El libro, tal como hoy
lo conocemos, en realidad no es más que un producto emanado de la Naturaleza , del liber, o sea de la parte interior de la corteza de las plantas, que la humanidad
durante miles de años esperó a que el hombre aprendiera a manifestar sus
sentimientos, fantasías y necesidades, a través de una representación
ideográfica que pudiera ser entendida con claridad y facilidad. Este
instrumento de comunicación visual se constituye, desde el primer instante, en
el depósito del pensamiento humano, mensaje precursor de la escritura inventada
por el dios Toth (el Hermes griego), que se transmite y evoluciona mediante un
milenario proceso mental encaminado a que signos, símbolos y figuras revelen
unas reglas vitales de las que dependerá la supervivencia del género humano.
Este artilugio intelectual es el fundamento de la escritura, la qubbu sumeria.
Las primeras muestras ilustradas realizadas por el hombre, la pintura y
la escultura, son esencialmente escritura y lectura a la vez. Más tarde, el
perfeccionamiento y recreación de estas expresiones gráficas se convierten en
arte. Altamira, Cartailhac, Lascaux, Twytelfontein y tantas otras calificadas
como santuarios del arte rupestre, en realidad lo son de la escritura rupestre.
Fuego, escritura y lectura impulsan la universal peregrinación en la que irán
desapareciendo los más débiles, los inadaptados y los analfabetos.
Con la aparición de la agricultura, la domesticación de algunos animales
y el abandono de las cavernas, el hombre comienza a esquematizar las grafías
recurriendo al material que tiene a mano, blando, maleable y en abundancia: la
arcilla (tittum en sumerio),
sustancia que se moldea a discreción y que es la misma que usó el Creador para
fabricar al primer hombre. El bisonte, el buey, el toro y el camello se
representan con trazos muy simples: es el Aleph,
cuyo desarrollo culmina en el Alefato
y posteriormente en el Alfabeto,
invención, dicen, de los fenicios, allá por los 1.100 a . C.: aquellos fenicios que vinieron con Cadmo
trajeron a la Hélade
el alfabeto que hasta entonces había sido desconocido, creo yo, por los griegos
(Homero).
Las tabillas de barro pueden considerarse los primeros libros de la Historia , siendo famosas
las alrededor de 20.000 encontradas en 1849 en Ninive por Layard en la
biblioteca del rey Assurbanipal, y de las más famosas en el mundo entero son
las que contienen el Poema de Gilgamesh, y estamos hablando de hace
unos 5.000 años. Las tablillas se grababan con un instrumento duro, delgado y
afilado, el estilo, de hueso, madera
o metálico, precursor del cálamo, hecho de la parte hueca de la caña o de la
pluma de las aves. La tablilla podía fabricarse del tamaño que conviniera y lo
escrito podía borrarse o conservarse mediante su secado. Era portátil, fácil de
transportar y almacenarse.
Pero casi
simultáneamente, en las riberas inundadas del Nilo crecía y abundaba el papiro
(cyperus papyrus), usado, desde
tiempos muy antiguos como remedio curativo y nutritivo. Cabe la conjetura que
de su manipulación terapéutica surgiera la idea de unir las delgadas láminas
del tallo para elaborar lienzos aptos para escribir sobre ellos. El proceso,
complejo y secreto, proporcionaba folios
(hojas) de hasta 5 y 6
metros de largo por 1 de ancho que, para guardarlos en
vasijas o transportarlos de un lado a otro, necesitaban ser enrollados sobre un
cilindro de madera o de metal al que los romanos daban el nombre de umbilicus
(ombligo): es así como aparece el volumen:
Dícese de los libros que antiguamente
eran como hojas o cortezas de los árboles que se enrollaban o envolvían,
aunque se generalizó la acepción de rollos,
o cartas, según los griegos. El
papiro permitía, no sólo una escritura más pulcra, sino que los signos iban
articulándose con un valor fonético concreto para cada uno de ellos, fundamento
del alfabeto que los fenicios adaptaron a sus peculiaridades lingüísticas y
caligráficas, propagándolo por todos los pueblos del Mediterráneo.
Seguramente, la
biblioteca de Alejandría es la más famosa de la Historia y se señala su
fundación en el siglo IV a. J.C., bajo el reinado de Ptolomeo I Sóter. En dos
grandes edificios, el Museo y el Serapeum, se empezaron a colocar la
ingente cantidad de libros que llegaban de todo el mundo conocido, hasta
alcanzar la cifra de 700.000 rollos o
volúmenes, perfectamente ordenados y
clasificados por autores, temas, antigüedad, lengua y procedencia. Guerras,
incendios, saqueos y terremotos acabaron con unos de los bienes culturales más
valiosos de la humanidad. En Grecia abundaron las bibliotecas privadas y fue
tal la afición a la lectura, que se inventó el verbo pateo para expresar que se patea
un libro cuando es leído, repetidamente, una y otra vez.
El rey de
Pérgamo, Eumenes, se empeñó en tener una biblioteca capaz de competir, en
cantidad y calidad, con la de Alejandría, pero Ptolomeo V prohibió la
exportación de papiros previendo una competencia que le dañaría gravemente.
Esta carencia se suplió probando la escritura con los cueros de diversos
animales, ensayos origen del empleo de las pieles de ovejas, debidamente
pulidas y tratadas, sustituyendo ventajosamente al papiro; estas pieles se
bautizaron con el apelativo de pergaminos
en homenaje a la ciudad de Pérgamo. Se trataba de un material más duradero,
fuerte y flexible, en el que se podía escribir por ambas caras e incluso borrar
lo escrito y escribir otra obra distinta; este nuevo texto se llama palimpsesto, y el artificio fue muy
utilizado en la Alta Edad
Media. Existía un tipo de pergamino de mejor calidad y más fino, la vitela,
que se obtenía de reses recién nacidas o nonatas. Un método innovador
fue la invención de coser unas con otras hasta completar el discurso,
denominándose Códice (del latín Codex: libro, obra manuscrita. Por
derivación, Código) al bloque de hojas manuscritas y cosidas, conceptuándose
como Códices los libros de esta
traza, hasta la aparición de la imprenta.
En la Edad Media , los monjes
implantaron el sistema de agregar a los Códices las portadas, es decir, la primera hoja del libro en la que se consigna
el título, nombre del autor, fecha y cualesquiera otros datos identificativos
de la obra, a la que más tarde se añadieron las cubiertas o tapas
protectoras, así como el colofón,
donde, al final, se explicaba el trabajo realizado, significado de las
abreviaturas, etc. (suele haber cierta confusión al distinguir la portada de la
tapa o cubierta). En esta época, se producen Códices iluminados y miniados,
principalmente los Beatos,
portentosas obras de arte, únicas e irrepetibles.
Sobre el siglo
XII aparece el papel (etimológicamente, de papiro)
y en España hay constancia de que en 1150 se fabricaba en Játiva. En principio
se le consideró un material ruín, llegando a prohibirse como elemento útil de
escritura. Con la invención de la imprenta, la industria del libro sufre un
cambio radical, pues el manuscrito desaparece prácticamente para dejar paso a
la letra impresa. El inicio del revolucionario sistema se data el 15 de Agosto
de 1456, con la impresión, página por página, de la Biblia de 42 líneas del orfebre Juan
Guttemberg (1399-1468), en su taller de Maguncia. A partir de este momento, la
imprenta se establece en Europa y el papel va imponiéndose sobre el pergamino.
En España, varias ciudades se disputan el honor de haber instalado la primera
imprenta, aunque parece ser que fue en Segovia, en 1471/2. Todos los libros
impresos entre 1456 y 1500 reciben el nombre de Incunables.
Con la imprenta,
el libro tuvo una gran difusión, pues de un mismo ejemplar podían tirarse
cientos y miles de copias que facilitaban la lectura y el acceso a la cultura del
pueblo llano y, especialmente, a las Universidades. El imperio del papel y las
nuevas técnicas en la impresión, linotipia, fotograbado, offset, informática, etc.,
han contribuido, y contribuyen, al desarrollo cultural de los pueblos. No
olvidemos que el vocablo liber,
libro, significa también libre, y liber-tas,
libertad.
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