Alberto Casas.
El hundimiento del Castillo de Olite, a las 11 de la mañana del día 7 de marzo de 1939
y prácticamente en la bocana del puerto de Cartagena, dejando a la isla de
Escombreras a estribor, es calificado mayoritariamente por los historiadores e
investigadores del trágico suceso (J. A. Vizcaino, L. M. Pérez Adan, Martínez
Pastor, Luis Romero, Álvarez de Sotomayor, Luis Mollá, etc.) como la mayor
tragedia naval de la guerra civil española, desastre marítimo que se produce, precisamente, cuando está a
punto de finalizar la fraticida contienda que se anuncia pocos días después en
el ya histórico, para bien o para mal, último parte de guerra:
En el día de hoy,
cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus
últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo Franco.
Burgos 1º abril 1939.
La llamada
mayor tragedia naval de la guerra civil española (1936-1939) es la dolorosa
historia de un buque construido en Holanda en 1921, de 110 m . de eslora, 16 m . de manga, 6 m . de puntal y un arqueo de
3.500 toneladas, que empezó sus primeras singladuras náuticas con el nombre de Zaamdijk,
que cambió varias veces según las manos de los armadores por los que pasaba,
hasta que en 1936 fue comprado por la
URSS , bautizándolo como Postishev, destinándolo al
transporte de mercancías para el aprovisionamiento de las fuerzas de la República. En esta
misión, con sus bodegas llenas de carbón, es capturado el 31 de mayo de 1938, cuando
cruzaba el Estrecho de Gibraltar, por el correo de la Cia. Trasmediterránea Vicente
Puchol, buque melillero, llamado así por hacer la travesía Málaga –
Melilla. Armado por la marina de los insurrectos, realiza servicios de vigilancia entre el mar de
Alborán y Gibraltar. En 1986 fue vendido a un naviero griego. El Postishev
fue rebautizado como Castillo de Olite.
En marzo
de 1939 el fin de la guerra es evidente y los presagios de la derrota total de los
republicanos se vislumbran en el negro horizonte de un futuro incierto bajo el
mando de un ejército que se proclama nacional. La desmoralización de los
leales a la República
se alimenta con el caos político y militar vinculado con una irracional lucha
por el poder y la durísima dialéctica sobre la conveniencia o no de prolongar
la lucha hasta el inminente estallido de la segunda guerra mundial, presunta
tabla de salvación del gobierno legítimo. La renuncia de Azaña a la
presidencia, el golpe de Estado de Negrín y la perentoria rendición de Madrid
son el germen de una serie de sublevaciones y pronunciamientos que buscan la
paz rindiéndose al ejército franquista. En esta confusa descomposición, destaca
la rebelión de Cartagena, la milenaria Qart Hadasht que fundó Asdrúbal
en 227 a . c.,
enclave estratégico, tanto por su situación geográfica, como por su base naval
en cuya bahía se encuentran atracados y fondeados los navíos más importantes de
la armada republicana, aunque algunos de ellos, los destructores
Sánchez Barcaiztegui, Alcalá Galiano, Churruca, Alsedo,
Lazaga y Legazpi, no están en condiciones de navegar, o resultaron
seriamente averiados por el bombardeo de la aviación de los nacionales.
La
rebelión que comienza en la noche del 4 de marzo, triunfa aparentemente, con
notables indecisiones en los distintos cuerpos militares, pero, de momento
haciéndose con el mando de la ciudad y de la flota a la que ordenan
que zarpe y se entregue al gobierno golpista del general Franco, al cual se
notifica su apoyo y la formal petición de que se envíen refuerzos suficientes
para consolidar su ocupación.
La
escuadra zarpó de la base decidiéndose poner rumbo a Argel, un puerto neutral,
pero las autoridades francesas comunicaron que debían dirigirse a Bizerta,
devolviendo los buques al bando nacional el 30 de marzo del mismo año. La armada
estaba formada por los cruceros Miguel de Cervantes, Libertad (ex
Príncipe Alfonso y al terminar la guerra Galicia) y Méndez Núñez;
los destructores Lepanto, Almirante Antequera, Almirante
Valdés, Gravina, Jorge Juan, Almirante Miranda, Escaño
y Ulloa, y el submarino C – 4.
Mientras tanto, es de suponer que
sale del propio general Franco la orden de preparar con toda urgencia un convoy
que transporte tropas para desembarcarlas en la ciudad haciéndose con el
control de la misma, de su base naval y de sus defensas artilleras, costeras y
antiaéreas.
Pero,
inesperadamente, la situación dio un giro imprevisto. Negrín que no podía
consentir la pérdida de Cartagena, seguramente el último y más sólido eslabón
que sostenía el prestigio y la esperanza de supervivencia y restablecimiento de
la República ,
inmediatamente mandó a la
Brigada 206, reclutada entre combatientes de afiliación
comunista, que en la mañana del día 6 entra en la ciudad entablándose una lucha
contra los sublevados pro-nacionales, principalmente tratando de desalojarlos
de las baterías que flanqueaban ambos lados del puerto, cuando ya en la lejanía
aparecían los primeros transportes, aproximadamente treinta, con las tropas de
desembarco que sumaban alrededor de 30.000 hombres, escoltados por los
minadores Júpiter y Vulcano, ambos de la misma serie, el buque
auxiliar Antonio Lázaro, gemelo del Vicente Puchol, y los
destructores Melilla, Huesca y Teruel. Precisamente el Vulcano,
tres meses antes, el 29 de diciembre de 1938, al mando del capitán de corbeta
Fernando de Abarzuza, logró, a pesar de su inferioridad, impedir la salida a la
mar del destructor José Luís Díez que se salvó varando en una playa de
Gibraltar, agravando aún más la situación de la ya bastante mermada escuadra
republicana.
El día 7, la Brigada 206 ha sofocado la
sublevación y el capitán Guirao ocupa la batería a barbeta de La Paraloja , aunque
sólo dispone activa la pieza nº 1 al mando del capitán Antonio Martinez
Pallarés.
Ante el
fracaso del levantamiento, el almirante Moreno ordena que los buques reviren,
se engolfen en la mar y pongan rumbo a los puertos de donde han partido. La
orden es obedecida por todos menos por el Castillo de Olite y el Castillo
de Peñafiel (ex Smidovich) que sigue al primero a muy poca
distancia; ambos tienen la radio averiada, ignoran las nuevas consignas y continúan
navegando hasta situarse a tiro de cañón de La Parajola que
dispara un proyectil, tal vez de aviso, pero el segundo impacta en el pañol de
municiones que explota hundiéndose al barco en dos o tres segundos. El Castillo
de Peñafiel pudo huir, aunque se dice que fue alcanzado por otro proyectil
que apenas causó daños, y según otras versiones resistió el ataque de unos
aviones del ejército rojo.
A la mala
suerte o a la buena puntería de la artillería costera, o al trágico destino que
le estaba reservado, pueda achacarse el infernal desastre al que contra viento
y marea la verdad de la verdad ha sido ocultada, deformada, socavada y sobre
todo silenciada, pero aún hoy, después de los años transcurridos, existen zonas
oscuras no totalmente desveladas.
Pero de su
autenticidad dan testimonio cerca de 1.500 víctimas mortales que el Castillo
de Olite dejó a unos 30 m .
de profundidad cerca de la isla de
Escombreras, además de unos 340 heridos y alrededor de 300 prisioneros.
¿Responsabilidades?,
¿Responsables?, nada ni nadie; quizás el alférez de navío Eugenio Lazaga
Azcárate por ordenar al capitán del buque Bernardo Monasterio Mendezona que se
dirigiera a la entrada del puerto en vez de dar la vuelta; quizás el capitán
Antonio Martinez Pallarés que confesó haber disparado el mortal proyectil
obligado por la pistola del capitán Guirao apuntando a su nuca; a pesar de ser
uno de los sublevados a favor del bando nacional, tras un juicio sumarísimo fue
fusilado en el cementerio de Espinardo (Murcia), y Guirao huyó a Francia.
También
se dijo que la noticia la difundió Radio Moscú el mismo día, pero el Cuartel General
de Burgos la estimó, o le convino estimarla, como un infundio y una falacia, y
esperó hasta el 23 de marzo para expedir un comunicado oficial dando cuenta,
escuetamente, del hundimiento del Castillo de Olite en acción de
guerra. ¿Desorganización, improvisación, precipitación?; ¿mejor no
removerlo y olvidarlo?. Todo absurdo, estéril y monstruoso, pero histórico, In
aeternum.
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