viernes, 1 de agosto de 2014

LA MATRICULA DE MAR



Alberto Casas.





            A partir del descubrimiento de América, España tuvo que asumir la responsabilidad de administrar un vasto imperio, terrestre y marítimo, para la que no estaba preparada ni social, ni política, ni económicamente.
   Para el control de los mares necesitaba pilotos, marineros y buenas boyas para gobernar sus navíos en el Mediterráneo, en el Atlántico, en el Caribe y en Filipinas. Las galeras debían custodiar nuestras costas para interceptar a los piratas berberiscos y a las armadas turcas; En el Atlántico tenían que luchar contra franceses, ingleses y holandeses, y proteger las flotas de Indias de piratas y corsarios.
   La escasez de recursos humanos para sostener esta gigantesca maquinaria política, militar y comercial, repercutió en la marina real, imposibilitada de enrolar tripulaciones expertas, teniéndose que recurrir a las levas y a los presidios, especialmente para completar la chusma de las galeras.
   Las dificultades del enrole, 20 hombres por tonelada de arqueo, es denunciada al rey (8 de Junio de 1606) por el duque de Medina Sidonia, Capitán General del Mar Océano y de las costas de Andalucía, recordándole la falta de marineros que hay en estos Reynos. Por otro lado, empiezan a llover sobre la Corte quejas de los Concejos, Juntas y Merindades sobre los daños que las levas están originando:

Siendo como somos nosotros caseros y personas que vivimos con la labranza de las tierras, casas y caseríos, y en hacer carbón y en oficio de carpintería y de herrería, y en otros ministerios semejantes, y no siendo como no somos marineros que ni hemos vivido en oficio de marinería, ni siendo útiles para ello, nos han alistado para marineros y metidonos en suertes para que los seamos y sirvamos en las armadas de SM, haciéndonos para ello fuerza, vejación y molestias y prendiéndonos para ello.

   El Consejo de Guerra Real decide aplicar un sistema de reclutamiento naval semejante al Ruolo veneciano, como fórmula para terminar con el caos que el sistema vigente origina, dictaminando que se realice una matricula general en las costas de estos Reyno de toda la gente que usa en ellos el arte y oficio de la marinería. Con este nuevo programa de alistamiento naval, las Cofradías de Mareantes estaban obligadas a llevar un Registro de todos aquellos que ejercieran oficios de mar: pilotos, cómitres, marineros, grumetes, calafates, etc., de los cuales podría disponer el rey para su armada con el fin de dotarla de un personal cualificado, evitando, de paso, los graves perjuicios que ocasionaban las levas en las tierras del interior. La Matricula de Mar, que también alcanzaba a los barqueros del Guadalquivir, pasó por una serie de vicisitudes que anulaban su eficacia.
   Las Reales Cédulas de 1533 y de 1606 no resolvían el cuestionable problema de los bajísimos salarios que percibía la marinería, muchas veces con un retraso de dos años, o más, además del rechazo de las Juntas de los Puertos de la Hermandad de las Marismas (Santander, Laredo, Castro-Urdiales, Vitoria, Bermeo, Guetaria, San Sebastián y Fuenterrabía) oponiéndose frontalmente a las levas marineras que los Comisarios reales ejecutaban haciendo la compañía donde fuera, como fuera y conviniera
   En Octubre de 1625, se establece la Matricula con carácter obligatorio, ordenando que se cumpla

…y no consientan ir contra ello en ninguna forma, sin embargo de cualquier causa, razón, excepción, ó derecho que se quiera alegar, ni leyes que haya en contrario que declaro nulas y de ningún valor.

Esta prescripción se consolidó en las Ordenanzas de 1737, estableciendo que
sólo podrán navegar los inscritos en las Listas de Marinería de las Cofradías de Mareantes que expedirán los correspondientes certificados.

   En 1800 las fuerzas navales del reino estaban constituidas por 76 navíos, 51 fragatas y 181 buques menores que requerían por lo menos una dotación de unos 111. 000 hombres, de los que solamente se disponía de unos 50.000, situación que se remedió vaciando los presidios por las escotillas de los navíos, medida que a la postre se reflejó en la relajación de la disciplina a bordo (motines, deserciones y riñas), a pesar de los durísimos castigos que se imponían.

  Varias propuestas encaminadas a asimilar la recluta de mar con la de tierra, introduciendo el sistema de reemplazos, quintas y sorteos, culminaron con la reforma del 27 de Noviembre de 1867, en la que se implantaban, además de mejoras salariales y sociales, conceptos morales que procuraban dignificar la profesión marinera. Pero a pesar de los pesares, esta Institución nunca gozó del favor de los Gremios de Mareantes, ni de gran parte de juristas y políticos, que consiguieron su derogación y sustitución por la Ley de Inscripción Marítima, de 22 de Marzo de 1873, en la que se dotaba al profesional de la mar (mercante, pesca, etc.) de una Libreta de Inscripción Marítima, donde la Autoridad de Marina anotaba los embarques y desembarques realizados, así como de una Cartilla Naval, a efectos de su incorporación activa a la Marina de Guerra (servicio militar).
   Actualmente, además de la Libreta, vulgarmente llamada Folio, es obligatorio presentar el Certificado de Competencia Marinera para poder ejercer los oficios de mar.



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