ocho de agosto después de la arribada en que quedó desarbolada la Capitana que traía, y no aviendo visto aviso de España ni tenídole de ninguna parte, tardé treinta días en llegar a la costa de La Habana, la qual reconocí ocho de setiembre al amanecer, hallándome cerca del puerto de Matanças, y a la misma hora vino sobre mí una armada olandesa de 32 urcas, tan pujante como constará a V.M. de otras relaciones, y aunque era tanta la desigualdad de la mía, que sólo consistía en dos navíos de armada y dos de merchanta, fui siguiendo mi viaje dispuesto a morir en tan justa y forçosa demanda, hasta que instado de toda la gente de la nao para que escusase riesgo tan declarado en la plata de V.M. y particulares, con parecer de los que pudieron darle, acordé por salvarla meterme en el dicho puerto de Matanças, donde fui informado que podría entrar con seguridad, y con muy poco lugar que el enemigo diese, calmando el viento como de ordinario suele por las noches, echarla en tierra, o quando no, la gente, y quemar dichas naos, con que el tesoro quedaría en parte que con facilidad podría sacarse. Llegué a la vaía ya noche, aunque no lo parecía según la claridad de la luna, encallaron todas cuatro naos en una laja que tiene, embaraçándose de suerte que sólo pudimos valernos de las pieças de popa, aviéndole refrescado el viento al enemigo y acercándose tanto que me obligó a dar orden en dichas naos para que a toda priesa echasen la gente en tierra y se quemasen, y lo mismo fui ejecutando en la Capitana, començando por alguna infantería, que salió con el estandarte y vandera, con orden de sustentarse en el desembarcadero hasta estar todos en tierra, para que juntos guardásemos el puerto más cercano y a propósito que fuera posible para ofender al enemigo si desembarcase gente, que ayudados en la fragosidad de la tierra y del socorro que podíamos esperar de la gente della, no fuera dificultoso. Esta orden fue tan mal obedecida, que estando yo mismo disparando las pieças que se dispararon en la Capitana y subiendo los cartuchos para ellas, porque ya la gente de mar y artilleros me avían quedado muy pocos, vino el guardián Della en un bote dándome voznes para que fuese a tierra a hazer repara la gente que toda se iva huyendo el monte adentro, y a que volviesen las chalupas, que las ivan desamparando; y pareciéndome que podía acudir a uno y a otro, volviendo a las naos y trayendo las chalupas, salté en dicho bote, dexando prevenidos fuegos en la Capitana para quemarse con las demás barloadas; y aviendo llegado a tierra, ni hallé gente que detener ni quien volviese a las chalupas, ni la priesa con que el enemigo  abordó nuestras naos por la vanda de tierra dexándome aislado en ella, y las muchas valas que al mismo tiempo dispararon al desembarcadero diesen lugar a mi buelts, ni le hiziesen en mi cuerpo, aunque lo deseé, envidiando a los que cerca de mí cayeron  muertos y heridos.

    Felipe IV dio orden de detenerlo en cuanto llegara a España, como así se hizo, siendo su intención de ejecutarlo inmediatamente, pero suspendiendo la sentencia ante las suplicas de doña María, hermana de Benavides y dama de honor de la reina, sacando del rey la promesa de que respetaría la vida del reo mientras ella viviese, compromiso que indignó al Conde-Duque de Olivares. Don Juan fue internado en una oscura celda de la cárcel de Carmona, donde permaneció casi seis años en condiciones infrahumanas que le impulsaron a suicidarse, intento que falló a pesar de las heridas que se infligió con un cuchillo.
   Se encargó la instrucción del proceso al Licenciado don Juan de Solórzano Pereira, del Consejo de S. M. en el Real de las Indias, que lo acusó del crimen de prodición (traición o entrega) que no tiene excusa ni perdón cuando es cometido por los nobles, recordándole que en Francia los ahorcan en las horcas más altas, y que en 1627 fue degollado en Rotterdam el capitán Bagwyn por haber abandonado su navío a los galeones españoles sin oponer resistencia.
   Fue acusado también de llevar las naves embalumadas con pipas de vino, sacos de azúcar, muebles y equipajes que tapaban las portas y aspilleras de la artillería, estorbando las maniobras de la tripulación. En las naves iban pasajeros de más con sus criados, criadas, cocineros, sastres, barberos y otro personal de servicio, y el mismo Benavides llevaba 5 o 6 criados suyos, todo ello en merma del enrolamiento de marineros, soldados y sobre todo artilleros.
   El 5 de mayo de 1634 le fue comunicada su sentencia a muerte y así fue proclamada públicamente: Esta es la justicia que el Rey nuestro señor y sus Reales Consejos mandan hacer a este hombre por el descuido que tuvo en la pérdida de la flota de Nueva España, que tomó el enemigo el pasado año de 1628. ¡Quien tal hizo, que tal pague!.
   Fue trasladado a Sevilla un Benavides excesivamente envejecido (62 años). con el pelo cano, la barba hasta la cintura y el cabello largo cubriendo sus hombros, siendo ejecutado (degollado), el 18 de mayo de 1634 en el cadalso levantado en la plaza de San Francisco de Sevilla, corriendo con los gastos de las exequias y entierro el duque de Veragua.


martes, 28 de enero de 2014

EL JAVANÉS


Alberto Casas

Método sencillo y rápido para el aprendizaje del “Javanés”,
 y reglas prácticas para su correcta y eficaz aplicación, según el método tradicional.

            Sucedió un lunes, 8 de Septiembre de 1522, cuando la nao Victoria fondeó  frente al muelle de las Muelas de Sevilla, culminando la primera vuelta al mundo al mando de Juan Sebastián de Elcano. Del maltrecho y casi desmantelado navío que había realizado la más larga travesía hasta entonces conocida, desembarcaron 18 canijos tripulantes, supervivientes de los 365 que con Magallanes habían iniciado tan  extraordinario viaje en Sanlúcar de Barrameda, el 20 de Septiembre de 1519, tres años antes. Entre los argonautas que desembarcaron tres eran de Huelva: Francisco y Juan Rodriguez, y Antón Hernández Colmenero. Enfermos y exhaustos, tuvieron ánimo y fuerzas para dirigirse en procesión, descalzos, en camisa, a pie y con un cirio en la mano, a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la de Santa María la Antigua, como le habíamos prometido hacer en los momentos de angustia (A. Pigafetta.- “Primer viaje en torno del Globo”)

  Dos meses antes, al recalar en Cabo Verde para abastecerse de víveres y agua, y realizar las reparaciones más urgentes, los portugueses apresaron a 12 tripulantes, entre ellos, al bollullero Ocacio Alonso y al huelvano Gómez Hernández. Eran los que quedaban de unas tripulaciones en las que se habían enrolado marineros procedentes de Huelva, Lepe, Ayamonte, Palos, Aracena, Moguer, Almonaster, Trigueros, Aroche, Cabezas Rubias y otras localidades.
   Entre los 18 que pisaron tierra española se encontraba el Caballero de Rodas, Antonio (Lombardo) Pigafetta, cronista de la expedición, razón por la que ocupa un lugar destacado en el Panteón de la Historia por su constancia, y buena salud también, por la gracia de Dios, yo no sufrí ninguna enfermedad, en narrar, día a día, los extraordinarios acontecimientos que le tocó vivir. Asesinado Magallanes por los nativos de Joló, y sustituyéndole en el mando Elcano, se continua la navegación por las Molucas, cargando las naves de especias (clavo, nuez moscada, canela y jengibre), hasta que bien repletas las bodegas, se decidió que la Victoria iniciara el viaje de retorno a España, pero ella sola, ante la imposibilidad de que la Trinidad, muy averiada, pudiera seguirla. Con anterioridad, la Santiago había sido arrojada a la costa por un espantoso temporal durante su misión de  reconocimiento de la costa patagónica; más tarde, la San Antonio, al mando del portugués Esteban Gómez, desertó a la entrada del estrecho de Magallanes, regresando a España, y, por último, ya en las islas del Pacifico, fue quemada la Concepción, por evidentes razones estratégicas.

   En su Relación, el Patricio Vicentino deja constancia, hasta sus mínimos detalles, de todo lo que observa y llama la atención de su curiosidad: los acaecimientos de la navegación, las peculiaridades de las tierras que visitan, su flora, su fauna, las costumbres de los indígenas, su lenguaje, su vestimenta, su relaciones sociales y sexuales, etc., sorprendiéndonos la realización de prácticas en pueblos que vivían sin las teorías, lecciones y medios de todo género que nos invaden y agobian.
   Durante su complicada estancia en tierras brasileñas no cuenta el siguiente suceso, extraño y que muchos historiadores dudan de su credibilidad:

Una hermosa joven subió una noche a la nao capitana, donde me encontraba yo, no con otro propósito que el de aprovechar alguna nadería de desecho. Andando en lo cu al, le echó el ojo, en la cámara del suboficial, abierta, a un clavo, largo más que un dedo; y apoderándose de él con gran gentileza y galantería, hundiólo por entero, de punta a cabo, entre los labios de su natura…viéndolo todo perfectamente el capitán general y yo.

   En la isla de Mactán, donde Magallanes perdió la vida  a manos de los nativos el 27 de abril de 1521, Pigafetta narrando los hábitos sociales de los indígenas, nos deja la siguiente narración:

Estos pueblos andan desnudos, cubriéndose solamente las vergüenzas con un tejido de palmas que atan a la cintura. Grandes y pequeños se han hecho traspasar el pene cerca de la cabeza y de lado a lado, con una barrita de oro o bien de estaño, del espesor de las plumas de oca y en cada remate de esa barra tienen unos como una estrella, con pinchos en la parte de arriba; otros, como una cabeza de clavo de carro. En mitad del artefacto hay un agujero, por el cual orinan, pues aquél y sus estrellas no tienen el menor movimiento. Afirman ellos que sus mujeres lo desean así y que de lo contrario nada les permitirían. Cuando desean usar de tales mujeres, ellos mismos pinzan su pene, retorciéndolo, de forma que, muy cuidadosamente, puedan meter antes la estrella, ahora encima y después la otra. Cuando está todo dentro, recupera su posición normal y así no se sale hasta que se reblandece, porque de inflamado no hay quien lo extraiga ya.

   Grima y algunas cosas más se sienten al leer estos terribles párrafos, aunque si ellas lo quieren así, pues eso…
   Navegando de vuelta a España, sobre finales de Enero y principios de Febrero de 1522, la nao recaló en la isla de Java, Jaoa para los indígenas, para proveerse de agua y un copioso matalotaje en el que entraban cabras, cerdos, búfalos, arroz y plátanos, que se pagaron con telas, hachas y cuchillos; el cronista cuenta cosas maravillosas y fantásticas de la isla, pero ninguna como la forma que tienen sus pobladores de seducir y rendir a las mocitas javanesas.

Igualmente nos informaron de que los mozos de Java, cuando se enamoran de alguna bella joven, átanse con hilo ciertas campanillas entre miembro y prepucio; acuden bajo las ventanas de su enamorada, y haciendo acción de orinar y agitando el miembro, tintinean las tales campanillas hasta que las requeridas las oyen. Inmediatamente acuden al reclamo, y hacen su voluntad; siempre con las campanillas, porque a sus mujeres les causan gran placer escucharlas cómo les resuenan dentro de sí. Las campanillas van siempre cubiertas del todo, y cuanto más se las cubre, más suenan.

  En verdad, es justo y necesario reconocer que, muchos años ha, y muchos siglos ha, unos pobres casi desnudos e inocentes indígenas de las paradisíacas islas del Pacifico, ya nos daban tres vueltas y algunas más en esta ardiente asignatura referente a la cohabitación,  Amput en lengua nativa, sin necesidad de tanta facundia y charlatanería de la libido, del punto G (los javaneses no sabían hacer la O con un canuto), del poliorgasmo, del francés, del griego y de no sé cuantos idiomas más, aparte del método de mirar p’a Cuenca o practicar el sistema numeral, o consultar la tabla gimnástica del Kamasutra, ahora resulta que no teníamos ni idea del bueno, del mejor, del Javanés; a su lado, todo lo demás que se diga, que se vea, que se escuche, que se lea o que se haga, no admite comparación.
   En realidad, si nos paramos a pensarlo, lo único que hasta ahora se ha conseguido con tanta fanfarria de educación sexual que de hace nada a esta parte nos invade y atosiga, lo quieras o no, es que las cigüeñas y los cigüeñatos se hayan quedado en el paro.
Por cierto, los nativos y las nativas llamaban a estas campanillas colón-colón (Véase Pigafetta).




miércoles, 15 de enero de 2014

LA NAO VICTORIA



Alberto Casas.

             De las cinco naves que zarparon de Sevilla el lunes por la mañana 10 de agosto del año 1519 (Pigafetta), sólo la nao Victoria, al mando de Juan Sebastián de Elcano, regresó al puerto de partida tres años más tarde, dando la primera vuelta al mundo. Existen discrepancias en cuanto al número de hombres que componían la tripulación, pues mientras Carlos i estableció un límite de 235, Pigafetta es cribe que zarparon con una dotación de 237, auque la mayoría de los historiadores la cifran entre 265 y 270, entendiendo que el cronista de la expedición pasa por alto a los funcionarios, como escribanos, alguaciles, clérigos y otros. Fueren los que fueren, alrededor de 60 procedían de Huelva y sus pueblos: Huelva, Palos de la Frontera, Trigueros, Beas, Ayamonte, Lepe, Moguer, Aroche, Almonaster, Aracena, Bollullos… La circunvalación, navegando al oeste, hizo el siguiente recorrido:

   Sevilla,  Sanlúcar de Barrameda, islas de Cabo Verde, travesía del Atlántico hasta el Brasil que costean internándose en la bahía de Santa Lucía (Río de Janeiro); navegan al sur explorando el Río de la Plata descubierto por Díaz de Solís, siguen hasta San Julián donde pasan el invierno, descubrimiento del estrecho el 21 de Octubre, cuyos 592 kilómetros tardaron algo más de un mes en atravesar, abriéndose ante ellos un inmenso mar que bautizan con el nombre de Pacifico que tardaron más de tres meses en cruzar, agotándose las provisiones y cebándose en la tripulación el escorbuto que se cobró 19 víctimas; por fin tocan, sucesivamente, en las islas Marianas, de San Lázaro (Filipinas), Mindanao, Borneo, Timor, internándose en el Indico que navegan eludiendo las rutas portuguesas hasta el cabo de Buena Esperanza, entonces justamente llamado de las Tormentas, el más grande y peligroso cabo conocido de la tierra, escribe Pigafetta en su Relación del viaje, que doblan tras vencer tempestades una detrás de otra, vientos huracanados, mar arbolada, la rotura del mástil y verga del trinquete y la pérdida de 22 hombres, entre ellos Diego García de Trigueros, casado con Inés González de Gibraleón.
   Navegando el Atlántico, rumbo al norte, arriban a la isla de Cabo Verde, de la que han de escapar dejando doce tripulantes apresados por los portugueses, entre los que estaban Acacio Alonso, de Bollullos y Gómez Hernández, de Huelva, para, finalmente, completar el periplo en Sanlúcar de Barrameda el 8 de septiembre de 1522 con 18 hombres, de los que resaltamos Antón Hernández Colmenero, vecino de Huelva, marido de Catalina Gómez, Juan Rodríguez de Huelva, casado con Marina García, y Francisco Rodríguez, marido de Catalina Díaz.   
 
   Carlos I reconoció y honró la gesta del marino de Guetaria poniendo la bola del mundo en la cimera de su escudo con la leyenda: Primus circumdedisti me.
                                                             
    La Victoria, botada en Zarauz en 1515, era una nave de 85 toneles vizcaínos de porte, alrededor de 100 toneladas sevillanas, porque diez toneles de Vizcaya son doce toneladas de las nuestras; y así va a decir de lo uno a lo otro veinte por ciento (Itinerario.- Escalante de Mendoza); de 22 metros de quilla y 8 de manga. Carenado y amarinado en Sevilla, se puso bajo el mando de Luís de Mendoza, Capitán y Tesorero de la Armada, con una dotación de 44 hombres en la que figuran Gonzalo Rodríguez (herrero), de Huelva, el “sobresaliente” Bartolomé de Saldaña, de Palos de la Frontera, que desertó en la isla de Timor, y el grumete Martín, de Ayamonte. En su gambuza se embarcaron 80 pipas de vino, 100 arrobas de aceite, 40 arrobas de vinagre de Moguer, 41 arrobas de tocino, 50 ristras de ajo, 144 quesos, 7 botijas de miel y diversas partidas de pescado y bastina secos, habas, garbanzos, lentejas, harina, almendras, sardinas (cebo para pescar), pasas, ciruelas, higos de Lepe, azúcar, carne de membrillo, mostaza, arroz y bizcocho, además de una vaca.
   Casi todos los documentos definen a las 5 embarcaciones de la flota de Magallanes como naos, pero es permisible dudar de esta calificación, por lo menos en cuanto se refiere a la Victoria, que claramente se comporta como una carabela redonda en las arrumbadas de ceñida, en las complicadas maniobras en los estrechos y en las continuas bordadas que ha de realizar entre la maraña de las islas del Maluco (Gilolo, Tidore, Obi, Ternate, Burú, Ceram y el arpiélago de Banda) y en el cabo de Buena Esperanza. Ha de tenerse en cuenta que en aquella época el término nao se aplicaba a los navíos de cierto porte que, especialmente, en aquellos tiempos estaban sometidos a una auténtica revolución en el diseño naval, obligados a la búsqueda de un buque cuyo escantillón reuniera las medidas que exigía la nueva navegación trasatlántica: velocidad, seguridad y gran capacidad de carga, lo que suponía la construcción de grandes naves, incluso de más de mil toneladas.
   Para cumplir estos requisitos se aumenta la superficie vélica, se sube la obra muerta para la colocación de las piezas artilleras, aumentando la altura metacéntrica para corregir los ángulos de escora que puedan producirse por la acción del viento y de la mar, colocando el palo mayor en la vertical, aproximadamente, del centro de carena; se arma cuadrado el espejo del alcázar de popa adoptando la forma de violín del casco, modificando el combés reduciendo el arrufo de la cubierta. Las características de la Victoria, más que coincidir con las de una nao se aproximan al tipo de navío precedente del galeón, que algunos llaman carabela de armada.

    La paradoja de esta expedición consiste en que las mercancías que la nao descargó en Sevilla, 528 quintales de clavo, además de ciertas cantidades de canela, nuez y otras especias, produjeron unos beneficios que superaron con creces los gastos que ocasionaron la expedición: 8.334,335 maravedíes, de los que 1.316, 250 corresponden a la adquisición y aparejamiento de los cinco navíos: San Antonio (120 toneles, 330.000 mrs.). Trinidad (110 toneles, 270.000 mrs.). Concepción (90 toneles, 228,750 mrs.). Victoria (85 toneles, 300.000 mrs.) y Santiago (75 toneles, 187,500 mrs).
    La nao Victoria fue reparada y realizó varios viajes a las Indias hasta desaparecer en las aguas del Océano.

   López de Gómara en su Historia General de la Indias, escribe: La nave Argos de Jasón, que pusieron las estrellas, navegó muy poquito en comparación de la nao Victoria, la cual se debiera guardar en las Atarazanas de Sevilla.

miércoles, 1 de enero de 2014

LA POROROCA



Alberto Casas

     

Corresponde a Vicente Yáñez Pinzón (1462-1514) la gloria de mandar la carabela Niña en el descubrimiento de América, pero también de ser, no sólo el primero que descubrió la costa mejicana, con las carabelas Magdalena y San Benito en la expedición que realizó en 1508 con Diego Díaz de Solís, sino, asimismo, el primero que cruzó la línea equinoccial alcanzando, aproximadamente, los 8 grados de latitud Sur y descubrir, sobre los días 20 y 26 de Enero de 1500, las tierras vírgenes del Brasil, de las cuales tomó posesión cortando ramas y árboles, y paseándose por ellas y haciendo semejantes actos profesionales y jurídicos. Las naves expedicionarias, cuatro carabelas pequeñas, que zarparon del muelle de las Muelas de Sevilla entre noviembre y diciembre de 1499, iban tripuladas mayoritariamente por sus parientes y vecinos de Palos, Moguer, Punta Umbría, Lepe etc., algunos curtidos en la travesía oceánica, como su hermano Francisco Martín Alonso Pinzón, su tío Diego Martín Pinzón el Viejo, sus primos Juan, Francisco y Bartolomé (hijos de Diego), el físico Garci Fernández que desde el primer momento había apoyado a Cristóbal Colón durante su estancia en Palos de la Frontera, a los pilotos Juan de Jerez, Juan Quintero Príncipe, Juan de Umbría (Punta Umbría) primo segundo de los Pinzones, Alonso Núñez y Juan de Jerez, los marineros García Alonso, Diego de Alfaro, Rodrigo Álvarez, Diego Prieto, Antón Hernández Colmenero, que años más tarde, en 1519, se embarcó en la expedición de Magallanes que culminó El Cano dando la primera vuelta al mundo, siendo de los pocos supervivientes que en la nao Victoria desembarcó en Sevilla el año 1522; Juan Calvo, Juan de Palencia, Manuel Valdovinos, Pedro Ramírez, Juan de Lepe, Pedro Medel, el despensero García Hernández, Cristóbal de Vega y otros, como Arias Pérez y Diego Fernández Colmenero, hijo y yerno respectivamente de Martín Alonso Pinzón.
  Por entonces la navegación astronómica, por debajo de la línea ecuatorial, ofrecía serias dificultades ante el hecho de que al ocultarse la estrella Polar en el hemisferio y desconocerse las características de la Cruz del Sur, la situación sólo podía obtenerse por la meridiana del Sol y el correspondiente cálculo de las declinaciones.
   Datos rigurosamente históricos avalan la primacía del piloto Palermo en las costas brasileñas, como el avistamiento del promontorio al que se bautizó como Santa María de la Consolación, probablemente los actuales cabos San Agustín o el San Roque, desde el que ordenó virar en redondo arrumbando al norte encontrando, próximo a la línea equinoccial, una corriente de agua dulce y fangosa que penetraba muchas millas en el mar, decidiendo seguir su estela gobernando hacia tierra hasta abocar en la desembocadura de un gran y caudaloso río que los indios llamaban Tungurahua y que él bautizó con el nombre de Santa María del Mar Dulce, después Amazonas que le puso el extremeño Francisco de Orellana en 1541.
   Con motivo de los pleitos colombinos promovidos por el hijo del Almirante, D. Diego Colón, Vicente Yáñez compareció ante el fiscal del rey el 31 de Marzo de 1513, declarando que: ….descubrió toda la costa, é luego corriendo al occidente la cuarta al nurueste, que así recorre la tierra, é que descubrió é halló la mar dulce, é que sale 40 leguas en la mar el agua dulce… Explorando su inmenso estuario (Boca del Río Grande), la flota fue sorprendida por una gigantesca ola que con gran ruido, velocidad y violencia la arrastraba río adentro, poniendo a las naves en peligro de zozobrar que, finalmente, pudo ser evitado gracias a la pericia y esfuerzos de la marinería.
   En las probanzas de los pleitos citados, el 25 de septiembre de 1515, Antón Hernández Colmenero manifestó que: ….entraron en un río en que hallaron agua dulce, que entra el agua dulce en la mar 30 leguas, é estando surtos los navíos, alzábase de golpe la mar é el ruido que traía les alzó cuatro brazas el navío…. Este fenómeno, conocido como macareo y por los indios Pororoca que en su legua significa gran estruendo, constituye una de las pruebas más evidentes del descubrimiento del Amazonas y consecuentemente del Brasil por Vicente Yánez, aunque los portugueses proclaman a Pedro Álvarez del Cabral o a una expedición secreta de Duarte Pacheco como los descubridores de  esas tierras, cuando antes que Cabral y poco después de Vicente Yáñez, su primo Diego de Lepe, acompañado de su hermano Juan Rodríguez de Mafra, también recalaba en la costa brasileña, descubriendo en su retorno el río Orinoco.
  La Pororoca, llamada en francés Mascaret y en inglés Bore, tiene su causa en las mareas que periódicamente se verifican en el nivel del mar. Estas oscilaciones, al alterar el equilibrio de una masa de agua, producen ondulaciones que se propagan por encima o por debajo del nivel medio del mar. De esta anomalía se deriva que en los ríos la marea sube con más rapidez que baja, siendo el periodo de tiempo menor entre la bajamar y la pleamar que entre ésta y la bajamar, motivo por el que en algunos la ola se convierte en un muro de agua cuya velocidad y altura dependen de la configuración del estuario, de su profundidad y de las irregularidades de su lecho. De estas olas de mareas destacan, entre otros, el macareo del Tsien-Tang-Kiang en China, el mayor del mundo y con olas de hasta 9 metros, el del Brhamaputra en Bangladesh, y la Pororoca del Amazonas, que llegan a alcanzar los 7 metros de altura, penetrando 100 km. o más río arriba. De menor importancia se producen en el Hugli de la India, en el Petitkodiac (bahía de Fundy) en el Canadá, en el Sena en Francia,  que ya no se produce por la canalización del puerto de Le Havre, siendo tristemente famoso porque una de sus olas produjo la muerte de una hija de Victor Hugo.

  La Pororoca es, pues, prueba concluyente de la expedición palerma, injustamente casi ignorada. Económicamente fue un desastre: vinieron muy gastados e pobres. De las cuatro naves que zarparon de Palos, sólo regresaron dos en los últimos días de septiembre de 1500, transportando en sus bodegas unos 350 quintales de palo brasil, a pesar de su prohibición en las Capitulaciones de 1499, unos topacios, algunas especias y cerca de 40 indígenas apresados para venderlos como esclavos, pero Mártir D’Anglería  cuenta que ocho hombres perecieron en enfrentamientos con los nativos. Los Reyes Católicos, para compensar las pérdidas, promulgaron una Real Ejecutoria, el 21 de junio de 1501, para librar el dinero que Vicente Yánez había adelantado y otorgándole permiso a él y a sus sobrinos, acatando los buenos é leales servicios que nos habedes fecho é esperamos que nos fareis de aquí adelante, extraigan de las costas de Andalucía 400 cahíces de trigo y lo vendan donde les conviniera.
   En la Real Provisión dictada por el emperador Carlos I en Barcelona en 1519, otorgando escudo de armas a la familia Pinzón y sus descendientes, se declara: …diz que descubrieron seis cientas leguas de Tierra Firme, é hallaron el gran río y el Brasil…
   Se trata, en definitiva, de reivindicar un acontecimiento cuya trascendencia histórica, social y económica lo demandan.