Alberto Casas
Una de las causas más disparatadas
que originó una serie de conflictos navales de trágicas y costosas
consecuencias, tanto en pérdidas y graves daños en los navíos enfrentados, como
en el absurdo y dramático coste de miles de vidas humanas, no fue otra que el
uso y abuso del poder y de la soberbia, exigiendo el poderoso pleitesía al más
débil invocando reglas y normas que debían de ser de cortesía, reconocimiento y
respeto, como era la inveterada, tradicional y antiquísima costumbre de
saludarse en alta mar, o al entrar y salir de un puerto, bien con música y
redobles de tambor y el grito repetido tres veces por la tripulación de ¡uh!, ¡uh!, ¡uh!, o el ¡hurra!, ¡hurra, ¡hurra! de las
naves nórdicas, o, por ejemplo, el ¡ah!,
¡ah!, ¡ah! de las galeras venecianas. Este ceremonial público de
caballerosidad ya es citado por Virgilio en la Eneida y Cervantes relata el embarque de don
Quijote y Sancho en unas galeras, en Barcelona:
apenas llegaron a la marina, cuando todas las galeras abatieron tienda,
y sonaron las chirimías; arrojaron luego el esquife al agua, cubierto de ricos
tapetes y de almohadas de terciopelo carmesí, y en poniendo que puso los pies
en él don Quijote, disparó la capitana el cañón de crujía, y las otras galeras
hicieron lo mismo, y al subir don Quijote por la escala derecha, toda la chusma
le saludó como es usanza cuando una persona principal entra en la galera,
diciendo: ¡Hu, hu, hu! tres veces.
Con la aparición de
navíos expresamente construidos para misiones de guerra y provistos de una
potente artillería en batería y capaces de liderar el dominio de los mares,
algunas potencias marítimas, como manifestación de su poderío, comienzan a
exigir que en alta mar se les rinda homenaje mediante el saludo correspondiente,
consistente en el abatimiento de banderas y estandartes, arriar las gavias o
amolar las velas (abrirlas hasta que el viento las hinche pero procurando que
no flameen; con esta maniobra el navío pierde velocidad) y disparar una serie
de salvas, siempre un número impar, ritual que una vez efectuado sería
contestado por el navío reverenciado. El incumplimiento de esta regla
injustificadamente impuesta por el más fuerte, se consideraba un agravio y
justo motivo de casus belli.
Esta falta de
acatamiento, sumisión y docilidad dio lugar a un trágico incidente entre el
almirante español Honorato Bonifacio Papachino, comúnmente llamado Papachín, que en 1688 recibe la orden de dirigirse a
Alicante, desde Nápoles de donde zarpa el 28 de mayo de dicho año, con dos naves
de la flota de Flandes, el galeón Carlos
III y la fragata San Jerónimo, y
estando el 2 de Junio a la demora de Altea, se les acercaron por barlovento
tres navíos franceses, al mando del Caballero de Tourville, que solicitó se le
hicieran los honores que exigía le correspondían, privilegio que Papachino negó
que tuviera y que por lo tanto no tenía obligación alguna de rendir saludo a la
flota francesa, ni a otra nación, más que en régimen de reciprocidad, tal como
el Reino de España lo tenía establecido con Francia, Inglaterra, Portugal,
Polonia, Dinamarca, Suecia y los Estados Pontificios, máxime estando en aguas
propias, en cuyo caso la cortesía incumbe al navío forastero.
Con esta respuesta
a la conminatoria demanda, los franceses trataron de abordar las naves
españolas cañoneándolas, y tras haber sufrido unas 60 bajas, el San Jerónimo
se rindió, mientras que Papachino, después de una heroica y desigual defensa
ante fuerzas muy superiores, hubo de hacerlo forzosamente al haber perdido el palo
mayor y el timón, impidiéndole maniobrar y contando ya con unos 120 hombres
muertos, situación límite que le obligó a hacer el saludo, que no cortesía, que
se le exigía; satisfecho, se dignó contestar Tourville desde su navío insignia Content.
Efectuadas las
reparaciones más indispensables, el Carlos
III pudo navegar hasta Benidorm para su reparación y descarga de los efectos
y documentos consignados a la
Corte. El Rey aprobó sin reservas el proceder de Papachino, mientras
al comandante de la San Jerónimo , Juan Amant
Bli, se le sometió a Consejo de Guerra.
Honorato Bonifacio
Papachino nació en la isla de Cerdeña, y siendo muy joven se alistó como
soldado en los Tercios de Mar,
ascendiendo muy rápidamente en reconocimiento a sus acciones en misiones de
guerra, en el Mediterráneo contra los berberiscos y los turcos, y en el
estrecho de Gibraltar, al mando de 6 bajeles apresó un navío francés, a un
argelino de 40 cañones, y un convoy holandés de 6 naves con pertrechos a un
puerto francés. Asimismo destacó en la defensa del Peñón de Alhucemas; escoltó
a los galeones de Indias e intervino eficazmente en la defensa de Barcelona. En
1664 fue nombrado Capitán de Mar y en 1667 se le concedió el título de
Almirante ad honore por los muchos años que ha servido con diferentes
plazas hasta la de Capitán y por los viajes, ocasiones y combates en que obró
con valor y crédito de soldado y marinero.
En 1679, el VI
duque de Veragua, don Pedro Manuel Colón de Portugal y de la Cueva , ensalzando sus buenas condiciones de marinero y soldado,
así como por la experiencia y valor con que ha servido tantos años y haber
cumplido como bueno en las ocasiones de pelear que se han ofrecido, lo
propone para Almirante de la flota de Flandes, compuesta por los galeones Carlos III y San Pedro Alcántara, la fragata San
Jerónimo y el patache Castilla;
en 1684 se le otorga un sobresueldo de 500 escudos y el titulo de Almirante
Real; en 1694 es nombrado Jefe Superior de la Armada , retirándose del servicio activo en 1697, pasando
sus últimos años en el Puerto de Santa María.
Sin embargo, su
fama proviene de negarse a cumplimentar le etiqueta impuesta por el rey francés
Luis XIV, y que sólo la superioridad del enemigo lo hizo doblegar para evitar
más muertes entre sus hombres, acción naval de bizarría y dignidad de la que nació
el refrán: la escuadra de Papachin, un
navío y un bergantín, expresando la inferioridad de una flota en combate.
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