Alberto Casas
Método sencillo y
rápido para su aprendizaje,
y reglas prácticas para su correcta y eficaz
aplicación.
Ahora que tanto se habla, se oye y se
ve, y prácticamente ni se diserta y escribe de otra cosa en la que no esté el
sexo por medio, ya sea en novelas, en el cine, o en todas partes, somos muchos
los que ante esta avalancha de conocimientos nos preguntamos cómo, los que al
parecer carecían de ellos, traían los niños al mundo, verbi gratia, nuestros bisabuelos/as, nuestros tatarabuelos/as y los
abuelos/as de nuestros tatarabuelos/as. Pero, rebuscando por aquí, por allá y
acullá, hemos encontrado la solución de tan profundo misterio, al enterarnos de
que muchos años ha, y muchos siglos ha, unos pobres, casi desnudos, inocentes e
ignorantes indígenas de las islas del Pacifico, sin necesidad de tanta facundia
y sin televisión, nos daban tres vueltas, y algunas más, en esta caliente
asignatura que más de uno creíamos que se había descubierto apenas hace unos
pocos años; y resulta que no, que esa buena gente, inocentona ella, en la tan
cacareada cultura sexual, habían hecho todos un Master virtual, una Tésis
virtual y el Doctorado, virtual también,
y estamos hablando de hace, por lo menos, 500 años.
Si como muestra basta un botón, pongamos
atención a lo que nos cuenta el caballero Pigafetta, cronista de la expedición
de Magallanes, que culminó Elcano dando la primera vuelta al mundo:
Igualmente nos informaron de que los
mozos de Java, cuando se enamoran de alguna bella joven, átanse con hilo ciertas
campanillas entre miembro y prepucio; acuden bajo las ventanas de su enamorada,
y haciendo acción de orinar y agitando el miembro, tintinean las tales
campanillas hasta que las requeridas las oyen. Inmediatamente acuden al
reclamo, y hacen su voluntad; siempre con las campanillas, porque a sus mujeres
les causan gran placer escucharlas cómo les resuenan dentro de sí. Las
campanillas van siempre cubiertas del todo, y cuanto más se las cubre, más
suenan.
Lo
que más nos sorprende es que en aquellos tiempos y en aquellas islas no
existían corazones, ni sálvames, ni rifas, ni ensaladas, ni concursos, ni famosos, ni viagra, sólo campanillas: Así que, mire usted por
dónde, tanto hablar de la libido, del punto G, del poliorgasmo, del misionero, del
francés, del griego, y de no sé cuantos idiomas más, ahora resulta, colega, que
no teníamos ni idea del bueno, del mejor, del super, del guay: del Javanés.
En
realidad, si nos paramos a pensarlo, lo único que hasta ahora se ha conseguido,
de hace nada a esta parte, es que las cigüeñas estén en el paro y se vean
forzadas a ponerse en cola de las oficinas del INEM. Por eso no se van: para no
perder el sitio.
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