Alberto Casas
Método sencillo y
rápido para el aprendizaje del “Javanés”,
y reglas prácticas para su correcta y eficaz
aplicación, según el método tradicional.
Sucedió un lunes, 8 de Septiembre de
1522, cuando la nao Victoria
fondeó frente al muelle de las Muelas de
Sevilla, culminando la primera vuelta al mundo al mando de Juan Sebastián de Elcano.
Del maltrecho y casi desmantelado navío que había realizado la más larga
travesía hasta entonces conocida, desembarcaron 18 canijos tripulantes,
supervivientes de los 365 que con Magallanes habían iniciado tan extraordinario viaje en Sanlúcar de
Barrameda, el 20 de Septiembre de 1519, tres años antes. Entre los argonautas
que desembarcaron tres eran de Huelva: Francisco y Juan Rodriguez, y Antón
Hernández Colmenero. Enfermos y exhaustos, tuvieron ánimo y fuerzas para
dirigirse en procesión, descalzos, en camisa, a pie y con un cirio en la mano,
a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la de Santa María la Antigua , como le habíamos prometido hacer en los
momentos de angustia (A. Pigafetta.- “Primer viaje en torno del Globo”)
Dos meses antes, al recalar en Cabo Verde
para abastecerse de víveres y agua, y realizar las reparaciones más urgentes,
los portugueses apresaron a 12 tripulantes, entre ellos, al bollullero Ocacio
Alonso y al huelvano Gómez Hernández. Eran los que quedaban de unas
tripulaciones en las que se habían enrolado marineros procedentes de Huelva,
Lepe, Ayamonte, Palos, Aracena, Moguer, Almonaster, Trigueros, Aroche, Cabezas
Rubias y otras localidades.
Entre los 18 que pisaron tierra española se
encontraba el Caballero de Rodas, Antonio (Lombardo) Pigafetta, cronista de la
expedición, razón por la que ocupa un lugar destacado en el Panteón de la Historia por su
constancia, y buena salud también, por la
gracia de Dios, yo no sufrí ninguna
enfermedad, en narrar, día a día, los extraordinarios acontecimientos que
le tocó vivir. Asesinado Magallanes por los nativos de Joló, y sustituyéndole
en el mando Elcano, se continua la navegación por las Molucas, cargando las
naves de especias (clavo, nuez moscada, canela y jengibre), hasta que bien
repletas las bodegas, se decidió que la Victoria
iniciara el viaje de retorno a España, pero ella sola, ante la imposibilidad de
que la Trinidad , muy averiada, pudiera seguirla. Con
anterioridad, la Santiago había sido
arrojada a la costa por un espantoso temporal durante su misión de reconocimiento de la costa patagónica; más
tarde, la San Antonio , al mando
del portugués Esteban Gómez, desertó a la entrada del estrecho de Magallanes, regresando a España, y,
por último, ya en las islas del Pacifico, fue quemada la Concepción ,
por evidentes razones estratégicas.
En su Relación,
el Patricio Vicentino deja constancia, hasta sus mínimos detalles, de todo lo que
observa y llama la atención de su curiosidad: los acaecimientos de la
navegación, las peculiaridades de las tierras que visitan, su flora, su fauna,
las costumbres de los indígenas, su lenguaje, su vestimenta, su relaciones
sociales y sexuales, etc., sorprendiéndonos la realización de prácticas en
pueblos que vivían sin las teorías, lecciones y medios de todo género que nos
invaden y agobian.
Durante su complicada estancia en tierras
brasileñas no cuenta el siguiente suceso, extraño y que muchos historiadores
dudan de su credibilidad:
Una hermosa joven
subió una noche a la nao capitana, donde me encontraba yo, no con otro
propósito que el de aprovechar alguna nadería de desecho. Andando en lo cu al,
le echó el ojo, en la cámara del suboficial, abierta, a un clavo, largo más que
un dedo; y apoderándose de él con gran gentileza y galantería, hundiólo por
entero, de punta a cabo, entre los labios de su natura…viéndolo todo
perfectamente el capitán general y yo.
En la isla de Mactán, donde Magallanes perdió
la vida a manos de los nativos el 27 de
abril de 1521, Pigafetta narrando los hábitos sociales de los indígenas, nos
deja la siguiente narración:
Estos pueblos andan
desnudos, cubriéndose solamente las vergüenzas con un tejido de palmas que atan
a la cintura. Grandes y pequeños se han hecho traspasar el pene cerca de la
cabeza y de lado a lado, con una barrita de oro o bien de estaño, del espesor
de las plumas de oca y en cada remate de esa barra tienen unos como una
estrella, con pinchos en la parte de arriba; otros, como una cabeza de clavo de
carro. En mitad del artefacto hay un agujero, por el cual orinan, pues aquél y
sus estrellas no tienen el menor movimiento. Afirman ellos que sus mujeres lo
desean así y que de lo contrario nada les permitirían. Cuando desean usar de
tales mujeres, ellos mismos pinzan su pene, retorciéndolo, de forma que, muy
cuidadosamente, puedan meter antes la estrella, ahora encima y después la otra.
Cuando está todo dentro, recupera su posición normal y así no se sale hasta que
se reblandece, porque de inflamado no hay quien lo extraiga ya.
Grima y algunas cosas más se sienten al leer
estos terribles párrafos, aunque si ellas lo quieren así, pues eso…
Navegando de vuelta a España, sobre finales
de Enero y principios de Febrero de 1522, la nao recaló en la isla de Java, Jaoa para los indígenas, para proveerse
de agua y un copioso matalotaje en el que entraban cabras, cerdos, búfalos,
arroz y plátanos, que se pagaron con telas, hachas y cuchillos; el cronista
cuenta cosas maravillosas y fantásticas de la isla, pero ninguna como la forma
que tienen sus pobladores de seducir y rendir a las mocitas javanesas.
Igualmente nos informaron de que los
mozos de Java, cuando se enamoran de alguna bella joven, átanse con hilo ciertas
campanillas entre miembro y prepucio; acuden bajo las ventanas de su enamorada,
y haciendo acción de orinar y agitando el miembro, tintinean las tales
campanillas hasta que las requeridas las oyen. Inmediatamente acuden al
reclamo, y hacen su voluntad; siempre con las campanillas, porque a sus mujeres
les causan gran placer escucharlas cómo les resuenan dentro de sí. Las
campanillas van siempre cubiertas del todo, y cuanto más se las cubre, más
suenan.
En verdad, es justo y necesario reconocer
que, muchos años ha, y muchos siglos ha, unos pobres casi desnudos e inocentes
indígenas de las paradisíacas islas del Pacifico, ya nos daban tres vueltas y
algunas más en esta ardiente asignatura referente a la cohabitación, Amput
en lengua nativa, sin necesidad de tanta facundia y charlatanería de la libido,
del punto G (los javaneses no sabían hacer la O con un canuto), del poliorgasmo, del francés,
del griego y de no sé cuantos idiomas más, aparte del método de mirar p’a Cuenca o practicar el sistema
numeral, o consultar la tabla gimnástica del Kamasutra, ahora resulta que no teníamos ni idea del bueno, del
mejor, del Javanés; a su lado, todo
lo demás que se diga, que se vea, que se escuche, que se lea o que se haga, no
admite comparación.
En realidad,
si nos paramos a pensarlo, lo único que hasta ahora se ha conseguido con tanta
fanfarria de educación sexual que de hace nada a esta parte nos invade y
atosiga, lo quieras o no, es que las cigüeñas y los cigüeñatos se hayan quedado
en el paro.
Por
cierto, los nativos y las nativas llamaban a estas campanillas colón-colón (Véase Pigafetta).