martes, 16 de abril de 2013

LA NIÑA DOLORES

Alberto Casas.          

   Las relaciones entre las cortes de Rusia y España se mantenían en un nivel de diplomática frialdad al negarse los monarcas españoles a conceder a los zares el título de Emperadores, obstáculos que desaparecen con Carlos III al reconocerlo en 1763, complaciéndose en darle a la emperatriz de las Rusias, Catalina, el tratamiento de Imperial. Satisfecha Catalina II, las relaciones entre Madrid y San Petersburgo volvieron a la normalidad.

   Sin embargo, cunde la alarma cuando el rey de España es informado de la presencia de colonos rusos en la costa noroccidental de América (Alaska), con asentamientos comerciales, especialmente dedicados a las pieles, en una amplia faja de territorio comprendido entre los 55º y 65º, así como la sospecha de que esta expansión podía continuar hacia el sur, poniendo en peligro el dominio de los españoles en California, razón por la que se proyectan una serie de campañas encaminadas a explorar las costas del norte (Nueva Galicia) proclamando la soberanía de España sobre las tierras que se descubran.
   Con esta intención, desde el apostadero de San Blas, en Jalisco, fundado por José de Gálvez, el Virrey Antonio María de Bucareli ordena una serie de expediciones destinadas, por una parte, a reforzar las dotaciones de los presidios de Monterrey, fundado en 1602 por Sebastián Vizcaíno, de Huelva, así como los de San Diego, San Francisco, Reina de los Ángeles y Sonora, y, por otra, barrer las costas al norte de California para comprobar las informaciones sobre la existencia de colonias rusas.
   Las incursiones más importantes fueron las realizadas en 1774 por Juan Pérez Hernández que alcanzó los 55º de latitud a bordo de la fragata Santiago; en 1775 por Bruno de Hezeta, el criollo Francisco de la Bodega y Cuadra y Juan de Ayala que al mando, respectivamente, de las fragatas Santiago y Sonora, ésta última conocida como la Felicidad, y el paquebote El Mexicano, llegaron hasta los 58º, la actual Columbia Británica. Una copia de las cartas de esta expedición las utilizó el capitán Cook en su periplo de circunvalación al mundo; en 1779, Ignacio Fernando de Arteaga y Bazán (Aracena, 17-02-1731), y Cuadra, con las corbetas Nª Sª del Rosario, conocida como Princesa, y Nª Sª de los Remedios, llamada la Favorita, recién botadas en Guayaquil, navegaron hasta 61º. En este viaje, el alférez Mourelle en su Diario, además de los acaecimientos de la navegación, levantó planos y cartas, anotó la flora y la fauna de las regiones exploradas y las costumbres de los nativos, y situó la posición del monte San Elías (5.984 m.), así bautizado en 1741 por el danés Bering al servicio de Rusia.
   Pero no es hasta ese año, 1741, cuando se produce el primer contacto real entre rusos y españoles. Ese mismo año citado, el navío San Pablo, al mando del capitán Alexei Tchirikov, envió dos botes a tierra en busca de agua, pero lo que encuentran es un navío español con el que los barbudos cruzan palabras en un extraño lenguaje que indudablemente no podía ser otro que el ruso. Los botes, una vez hecha la aguada, desaparecen entre la niebla sin que nunca más se supiera de ellos; en uno, el más grande, iba el patrón Dementiev con nueve marineros, y al no aparecer, seis días después se echó al agua otro más pequeño tripulado por el contramaestre Savelev, el carpintero Polkonikov, el calafate Gorin y el marinero Fadieu.
   Tchirikov, después de un largo periodo de espera y búsqueda, no tuvo otra opción que darlos por perdidos, decidiendo retornar al puerto de partida, Petropavlovsk en la peninsula de Kamchatka, mandando recoger el agua de lluvia ya que se había quedado sin lanchas para buscarla en tierra. El almirante Vitus Bering Jonassen, al mando del San Pedro, llevaba como lugarteniente a Tchirikov en esa expedición que las nieblas y una espantosa tormenta los separó sin que volvieran a encontrarse, y en la que Bering y la mayoría de los tripulantes fallecieron de escorbuto. El San Pedro y el San Pablo eran dos barcos gemelos expresamente construidos para este viaje en 1738. Tenían 24 metros de eslora y una capacidad de carga de 100 toneladas.     Además de su exploración de la costa norte de America, llevaban la  misión secreta de buscar la Tierra de Gama, una fabulosa isla en medio del Pacifico que se rumoreaba había descubierto en 1589 el navegante portugués Joao de Gama. Naturalmente, no lo hallaron.
   Confirmada la presencia de los súbditos de Su Majestad Imperial, zarpan de San Blas la fragata Princesa y el paquebote San Carlos al mando de Esteban José Martínez y de Gonzalo López de Haro que contactaron con la factoría de Kodiak, en Alaska (Tierra Grande), fundada por el comerciante Igor Shelikov, donde fueron amistosamente recibidos por los rusos. Este acercamiento de carácter oficial lo aprovechó España para presentar a la corte de San Petersburgo su soberanía sobre las tierras al sur del paralelo 61º. En estas expediciones se corrieron grandes riesgos, tanto por las bajas temperaturas, como por los hielos flotantes, los huracanes, las nieblas y el escorbuto que mermó a gran parte de las tripulaciones.
   La bonanza de las relaciones entre ambos países y especialmente de los intereses rusos en Alaska, impulsó al noble Nikolai Petrovich Rezanov, socio del comerciante de pieles Shelikov, a dirigir su buque Juno a San Francisco para arrancar un tratado comercial de su gobernador don José Darío Arguello, uno de los fundadores de la ciudad de Los Ángeles, que finalmente consiguió, pero de acuerdo con las condiciones que impuso el estricto gobernador.

   Pero durante las conversaciones, visitas y el trato siempre cordial de los anfitriones, surge el amor entre el apuesto oficial y la hija del gobernador, María Dolores de la Concepción, a quien todos llamaban Niña Dolores, de quince años recién cumplidos, relación consentida y aprobada, quedando ambos comprometidos a casarse en cuanto Rezanov resolviera sus asuntos en Rusia: la entrega del Tratado Comercial, la autorización del zar, del Papa y del rey de España para la celebración de la boda, gestiones que estimó quedarían ultimadas en el plazo de tres años.
   La novia nunca se enteró de que su hombre había fallecido en Krasnoyarsk, a consecuencia de una pulmonía que contrajo en las heladas y húmedas llanuras siberianas cuando se dirigía a San Petersburgo para preparar el regreso junto a su Niña Dolores. Sin embargo, ella le esperó hasta su muerte, rechazando todas las proposiciones matrimoniales que a lo largo del tiempo se le presentaron. Al cabo de unos treinta años ingresó en un convento de Monterrey.
   Había prometido esperar y cumplió la palabra dada mientras tuvo vida










No hay comentarios:

Publicar un comentario