Alberto Casas.
Sobre las
sirenas existe una abundante literatura en la que se recogen leyendas y
tradiciones que, generalmente, presentan a estas mitológicas deidades marinas
como seres malignos y embaucadores, a las que Gerard Lyon, en el Diálogo de las criaturas moralizadas
(1481), define como un monstruo de la mar,
de medio cuerpo para arriba doncella y de medio cuerpo para abajo pez: Con tanta dulzura cantan, que hacen dormir a
las gentes, en especial a los navegantes. Los jóvenes, atraídos por sus cánticos,
se precipitan a las ondas, do perecen ahogados. Precisamente, por su encantadora voz y otra
clase encantos y cualidades eran famosas las sirenas Aglaofone (la del bello
rostro), Thelxiepia (la de conversación encantadora), Pisinoé (la persuasiva),
Molpo (la musa), Parténope (la que huele a doncella) enterrada en Nápoles,
Leucosia (la pura), Rednel (la que mejora) y Teles (la perfecta), aunque en un
principio se representaban con medio cuerpo de mujer y medio cuerpo de ave.
Eran hijas de Acheloo, dios de los ríos y de la fuentes y, según la tradición,
de la musa Melpóneme. Su triste destino estuvo marcado en un concurso de canto
entre ellas y las musas; al perder, Hera, la mujer de Zeus, las condenó al
fondo del mar, eligiendo ellas los mares turbulentos de Scila y Caribdis en las
costa de Sicilia.
El sabio jesuita
Martín del Río (1551-1608), en su obra Disquisitiorum
Magicarum Libri Sex, las clasifica dentro del cuarto género, es decir, demonios acuáticos que moran en los mares,
ríos, lagos y arroyos; que suelen aparecer con apariencia de mujeres muy bellas
y una voz maravillosa con la que entonan canciones llenas de sensualidad que
seducen y embrujan a los incautos marinos que las escuchan. Pero detrás de
tanta hermosura, candor y dulzura, se esconden siniestras intenciones que no
son otras que conducir a las naves contra los escollos de la isla donde habitan
y agarrar a los náufragos hasta ahogarlos, trágico destino del poeta Shelley
(1792-1822), que al zozobrar su velero, lo cogieron por el vientre arrastrándolo
hasta el fondo; esto ocurrió el 8 de julio de 1822. El poeta estaba casado con
Mary Shelley la autora de Frankenstein.
La misma suerte corrió el argonauta Hilas, hijo de Teodomante, al que una
sirena enamorada de él, al verlo en la fuente de Pegas le echó de abajo arriba su brazo izquierdo al cuello, ansiosa de besar
su boca suave, y con la mano derecha lo atrajo por el codo. Y lo hundió en
medio de un remolino. (Apolonio de Rosas. El viaje de los argonautas).
De estos mortales
abrazos se libró el héroe Ulises, gracias a los consejos de la enamorada Circe:
Llegarás primero a las sirenas que encantan a cuantos hombres van a su
encuentro. Aquel que imprudentemente se acerque a ellas y oye su voz, ya no
vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos pequeñuelos rodeándole, llenos de
júbilo, cuando torna a sus hogares, sino que le hechizan con el sonoro canto,
sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor enorme montón de huesos de
hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera
blanda, previamente adelgazada, a fin de que ninguno la oiga; mas si tú
deseares oírlas, haz que te aten en la velera embarcación de pies derecho y arrimado, a la parte inferior del
mástil, y que las sogas se liguen al mismo; y así podrás deleitarte escuchando
a las sirenas. Y caso de que supliques o mandes a los compañeros que te
suelten, átente con más lazos todavía” (Homero. La Odisea. s.
X-IX a.C.).
El día pasado, cuando el Almirante iba al Río de Oro, dijo que vido tres
sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las
pintan, que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras
veces vido algunas en Guinea en la costa de la Manegueta …
Sobre el origen de
estos maléficos seres, para algunos, exprimiéndose el magín, lo sitúan en el
ancestral temor reverencial a las profundidades abismales, tanto terrestres
como marinas, donde se cobijan espíritus infernales que aseguran son, ni uno
más, ni uno menos, 1.234.431.
Pero el problema de las sirenas radica en que son seres
mortales y no suelen vivir más de ciento cincuenta años, pues son hijas de los ángeles guardianes (egregores) y las
mujeres de la Tierra :
Viendo los hijos de Dios a las hijas de los hombres que eran hermosas,
tomáronse mujeres, las que escogieron entre todas” (Génesis, V.1).
En consecuencia,
desde tiempos muy antiguos se ha planteado el dilema de la procreación de estas
criaturas, y la respuesta, cierta o espuria, puede estar en el Auto de Fe
celebrado en Lepe (Huelva) el 6 de mayo de 1491, narrado en el Martellus. El Glorioso Triunfo de la
Santa Fe ” (1501), que escribió el
dominico fray Benito de la Santa Espina
y dedicó al Excelentiƒsimo Señor duque de Medina Sidonia, conde de
Niebla, señor de la noble ziudad de Gibraltar. En dicha obra se cuenta como
en la marinera villa se detuvieron a 6 mujeres mui hermosas, que, tras el interrogatorio de los inquisidores Pedro
Belorado, abad del convento de San Pedro de Cardeña, y el Licenciado Pedro Ramo,
fueron conducidas y encerradas en la mazmorra más oscura del castillo de
Triana, permanentemente vigiladas por personal armado; pero las infelices
fueron muriendo una tras otra en el corto periodo de unos dos meses. El dómine,
que dice vio los cadáveres, afirma que eran sirenas por la cola de pez que les
había crecido durante el encierro, destacando el mal olor que despedían y tener
los ojos abiertos, siendo nulos los esfuerzos para cerrarlos; una de ellas fue
embalsamada para el duque de Medina Sidonia, permaneciendo la momia en la casa
ducal hasta que uno de sus Señores la regaló al Papa Gregorio XIII en 1580.
La causa de la detención se debió a la sospecha que
se extendió a toda la población, extrañada de que cada cinco años, más o menos,
aparecían de repente por el pueblo unas jóvenes muy bellas y muy insinuantes,
que al quedar inevitablemente embarazadas, tan misteriosamente como habían
llegado desaparecían para siempre sin dejar rastro. En esta ocasión, las leperas
dirigidas por una tal Leonor de Ana, mujer del borceguinero Francisco de
Flandes, estuvieron al acecho logrando apresar a seis preñadas cuando se
quitaban la ropa para lanzarse al agua; la sorpresa y horror fue que al verlas
desnudas descubrieron que no tenían ombligo. El eximio polígrafo don Leonardo Alonso
de la Losa
(1857-1922) niega la autenticidad de la historia, considerando que se trata de
un opúsculo anónimo, de finales del siglo XVIII, que fraudulentamente se añadió
al libro del fraile predicador.
Sea como sea, el
relato nos deja un aviso a los navegantes: que lo primero y principal es cerciorarse,
antes de nada, de si las mozas tienen ombligo o no.
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