Alberto Casas
Desde los tiempos más remotos, los animales han desempeñado un papel preponderante en la historia de la navegación, y este protagonismo empieza, precisamente, en el primer leño que sale a navegar por esos mares diluvianos en el que Nuestro Señor mandó que se embarcaran una pareja de animales; la Biblia nos aclara que según su especie, dato que puede ayudarnos a sopesar que dicha carga pudo tener cabida en las panzudas bodegas del Arca.
Decisiva fue la intervención de los cuervos y las palomas para indicar a
Noé el nivel de las aguas y, en consecuencia, el momento oportuno para arriar la
pétrea ancla en el monte Ararat: y ella
volvió a él por la tarde, trayendo un ramo de olivo con las hojas verdes en su
pico, con lo que entendió Noé que habían cesado las aguas sobre la tierra.
Esta experiencia fue recogida por los descendientes del Patriarca que no
salían al ponto sin llevar a bordo pájaros, monos, gatos o perros, sabedores de
que eran los mejores vigías para anunciar la lejanía o cercanía de la tierra,
la proximidad de otras naves, o barruntar una tormenta. Incluso si no podían
llevarlos a bordo, navegaba su representación simbólica, el mascarón, labrado
en la roda o el codaste, como los hippoi
tartessicos, con la cabeza de un caballo en la proa y los ojos pintados en las
amuras, razón por la que se conocían como los caballos del mar; o los vikingos, con sus cabezas de dragón
adornando sus rodas, por lo que sus barcos eran llamados drakkars, o los snekars
con cabezas de serpientes.
Naturalmente, no faltaban, no podían faltar, animales de munición de
boca, especialmente aves de corral, sobre todo gallinas, pues para algunos
gremios de navegantes se consideraba que el canto del gallo a bordo constituía
un presagio de mal agüero, aunque de esta provisión también se exceptuaban los
conejos, cuya presencia en las naves se creía nefasta y augurio de toda clase
de calamidades; tampoco podían faltar los destinados a ser sacrificados a los
dioses para invocar su protección,
arrojando por el costado las vísceras y grasas del cordero (siempre le tocaba a
este animalito), con el resultado de que los dioses, agradecidos, amainaban el
furor de las olas. Siglos más tarde se descubrió que no era necesario el
sacrificio de las reses, pues era, y es suficiente, colgar por la borda trapos
y cabos empapados de grasa para encalmar el oleaje.
En la primera vuelta al mundo, culminada por Elcano, la escasez de
alimentos y agua fue causa de que, prácticamente, la totalidad de los
tripulantes enfermaran de escorbuto. Cualquier cosa era buena para matar el
hambre: cueros, jarcias y hasta ratas, que llegaron a cotizarse a medio ducado
la pieza como si de
terneros lechales se tratara. Precisamente, las ratas constituían, y constituyen,
un serio peligro por su voracidad, las enfermedades que pueden transmitir y el
daño que pueden ocasionar a las mercaderías, contingencia prevista en las Costums de la Mar (s. XIII), exigiendo la utilización del
arma más eficaz para evitar estas averías (Título
V. Caps. 66 y 67):
Los efectos que en la nave maltratasen los ratones
por causa de no haber gato a bordo, deberá el patrón resarcirlos…
Si una mercadería recibe daños de ratones por no
haber gato en la nave, el patrón debe resarcirlo…
Tal vez a eso se refiera el refrán que cuando el gato no está los ratones bailan. Famoso fue el minino Trim que ha merecido tener una estatua
en la Biblioteca
de Sidney. Se dice que cuando los roedores son los primeros en abandonar el
barco es señal de que un peligro inminente se cierne sobre la embarcación. En el Diario de Colón hay constancia de la atención con que el Almirante
observaba el vuelo de las aves, pues podía indicarle el rumbo a seguir hacia la
tierra más próxima:
Sábado 29 de Septiembre (1492): Vieron un ave que se llama rabihorcado, que
hace gomitar á los alcatraces lo que comen para comerlo ella, y no se mantiene
de otra cosa; es ave de la mar, pero no posa en la mar ni se aparta de tierra
vente leguas.
El 7 de Octubre, leemos: porque
sabía el Almirante que las más de las islas que tienen los portugueses por las
aves las descubrieren.
Bernal Díaz de Castillo, en su Historia
verdadera de la conquista de la
Nueva España , cuenta que,
Cortés mandó a Escobar que fuese hacia Boca de
Términos, y hizo todo lo que le fue mandado, y halló la lebrela que se había
quedado cuando lo de Grijalba, y estaba gorda y lucia. Y dijo el Escobar que
cuando la lebrela vio el navío que entraba en el puerto, que estaba halagando
con la cola y haciendo otras señas de halagos, y se vino luego a los soldados y
se metió con ellos en la nao.
El
instinto de la perra le decía que algún día la rescatarían y pacientemente
esperó, casi un año, este momento. La lebrela fue una eficaz colaboradora de
los conquistadores, pues su fiereza causaba pavor entre los indios.
Algunos de estos intrépidos marineros gozan de un lugar privilegiado en
la literatura universal, como el loro del malvado pirata John Silver, o el
perro y las dos gatas que acompañaron a Robinson Crusoe cuando naufragó en una
isla desierta.
La ayuda de los animales a las actividades relacionadas con la mar se
refleja, sabiamente, en el refranero popular, como, cuando la gaviota visita al labrador, mal le va al pescador, o, gaviota en la mar, marinero a pescar, o, delfines jugando, mal tiempo barruntando, o,
aves marinas a poca altura, tormenta segura, y muchos más.
Pero también los hay proscritos en el mundo de los argonautas. La Armada británica prohíbe
bautizar sus navíos con nombres de reptiles, serpientes, cocodrilos, etc., y es
superstición muy antigua que no se deben matar gaviotas, petreles o albatros
pues estas aves son las almas de marineros muertos en la mar.