Alberto Casas
BUZO.-
Nadador hábil que por naturaleza ó
aprendizage se ha acostumbrado á sufrir el resuello largo tiempo debajo agua,
pudiendo de este modo reconocer los objetos sumergidos y operar sobre ellos. En
los arsenales, y bajo la dirección del Buzo Mayor, hay escuela de este oficio
en la que se dan plazas efectivas á los ya diestros en él, destinándolos al
servicio en los mismos arsenales y delos buques de guerra. Dícese también Buzano,
Somorgujador, y Somormujador. (TimoteoO’Scanalan (1831).- Diccionario Marítimo
Español).
La actividad del buceo es practicada desde los
tiempos más remotos, de ello dan fe los pescadores de perlas y de esponjas
entre otros: No hay trabajo peor ni más
penoso para los hombres que el de los
cortadores de esponjas (0piano, Haliéutica), opinión que comparte Plinio
en su Historia Natural. Asimismo, hay
constancia de su práctica en Egipto alrededor de 5.000 años a. C., y en la mitología griega, Teseo hubo de bajar
al fondo del mar para recuperar el anillo de oro del rey Minos.
En el Museo Británico se expone una tabla en
la que se ve a Assurbanipal II, (el Sardanápalo griego), siglo IX a. C., famoso
no sólo por sus banquetes y su biblioteca de más de 10.000 tablillas, sino que,
en dicha plancha, aparece buceando pero respirando a través de un odre lleno de
aire que lleva bajo su pecho, lo cual es una muestra de que ya, desde la
antigüedad, se utilizaban artilugios que contribuían a que se permaneciera el
mayor tiempo posible sumergido. La expedición submarina del rey persa nos
revela una acción militar muy utilizada por esta clase de guerreros, de cuya
eficacia naval tenemos amplias referencias en la Historia de la guerra de Peloponeso de
Tucidides, o la extraordinaria hazaña de Escilias de Ciona, narrada por Herodoto (Los nueve libros de la Historia. Libro
VIII), que decidió abandonar el bando persa de Jerjes y pasarse al griego
liderado por Temistocles. Con esta idea se arrojó al mar en el puerto de Afetas
y buceó hasta el de Artemisio en la costa de la isla de Eubea. La distancia
entre ambos lugares era de 80 estadios (unos 14 kilómetros ), que
atravesó nadando bajo el agua para no ser descubierto. El historiador griego
apostilla: mi criterio acerca de este
punto no sea otro sino que llegó en algún barco a Artemisio. Es una opinión
respetable, pero también puede valer que utilizara artefactos de inmersión,
como los descritos por Aristoteles, como la lebeta
(caldero), una especie de campana metálica invertida, o la trompa de elefante, un tubo a través del cual se respiraba el aire
que penetraba desde la superficie, en la que el otro extremo flotaba sostenido
por un flotador. Asimismo, la leyenda, recogida en el Libro de Alexandre (S. XII), cuenta como Alejandro Magno, durante
el sitio de Tiro se hizo bajar al fondo del mar dentro de un barril
acristalado; este tipo de escafandra se llamaba calinfa. De Opiano, en su obra Haliéutica,
al referirse a la pesca del pez buey,
leemos:
Cuando el pez buey ve
sumergirse en las profundidades a uno de esos hombres que llevan a cabo su
trabajo en el fondo del mar…
Todos estos episodios demuestran que
discutir o dialogar sobre este tema era corriente y objeto de atención en las
cuestiones más diversas. Cuenta Diógenes Laercio que Eurípides solicitó de
Sócrates su opinión sobre el libro de Heráclito, Syngranma, y el filósofo le contestó: lo que he entendido es excelente, para el resto se necesita un buzo de
Delos.
Plutarco (46-122 d. C.) en sus Vidas paralelas, narra como estando
Marco Antonio de pesca con Cleopatra, y no dándosele muy bien los lances, para
no quedar mal ante la reina, mandó a unos buceadores, o urinatores, como les llamaban los romanos, que engancharan en los
anzuelos de su caña los pescados que ya había cogido. Cleopatra se dio cuenta
de la patraña, y sin decir nada, lo invitó a una nueva jornada para el día
siguiente, pero Antonio se encontró con la barca llena de gente. Empezado el evento,
la reina envió a sus buceadores para que engancharan en el anzuelo del general
romano un pez ya pescado días antes y que había sido salpresado. Cuando el
romano lo izó a bordo y descubierta la broma, provocó la risa y el jolgorio de
los asistentes. Tal vez la reina lo que pretendía era convencer a Antonio de lo
difícil que era engañarla.
El descubrimiento de América desarrolló
nuevas técnicas de navegación, de comercio y la necesidad de proteger el
tráfico marítimo del acoso de potencias enemigas, de piratas, corsarios (los picarones antillanos), bucaneros, pichelingues
y filibusteros, riesgos a los que se unían los naufragios de naves cargadas de
oro y plata, especialmente en el canal de las Bahamas y en el Golfo de Cádiz,
con más de 200 pecios localizados, o en el fondo de la ría de Vigo, en 1702, donde
los buzos de la tripulación lograron rescatar gran parte del tesoro que
transportaban, maderas, sedas, cañones, etc.
Esta nueva situación exige nuevos planteamientos
que demandan una participación primordial
del somorgujador, cuya
profesionalidad, destreza y eficacia es continuamente ofrecida a Felipe II,
aunque con anterioridad Carlos I tuvo ocasión de presenciar en Lisboa, en 1539,
la propuesta de Blasco de Garay de presentar un ingenio para que cualquier hombre pueda estar debajo del agua, todo
el tiempo que quisiera, tan descansadamente como encima. Incluso, cómo no,
el gran Leonardo da Vinci se ocupo de tan trascendental cuestión diseñando dispositivo
acuáticos, como aletas natatorias.
Jerónimo de Ayanz (1533-1613) presenta un nuevo traje de
buzo; Diego de Ufano, ingeniero militar, idea nuevos sistemas de resistencia
submarina, así como el siciliano Bono (1538-1582) que inventó una campana de
bronce, o, entre otros muchos más, Pedro de Ledesma (1544-1616). Francisco
Núñez Melián que en 1626 se dedicó con éxito a rescatar tesoros de los galeones
hundidos en los cayos de Florida. Con igual o mayor fortuna, el inglés William
Phipps con un equipo de expertos buceadores, empieza el rastreo de galeones
hundidos, logrando rescatar en 1682 gran parte del tesoro del Nuestra Señora de la Concepción ,
naufragado en 1541 en el Banco de la Plata , al norte de La República Dominicana.
La primera mención expresa de los buzos como
miembros de la tripulación de las flotas del rey, no aparece hasta la Disposición dictada por
Felipe III en Valladolid, el 14 noviembre 1605.
Mandamos que en la Capitana y en cada flota
vaya un buzo y otro en la
Almiranta , porque son muy necesarios en la navegación para
los casos fortuitos y accidentes de mar.
Veitia
Linaje (1623-1688), casado con una sevillana, sobrina del pintor Murillo, fue Contador
de Averías de la Casa de la Contratación, Tesorero y Juez de la misma y
Secretario del Conejo de las Indias, en su libro Norte de la Contratación de las Indias (Libro II, cap. 2º, 34), escribe:
Y en todas las
Capitanas y Almirantas se debe llevar buzo, para si haze alguno de los galeones
de su Armada alguna agua, que no pueden tomar por la parte adentro, que
procure por la de afuera reconocieren
que parte está, y este nombre, según Covarruvias, viene de “bruzos”, que vale
boca á baxo, y así de caer sobre el rostro se llama “caer de bruzos”, que es lo
que sucede al buzo, y destos oficiales van dos, uno en la Capitana , y otro en la Almiranta.
Para Tomé Cano`(1545-1618), piloto de la
carera de Indias, que por su gran experiencia como navegante e ingeniero de
construcción naval lo nombraron Diputado de la Universidad de mareantes
de Sevilla. En 1611 publicó el Arte para
fabricar naos, en uno de cuyos capítulos escribe:
El buzo es de mucha
importancia en una nao, pues mediante su resuello va abajo y recorre por debajo
del agua todo el galeón y busca por donde la hace, con que se repara la que
suele hacer, y muchos navíos se salvan,
que, si no llevasen buzo, se quedarían en la mar.
Se le exigía conocer el oficio de marinero y
naturalmente saber nadar, asignándosele un sueldo de 8 escudos, igual que el de los cirujanos y
los condestables.
Miguel de Cervantes que sirvió durante cinco
años en las galeras de Felipe II, y pudo ejercer y conocer las faenas
marineras, traslada estos conocimientos a sus obras literarias:
Haz señor, que bajen los buzanos a la sentina, que si
no es sueño, a mí me parece que nos
vamos anegando. No
hubo bien acabado esta razón cuado cuatro o seis marineros se dejaron calar al
fondo del navío y le requirieron todo, porque eran famosos buzanos, y no
hallaron costura alguna por donde entrase agua al navío". (M. de
Cervantes. Los trabajos de Persiles y Sigismunda, I-XVIII).
En esta singular práctica existen nombres
legendarios, o reales para otros, como el célebre siciliano Peje Nicolao que vivía mejor en el fondo del mar que en
tierra. Cervantes alude a este extraño personaje cuando explica a don
Lorenzo, el hijo de don Diego de Miranda (el
caballero del Verde Gabán) que entre las virtudes y méritos de la ciencia
de los caballeros andantes es la de saber
nadar, como dicen que nadaba el peje Nicolás o Nicolao.
Naturalmente, las técnicas modernas nada
tienen que ver con lo que hasta ahora se ha contado. En la actualidad, y suma y
sigue, tenemos escafandras, batiscafos, duración casi ilimitada del tiempo bajo
el agua, vestimentas, seguridad, bombonas de oxigeno, cámaras de descompresión,
etc… y aún quedan tesoros por rescatar y un mundo casi desconocido por
descubrir, fotografiar y filmar.
¡Qué interesante es la lectura de tu artículo sobre los buzos o somormujadores...!. La imagen de Assurbanipal II demuestra, una vez más, que "no hay nada nuevo bajo el sol". Aunque lo pueda parecer: son todas variaciones sobre los mismos temas.
ResponderEliminarNi siquiera el magistral tratamiento de los sueños iniciado por S. Freud en el siglo XIX, casi un tema nuevo por lo poco trillado que estaba ese campo, se puede decir que no tuviera sus antecedentes históricos y bíblicos.