Alberto Casas.
Este rey,
desconocido por gran parte de los españoles, era el mayor de los cuatro hijos
que Felipe V, nieto de Luis XIV y el primer Borbón que reinó en España, tuvo
con su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya: Luis, Felipe Pedro,
Felipe Pedro Gabriel y Fernando, que a la muerte de su padre reinó como
Fernando VI. Al morir su esposa, el rey vuelve a contraer nupcias el 24 de
Diciembre de 1714 con Isabel de Farnesio, mujer inteligente, autoritaria y
ambiciosa que le dio siete hijos: Carlos, Francisco, Mariana Victoria, Felipe que
fue rey de Parma, María Teresa Antonia Rafaela, Luis Antonio Jaime y María
Antonieta Fernanda.
Luís Antonio a los
ocho años de edad ya lucía el capelo cardenalicio como Primado de España, pero
colgó la purpúrea capa para contraer matrimonio morganático con María Teresa de
Villabriga y Rozas y ostentar el título de XIII conde de Chinchón.
Carlos heredó el
trono de Nápoles y Sicilia, siendo el primero que ordenó se hicieran
excavaciones arqueológicas de manera exhaustiva hasta sacar a la luz las ruinas
de Pompeya y Herculano, sepultadas por la lava y cenizas arrojadas por la
erupción del Vesubio en el año 79 d. J.C.; al fallecer su hermanastro Fernando
VI sin sucesión, fue nombrado rey de España como Carlos III, llamado el mejor alcalde de Madrid.
Luis de Borbón y
Saboya, el primogénito de Felipe V, había nacido en Madrid el 25 de Agosto de
1707, día que se conmemora la festividad de San Luís de Francia, motivo por el
que se bautizó con ese nombre, y dos años más tarde, el 7 de Abril de 1709 fue
proclamado príncipe heredero. Al morir su madre sólo tenía siete años de edad y
su madrastra, Isabel de Farnesio, lo alejó de la Corte dejándolo en manos de
tutores, entre ellos a Anne Maríe de la Trémoille , princesa de los Ursinos, que había
sido Camarera Mayor de la fallecida reina y actuaba como agente de Luis XIV.
Mientras tanto el rey se va despreocupando cada vez más de los asuntos de la
nación debido, entre otras causas, a las continuadas crisis depresivas y
neurasténicas que padece, así como estados prolongados de melancolía que en
ocasiones le sumían en una total indolencia hasta el extremo de la pérdida del
respeto de si mismo, incluso en sus actos más íntimos, llegando a recibir las
visitas de personajes de la corte, diplomáticos, ministros y embajadores
mientras hacía sus necesidades, ya fuera de pie o en cuclillas.
En estas
circunstancias, el rey en sus momentos más lúcidos, toma conciencia de que debe
retirarse, posible decisión a la que se oponen tenazmente la reina y una serie
de cortejadores, como el poderoso e influyente marqués de Grimaldo que, entre
otras razones, aducen la juventud e inexperiencia del heredero, mientras que
son muchos los partidarios del Príncipe de Asturias, argumentando que sobre
cualquier otra consideración deben primar razones de Estado convenientes. El
rey, finalmente y sorpresivamente, aunque las verdaderas causas no están
demasiado claras, abdica en su hijo el 10 de enero de 1724, que sube al trono a
los diecisiete años de edad como Luís I, y a quien el pueblo recibe con
alborozo, calificándolo como un nuevo Moisés que ha de conducir a la nación a
recuperar su verdadera identidad frente al espíritu galicano que se ha tratado
de imponer, ya sea en las costumbres, en la vestimenta, la cocina, la arquitectura,
etc; otros lo comparaban con don Pelayo, y circulaba un pasquín anónimo por
Madrid en el que se leía: recobrará la
perdida honra nuestra colocándonos en el antiguo trono de la fama, guiándonos
valeroso por la senda de los triunfos.
Ante estas esperanzas
puestas en el nuevo rey, cariñosamente apodado Luisillo, empieza a llamársele también el Bienamado, el rey Liberal
y otros títulos por el estilo, aunque los adeptos de la Farnesio le aplican otros
más bochornosos aireando sus travesuras
de robar frutas en los huertos.
Con 15 años de
edad, el 20 de enero de 1722 lo casan en Lerma (Burgos) con la princesa
francesa Luisa Isabel de Orleans que tenía entonces 12 años, razón por la que,
ante la presencia de las autoridades eclesiásticas y Notarios del Reino,
dejaron que durante un breve periodo de tiempo los recién casados se acostaran
juntos, pero sin que consumaran el matrimonio, de lo que dieron fe los ínclitos
testigos. La elección de la consorte resultó una decisión desafortunada o, por
el contrario, perversamente planeada. Cuando ambos reinos, España y Francia,
acordaron el enlace, la princesa ni siquiera estaba bautizada, y la Corte francesa rápidamente
la cristianó con el nombre de Luisa Isabel. Algunos cronistas de la época
insinúan que además era analfabeta, y su conducta como reina consorte, desde el
principio fue escandalosa, procaz e inmoral; deslenguada y descarada, comía y
bebía con una voracidad insaciable y ponía en serio compromiso al personal de palacio
paseando por los salones desnuda o semidesnuda con ademanes obscenos y
provocativos. La desunión y desavenencias entre la pareja eran cada vez más
notorias, e incluso el rey la encerró bajo llave durante unos días como
castigo, correctivo que no sirvió para nada. Únicamente había armonía entre
ellos cuando satisfacían su desenfrenado apetito sexual. Pero en los corrillos
aristocráticos corría el rumor que
existía la orden de que con gran secreto se sondeara en Roma cuál sería la
disposición del Papa en el caso de que se solicitara el divorcio.
Inesperadamente el
rey enfermó diagnosticándosele una viruela maligna con escasas perspectivas de
atajarla, como así ocurrió, acentuándose la gravedad, falleciendo el 31 de
agosto de 1724, finalizando el reinado más corto de la Historia de España, solo
229 días. Es de justicia decir que su esposa le atendió solícitamente sin
apartarse de su lado, aun a costa de contagiarse, como así ocurrió, pero teniendo
la fortuna de curarse. Dos o tres días antes del óbito, el Presidente del
Consejo de Castilla, el Inquisidor General y el Arzobispo de Toledo le
presentaron un documento declarando a su padre heredero del trono, diploma que el
rey firmó seguramente sin haberlo leído ni saber de que se trataba. Sin embargo,
se propaló el rumor de que el rey fue envenenado por un grupo particularmente
afín a Isabel de Farnesio: el cirujano parmesano Servi, que supuestamente fue
el que le administró el veneno, ayudándose de una tal Laura, ama de leche, el
padre Guerra, confesor de la
Farnesio y el marqués Scotti, consejero artístico y durante la infancia del infante don Luís
fue nombrado su ayo.
A Luis I correspondía
sucederle su hermano Fernando, que ese mismo año fue investido príncipe de Asturias,
pero al solo tener once años de edad, su padre, Felipe V, de acuerdo con el dictamen
del Consejo de Castilla y una Junta de Teólogos, logrado a duras penas, nuevamente
se hizo cargo de la Corona
reinando hasta el año 1746, fecha de su muerte a los sesenta y tres años de edad,
curiosamente el reinado mas largo de nuestra historia (1700-746).
En cuanto a la
reina viuda, Luisa Isabel, fue invitada a salir de España, trasladándose a
Francia, muriendo en 1742 a
los 33 años de edad.
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