Alberto Casas.
La mal llamada Batalla Naval de Matanzas es uno de
los episodios más triste y nefasto de la Historia marítima de España, no sólo por la trascendencia
meramente bélica, o por las pérdidas humanas que las confrontaciones conllevan,
o por el naufragio de naves, cañoneadas o incendiadas, o el mayor o menor valor
del botín que cae en poder del vencedor, en
muchos casos piratas y corsarios; pero en esta aciaga ocasión, el descalabro
significó algo mas además de que se sufrió sin luchar, sin apenas pérdidas de
vidas que contar, pero sí de barcos abandonados y de las riquezas que
transportaban; este tesoro fue el
primero de las Indias, que ha caído en manos de enemigos y herejes (Solórzano
Pereira)
El orgullo, la moral y el prestigio de
España quedaron deshonrados, y lo que es peor, ridiculizados, y así con
amargura lo reconocía el rey, Felipe IV:
Os aseguro que siempre
que hablo del desastre se me revuelve la sangre en las venas, no por la pérdida
de la hacienda, que de ésa no me acuerdo, sino por lo de la reputación que
perdimos los españoles en aquella infame retirada, causada de miedo y codicia,
Y la autoría de esta humillación de
repercusión nacional e internacional recayó en un hombre de rancio abolengo y
de conducta intachable hasta entonces, con reconocidos servicios a su patria: Don
Juan de Benavides y Bazán, nacido en Úbeda (Jaén), en fecha que la mayoría de
los historiadores no determinan, pero que el historiador don Antonio Domínguez
Ortiz (1909-2013) señaló la del 21 de febrero de 1572. De familia
aristocrática, hijo de don Manuel de Benavides, primer marqués de Jabalquinto, y
de doña Catalina de Rojas y Sotomayor, nieta del marqués de Denia. El
desaparecido historiador sevillano nos revela una historia que se había
procurado mantener en el más absoluto secreto para que ninguna mácula
enturbiara tan ilustre linaje.
Hijo del marqués de Jabalquinto y entroncado
con la alta nobleza castellana, con los marqueses de Frómista, los condes de
Santisteban del Puerto, con los Bazán, sobrino nieto de don Álvaro, marqués de
Santa Cruz, Capitán General de la
Mar Océana , martillo de piratas y corsarios, de ingleses, de
franceses y portugueses en la jornada de las Terceras, en Lepanto, etc.,
Cervantes lo titula padre de los soldados,
rayo de la guerra, venturoso y jamás vencido… pero la
verdadera historia de Juan Benavides – según Domínguez Ortiz – empieza por ser el fruto de los amores de su
padre con una hidalga de Úbeda, que al no cumplir su amante la palabra de
matrimonio se retiró al convento de Santa Clara de la ciudad. Su padre, don
Manuel, se casó con doña Catalina de Rojas y Sandoval que en el árbol
genealógico figura como la madre de Juan Benavides.
Criado como correspondía a un caballero de
su alcurnia, muy joven embarcó en las galeras de Portugal como entretenido de su tío don Álvaro de
Bazán Benavides, con 30 escudos mensuales de sueldo. Finalizada su instrucción
náutica pasó a servir en la flota de Indias, cruzando el Atlántico unas trece
veces, siendo nombrado Almirante en 1615, recibiendo el hábito de Santiago en
1619 y el título de General de las flotas en 1620. Como Almirante realizó tres
viajes a las Indias: con Antonio Oquendo en 1613, con Martín de Vallecilla en
1615 y con Juan de Salas Valdés en 1617, mientras que como General hizo dos, en
1620 y 1623, y la última y trágica en 1628.
Encargado de recoger la flota de la plata, el
22 de julio de 1627, zarpa de Cádiz. El primer contratiempo fue que la salida
hubo de retrasarse por la tardanza de presentarse a bordo el arzobispo de
México Francisco Mauro. Arribada la flota a su destino, Veracruz, el 16 de
septiembre, se prepara el convoy, 5 navíos de guerra y 30 mercantes, que ha de
llevar el valioso cargamento a España, zarpando el 21 de julio de 1628, pero la
falta de viento los obliga a fondear en el canal de San Juan de Ulúa,
levantándose de noche un recio temporal que hace varar la Capitana , bien por una
mala maniobra del timonel (argumento de Benavides) o por estar sobrecargada,
procediéndose a transbordar la plata a otros navíos, operación en la que
naufraga la nave mercante la Larga , perdiéndose en
los transbordos unos días hasta que, finalmente, se hacen de nuevo a la mar el
8 de agosto. Mientras tanto, a la caza de la flota de la plata navegaba la
escuadra del holandés Piet Pieterszoon Heyn, marino avezado con una larga
experiencia como corsario, apresado por navíos españoles en los que sirvió
durante cuatro años encadenado al remo de las galeras. El Gobernador de Cuba,
Lorenzo de Contreras, envía un patache para informar a Benavides de la
proximidad de los navíos holandeses que logran meter una urca entre la flota
española que desaparece sin ser molestada.
Benavides ordena navegar cerca de la costa
cubana donde espera encontrar protección, pero en la desapacible mañana del 8
de septiembre se encuentra con la flota de Piet Heyn encima, por lo que decide
que las naves se adentren en la bahía de Matanzas y que desembarquen la plata en
tierra ante la imposibilidad de hacer frente a 32 navíos con un potencial de
623 cañones y 3500 hombres frente a 175 cañones de bronce y 48 de hierro de las
naves españolas. Se da la orden de abandono que rápidamente es obedecida, pero
en desbandada, y el propio Benavides en una chalupa es el primero que llega al
ingenio de don Diego Días Pimienta; únicamente el almirante Leoz hace un
intento de defensa, pero ante la superioridad holandesa, opta por rendirse pero
despojándose de su hábito de Santiago para no ser identificado.
El almirante holandés, sin ser molestado dispuso
de todo el tiempo que quiso para apoderarse de la plata y de las mercancías más
valiosas (índigo, cochinilla y otras), de saquear y destruir varios navíos y
apoderarse de los que estaban en mejores condiciones, llevando los magníficos
trofeos a Holanda donde 9 de enero de 1929 es recibido como héroe nacional y se
le premia nombrándole Teniente Almirante de la Armada. El tesoro que
entrega, plata, navíos y mercancías se valora en 11.499,176 reales (4 millones
de ducados o 6 millones de pesos).
La noticia en España causa un efecto
demoledor, que Matías de Novoa (1576-1652), ayudante de Felipe IV resumió de
esta forma:
Atormentó al reino,
hizo temblar a los hombres de negocios y confundió el caudal de todos, poniendo
en suma congoja á los más, no tanto por la falta que el Tesoro hiciera, como
por la afrenta con que se engrosaban los enemigos para acabarnos de destruir.
En La Habana , Benavides tiene tiempo de reflexionar
sobre lo sucedido, de la extrema gravedad de su comportamiento y de las
consecuencias que le pueden acarrear. Sin convicción, pero apelando a la piedad
del rey, le envía el siguiente informe:
Señor: Quisiera
poderme escusar de dar cuenta a V.M. de la ínfelice suerte que le estava
guardada a esta flota de mi cargo, y aver sido tan dichoso que con mi muerte la
escriviera otro; pero ya que Dios no lo permitió por mis pecados, hago saber a
V.M. que habiendo salido del puerto de San Juan de Ulua a ocho de agosto
después de la arribada en que quedó desarbolada la Capitana que traía, y no
aviendo visto aviso de España ni tenídole de ninguna parte, tardé treinta días
en llegar a la costa de La
Habana , la qual reconocí ocho de setiembre al amanecer,
hallándome cerca del puerto de Matanças, y a la misma hora vino sobre mí una
armada olandesa de 32 urcas, tan pujante como constará a V.M. de otras
relaciones, y aunque era tanta la desigualdad de la mía, que sólo consistía en
dos navíos de armada y dos de merchanta, fui siguiendo mi viaje dispuesto a
morir en tan justa y forçosa demanda, hasta que instado de toda la gente de la
nao para que escusase riesgo tan declarado en la plata de V.M. y particulares,
con parecer de los que pudieron darle, acordé por salvarla meterme en el dicho
puerto de Matanças, donde fui informado que podría entrar con seguridad, y con
muy poco lugar que el enemigo diese, calmando el viento como de ordinario suele
por las noches, echarla en tierra, o quando no, la gente, y quemar dichas naos,
con que el tesoro quedaría en parte que con facilidad podría sacarse. Llegué a
la vaía ya noche, aunque no lo parecía según la claridad de la luna, encallaron
todas cuatro naos en una laja que tiene, embaraçándose de suerte que sólo
pudimos valernos de las pieças de popa, aviéndole refrescado el viento al
enemigo y acercándose tanto que me obligó a dar orden en dichas naos para que a
toda priesa echasen la gente en tierra y se quemasen, y lo mismo fui ejecutando
en la Capitana ,
començando por alguna infantería, que salió con el estandarte y vandera, con
orden de sustentarse en el desembarcadero hasta estar todos en tierra, para que
juntos guardásemos el puerto más cercano y a propósito que fuera posible para
ofender al enemigo si desembarcase gente, que ayudados en la fragosidad de la
tierra y del socorro que podíamos esperar de la gente della, no fuera
dificultoso. Esta orden fue tan mal obedecida, que estando yo mismo disparando
las pieças que se dispararon en la
Capitana y subiendo los cartuchos para ellas, porque ya la
gente de mar y artilleros me avían quedado muy pocos, vino el guardián Della en
un bote dándome voznes para que fuese a tierra a hazer repara la gente que toda
se iva huyendo el monte adentro, y a que volviesen las chalupas, que las ivan
desamparando; y pareciéndome que podía acudir a uno y a otro, volviendo a las
naos y trayendo las chalupas, salté en dicho bote, dexando prevenidos fuegos en
la Capitana
para quemarse con las demás barloadas; y aviendo llegado a tierra, ni hallé
gente que detener ni quien volviese a las chalupas, ni la priesa con que el
enemigo abordó nuestras naos por la
vanda de tierra dexándome aislado en ella, y las muchas valas que al mismo
tiempo dispararon al desembarcadero diesen lugar a mi buelts, ni le hiziesen en
mi cuerpo, aunque lo deseé, envidiando a los que cerca de mí cayeron muertos y heridos.
Felipe IV dio orden de detenerlo en cuanto
llegara a España, como así se hizo, siendo su intención de ejecutarlo
inmediatamente, pero suspendiendo la sentencia ante las suplicas de doña María,
hermana de Benavides y dama de honor de la reina, sacando del rey la promesa de
que respetaría la vida del reo mientras ella viviese, compromiso que indignó al
Conde-Duque de Olivares. Don Juan fue internado en una oscura celda de la
cárcel de Carmona, donde permaneció casi seis años en condiciones infrahumanas
que le impulsaron a suicidarse, intento que falló a pesar de las heridas que se
infligió con un cuchillo.
Se encargó la instrucción del proceso al
Licenciado don Juan de Solórzano Pereira, del Consejo de S. M. en el Real de
las Indias, que lo acusó del crimen de
prodición (traición o entrega) que no
tiene excusa ni perdón cuando es cometido por los nobles, recordándole que en
Francia los ahorcan en las horcas más altas, y que en 1627 fue degollado en
Rotterdam el capitán Bagwyn por haber abandonado su navío a los galeones
españoles sin oponer resistencia.
Fue acusado también de llevar las naves
embalumadas con pipas de vino, sacos de azúcar, muebles y equipajes que tapaban
las portas y aspilleras de la artillería, estorbando las maniobras de la
tripulación. En las naves iban pasajeros de más con sus criados, criadas,
cocineros, sastres, barberos y otro personal de servicio, y el mismo Benavides
llevaba 5 o 6 criados suyos, todo ello en merma del enrolamiento de marineros,
soldados y sobre todo artilleros.
El 5 de mayo
de 1634 le fue comunicada su sentencia a muerte y así fue proclamada
públicamente: Esta es la justicia que
el Rey nuestro señor y sus Reales Consejos mandan hacer a este hombre por el
descuido que tuvo en la pérdida de la flota de Nueva España, que tomó el
enemigo el pasado año de 1628. ¡Quien tal hizo, que tal pague!.
Fue trasladado a Sevilla un Benavides
excesivamente envejecido (62 años). con el pelo cano, la barba hasta la cintura
y el cabello largo cubriendo sus hombros, siendo ejecutado (degollado), el 18
de mayo de 1634 en el cadalso levantado en la plaza de San Francisco de Sevilla,
corriendo con los gastos de las exequias y entierro el duque de Veragua.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLuego de más de 400 años del acontecimiento, después de diluídos en el mar los maderos de los buques encallados y de haberse convertido en polvo los cuerpos de los protagonistas de uno y otro bando, este relato lo hace a uno sufrir vergüenza ajena y reflexionar sobre el peso terrible de la historia.
ResponderEliminarLuego de más de 400 años del acontecimiento, después de diluídos en el mar los maderos de los buques encallados y de haberse convertido en polvo los cuerpos de los protagonistas de uno y otro bando, este relato lo hace a uno sufrir vergüenza ajena y reflexionar sobre el peso terrible de la historia.
ResponderEliminarExcelente trabajo, enhorabuena.
ResponderEliminarLa defensa de las rutas transatlánticas españolas por Carlos Canales y Miguel del Rey
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=ikKojs598lU