lunes, 28 de octubre de 2013

EL APÓSTOL SANTIAGO EN AMÉRICA



           Alberto Casas.

   No debe sorprendernos que se nombrara Patrón de las Españas al bueno aunque un tanto impetuoso apóstol, que en cuanto oía lo de ¡Santiago y cierra España! montaba en su caballo, que todavía no se sabe de qué color blanco era, y con un pedazo de espada así de grande se plantaba en medio del campo de batalla cortando cabezas de moros a diestro y siniestro, sin contar los que despanzurraba a coces el albo rocín, lo que explica que se le conozca como Santiago matamoros. En agradecimiento, los reyes cristianos inventaron lo del Voto de Santiago, mientras que el resto de Europa, siguiendo el rastro de las estrellas, la Vía Láctea, a la que también llaman “camino de Santiago”, senderaba las rutas jacobeas para purificar sus cuerpos y sus corazones a los pies del sepulcro del discípulo del Señor, descubierto sobre el año 800. Asimismo, se realizaban peregrinaciones por mar, preferentemente desde los países del norte de Europa, de Inglaterra e Irlanda, aunque la travesía no estaba exenta de riesgos como así lo pregonaba una canción muy en boga de la época:

Navegando hacia Santiago
renunciad a todo halago.
Habéis de pasar mal trago
en la mar.
En Sándwich o en Winchelsea,
en Bristol o donde sea,
 todo el mundo se marea
al embarcar.

   Según la tradición, en la iglesia de Reading había una reliquia del Apóstol, una de sus manos, entregada por la princesa Maud. A dicha iglesia fueron en peregrinación el rey consorte don Felipe (Felipe II) y su esposa la reina de Inglaterra María Tudor.
 Si romeros eran los que acudían a Roma y palmeros los que iban a Jerusalén, sólo se consideraban auténticos peregrinos los que se dirigían a Compostela, tal como ya lo dice Dante Alighieri en su Vita Nuova: In modo stretto non s’intende pellegrino se non chi va verso la casa di San Jacopi, o riede.
   Cuando los españoles emprendieron la gran aventura americana, se encontraron con la desagradable sorpresa de que la mayoría de los indios (las indias eran otra cosa) no se dejaban conquistar así porque sí, de modo que para salir de apuros no había más remedio que lanzar de nuevo el antiguo grito de guerra al que, efectivamente y de inmediato, respondía el Hijo del Trueno, como le puso el Señor, con la eficacia y contundencia acostumbradas. Sin embargo, a veces los indios eran tantos que el Santo se veía obligado a solicitar una ayudita del cielo, como nos lo cuenta fray Juan de Torquemada: Si no fuera por lo que decían los indios que la imagen de Nuestra Señora les echaba tierra en los ojos y que un caballero muy grande, en un caballo blanco, con espada en la mano, peleaba sin ser herido y su caballo con la boca, pies y manos hacía tanto mal como el caballero con la espada. Bernal Díaz del Castillo también nos relata la oportuna aparición de Santiago en la batalla de Zintla que acabó con la clamorosa victoria de Hernán Cortés, justamente cuando estaba a punto de convertirse en un desastre total; el cronista confiesa que él no vio, a lo mejor, dice, porque yo como pecador no fuera digno de verlo.

   Al apóstol debió gustarle mucho México, pues aprovechaba la mínima ocasión para hacer acto de presencia, y todavía lo hace, y esta debe ser la razón por la que en este maravilloso país más de ciento cincuenta, entre pueblos y ciudades, lleven su nombre y que la catedral se pusiera bajo su advocación. También anduvo cabalgando por las volcánicas tierras guatemaltecas echándole una mano a Pedro de Alvarado, Caballero de Santiago, y el emperador Carlos V, agradecido, mandó esculpir su ecuestre figura en el escudo de Managua. Con su corcel recorrió América de norte a sur, y en Perú, durante la insurrección de Manco Capac, puso en fuga a los incas que en proporción de mil a uno tenían cercada la ciudad de Cuzco. Varias son las capitales nacionales bautizadas con el nombre del Santo Patrón: Santiago de Chile, fundada por Pedro de Valdivia el 24 de febrero de 1541, en recuerdo de la terrible lucha contra los indómitos araucanos capitaneados por Caupolicán y Lautaro que tuvieron que huir al ver venir sobre ellos a un cristiano en un caballo blanco, con la mano en la espada desenvainada; Santiago de Quito (Ecuador), Santiago del León de Caracas (Venezuela), Santiago de Managua (Nicaragua), Santiago de Guatemala (Guatemala) y, en general, la devoción al apóstol se manifiesta profusamente en la toponimia de la América hispana: Santiago de Cuba, Santiago de la Vega (Jamaica), Santiago de las Coras (California), Santiago de Cali (Colombia), Santiago Mexquititlán (México), Santiago de Tucumá (Perú), Santiago de la Frontera (El Salvador), Santiago de Veragua (Panamá), Santiago de Puringla (Honduras), Santiago del Estero (Argentia), etc.; otros tantos toponímicos podemos nombrar de Filipinas.

   Asimismo, esta patronal devoción aparece en sus leyendas, tradiciones, festividades, danzas, arquitectura, pinturas, imágenes, algunas tan curiosas como la que se encuentra en el pueblo de Nagarote (Nicaragua), en la que el Santo se venera vestido con un flamante uniforme de general con sus doradas charreteras, cordones, gorra de plato, correaje de gala, bocamangas entorchadas, zapatos negros de charol y un sable auténtico; todos los 25 de julio lo sacan en solemne procesión montado en un caballo de verdad. Esta visión puede resultar algo chocante, pero quizás no represente otra cosa más que el símbolo de una fe sencilla y del patrocinio de un personaje vivo, actual, poderoso y siempre alerta para socorrernos en cuanto invoquemos su divina intercesión;
   El Año Santo Jacobeo, con su indulgencia plenaria, fue promulgado por el Papa Calixto II en 1122, estableciendo su celebración cada vez que el 25 de julio caiga en domingo.

                                                                                                                            

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