jueves, 28 de noviembre de 2013

EL CONOCIMIENTO DE EMBARQUE


Alberto Casas.

   Conocimiento de Embarque es el documento expedido por el Capitán que acredita la recepción a bordo de las mercancías especificadas en el mismo para ser transportadas al puerto de destino, conforme a las condiciones estipuladas, y entregadas al titular de dicho documento (A. Vigier de la Torre.- Derecho Marítimo. 1973).
   Este precepto, una de las estipulaciones jurídicas que recoge nuestro Ordenamiento Marítimo, carácter imperativo en la contratación del transporte marítimo de mercancías, documento que ya circulaba en la antigüedad, salvando los matices temporales y espaciales que a lo largo de los siglos van replanteando nuevos procesos normativos en su estructura convencional, y en su observancia y cumplimiento.
   En el área mercantil, mediterráneo y atlántico, recibían, respectivamente, los nombres de póliça de cárrega en el ámbito catalán, bill of landing en Inglaterra, en Francia conaissement, en Italia polizza di carico, en el Adriático polissa de bordo, en neerlandés cognossement, en alemán konnssement, en los paises escandinavos utenriks konnossement...
   Antiguamente el embarque de mercaderías consistía, básicamente, en una actividad que se desarrollaba bajo los criterios que establecían los usos y costumbres mercantiles y comerciales en el que, conjuntamente, se obligan todos por el todo, desde los mareantes o navegantes (el magístrum navis) y demás gente de mar, hasta los mercaderes y pasajeros que van con ellos, que también en este tráfico tienen la condición de navegantes según señala Hevia Bolaños (Laberinto del comercio terrestre y naval.- 1617).
   En esta actividad regían unas prácticas tradicionales que se ajustaban en un Derecho consuetudinario común, sin construcción doctrinal, al que se remitían las personas y asociaciones vinculadas y participantes en el transporte, desde los miembros que componen la tripulación hasta los comerciantes que habitualmente navegan con sus mercancías; El mercader puede tener a bordo dos mozos, pero pagará el precio del viaje por ellos (Leyes Rhodias). Como escribe Ulpiano (170?-228),  intervienen en la restitución de las cosas que les han sido entregadas nautas, caupones, et stabulariorum (Pandecta, Título IX, Libro XIV).
   Pero la navegación estaba (está) sujeta a una serie de riesgos, unos considerados naturales (temporales, naufragios, embarrancamientos, echazón de mercancías (iactu) por razones de seguridad de la nave, etc.), y otros imprevistos pero reales, como robos, saqueos, abordajes, o el ataque de piratas que infectaban prácticamente los mares del Mediterráneo oriental, ocasionando graves perjuicios al comercio naval.
   Las condiciones que rodeaban este agitado escenario naval, demasiados frecuentes en aquella época, demandaban urgentemente la implantación de normas que regularan las responsabilidades que habían de asumir las personas implicadas en el negocio marítimo, ya en su almacenaje, en su embarque y desembarque y en las eventualidades ya señaladas.

   Probablemente sean estas circunstancias, o una más, el germen de la elaboración de leyes escritas desligadas del carácter local de las mismas, que se adaptaran a la realidad dominante, armonizando y universalizando los intereses económicos y sociales de los países del entorno (fenicios, egipcios, griegos, cartagineses y de la Magna Grecia o sicilianos). Con esta perspectiva, también política, se componen las Leyes Rhodias (de la isla de Rodas), fuente de emplazamiento de los vigentes derechos marítimos y mercantiles, y la base en la que se crea y desarrolla el Derecho Romano en esta faceta, que ni la Ley de las XII Tablas contempla, de tal forma que se atribuye al emperador Antonino la conocida frase, Yo soy, ciertamente, Señor en la tierra, mas la Ley los es del mar; los negocios marítimos trátense según las Leyes Rhodias.
   Alrededor de este cuerpo jurídico, los romanos promulgan el Edicto al que incorporan la actio de recepto dentro de la custodiam praestare o prestación obligatoria de custodia `del cargamento, como parte del oficio del capitán (magister navis), que en la mayoría de los casos era además propietario de la nave, o leño, añadiéndose el concepto de culpa que se le puede imputar por incumplimiento, negligencia o lenidad en el daño causado.
   Pero, como a todos los Imperios, a Roma también le había llegado su hora y su caída que la Historia la sitúa en el año 476, culminando una decadencia que Teodosio trató de remediar inútilmente, aunque su medida logró que se salvara el Imperio Romano de Oriente, heredera, depositaria y conservadora de la cultura clásica, especialmente de la estatutaria, labor en la que puso todo su empeño y medios el emperador Justiniano (527-565), que rodeándose de los juristas más prestigiosos, como Triboniano, Teofilo, o Doroteo, les encargó la realización de una compilación legislativa recogiendo disposiciones, relaciones, colecciones, comentarios, constituciones imperiales, jurisprudencia, etc., y textos, entre otros, de Paulo y Ulpiano, conformando un sistema  legal uniforme, asegurando la permanencia  de las reglas del derecho marítimo, comercial y mercantil.
   El Código de Justiniano, o Corpus Ius Civilis, está dividido en cuatro partes: Digesto o Pandectas (donde están insertas la mayor parte e las leyes Rhodias), Instituciones, Código y Novelas.
  El Código garantiza la continuidad jurídica que después de un largo periodo de paralización y adaptación vuelve a restablecerse, al principio con matices que permiten una diferenciación entre las atlánticas y las mediterráneas, en razón de la meteorología que distingue a ambas zonas (viento, mar, corrientes, etc.), por el tipo de naves que surcan dichos mares (más pesadas en el Atlántico), por los accidentes geográficos de sus costas, por los productos que se exportaban e importaban, tradiciones náuticas distintas  que se reflejan en las leyes marítimas que se promulgan. En el Atlántico, las Roles d’Oleron (s. XII), Ordenanzas de Wisbuy (isla de Gothland en el mar Baltico), el Ius Hanseaticum, (S. XIII) por el que se encauzan las ciudades portuarias que forman la Liga Hanseatica), y en Mediterráneo se pueden destacar el Consulado del Mar, y las reglas de las repúblicas de Génova, Venecia y Malta.

   El descubrimiento de América y las grandes travesías trasatlánticas exigen modificaciones en las normas de navegación en las que irrumpe el pasaje de viajeros a las Indias, protagonismo legal que culmina con su integración en los Códigos que comienzan a establecerse en el siglo XIX, en España en 1885, en el que tanto el Código como la jurisprudencia reconocen el triple valor del Conocimiento de Embarque, como título de crédito contra el Capitán, como título representativo de las mercancías embarcadas, y como título probatorio, aunque la internacionalización del comercio y los conflictos de sus respectivas leyes que pueden originarse entre diversos países, prescribe que puedan dirimirse sujetándose a las reglas del Convenio de Bruselas aprobado el 25 de Agosto de 1924, sustituido por el del 10 de diciembre de 1957 y ratificado por España en 1959. Incluso los usos y costumbres tienen validez como norma supletoria en situaciones no previstas en las leyes.

jueves, 21 de noviembre de 2013

LA SALAZÓN




Alberto Casas.            

   En la antigüedad, y especialmente en las regiones de clima templado, sólo era posible la conservación de los alimentos mediante la utilización, principalmente, de tres procedimientos cuya finalidad consistía en la deshidratación de los productos, en este caso del pescado, para evitar su descomposición y pudrición, alargando, de esta manera, su periodo de consumo: el secado, el ahumado y la salazón, que en cada caso requieren una experimentada técnica depurada y evolucionada desde los tiempos más remotos, en la que la condición resultante está supeditada a que el proceso de esterilización no reduzca excesivamente el peso a causa de una pérdida de agua que sobrepase los limites adecuados. En todos los casos era preceptivo que, previamente, las piezas fueran descabezadas, evisceradas, desangradas, lavadas y cortadas o troceadas. El tajador usaba sus propias herramientas de corte y era uno de los oficios más considerados y reclamados, pues en gran manera la calidad del producto depende de ellos. Concretamente, la composición química aproximada del atún, que nos sirve de ejemplo,  es de un 30 % de proteínas, un 5 % de grasa y un 65 % de agua, además e contener minerales (sodio, potasio, calcio, magnesio, fósforo, etc.)

  
El secado se obtiene por evaporación. El pez se exponía, bien al aire libre o en salas, generalmente situadas en los pisos superiores de la factoría, con ventanas que se abrían o cerraban según conviniera, a los efectos de mantener una determinada temperatura y ventilación, como así aparecen en los restos arqueológicos de las chancas de Baelo Claudia (Bolonia), cerca de Zahara de los Atunes; Baessipo (Barbate), Huedi Coni (Conil), Mellaria (Tarifa), Carteia (Algeciras), las descubiertas en Punta Umbría (Huelva), etc. La orientación de la aireación de los secaderos era esencial para lograr un género de condición plausible y de selección en todas sus partes que supone un 95 % de la pieza: la ventrecha, que es la parte más grasa, o la preparación de la cecina  o mojama, curada con sal y secada al aire libre, al sol o al fuego. Los duques de Medina Sidonia, dioses de los atunes, habían establecido la costumbre de enviar todos los años, por la cuaresma, varios trozo de mojama a los reyes de España de la casa de Austria. También se enviaba al monasterio de Guadalupe, y el año que por algunas circunstancias no se mandó, precisamente en 1755, se produjo el demoledor terremoto de Lisboa, achacando el pueblo el desastre a un castigo de la Virgen por el incumplimiento de la promesa ducal.

Según Cobarruvias (Tesoro de la Lengua Castellana o Española.- 1611), la carne de atún es muy mala para los viejos, aunque las ventrechas son tenidas por comida de gran regalo. Por el contrario Dioscórides (siglo I) atribuye a la carne de atún salada, omotarichos, propiedades curativas contra la mordedura de las viboras.

   El ahumado, su propio nombre establece la técnica empleada, y en la operación era fundamental la elección de la leña que se había de quemar, prefiriéndose las maderas duras y poco resinosas, pues el sabor y el calor dependían en gran parte de la clase que se utilizaba y siempre vigilando el grado de temperatura que debía alcanzar para que la pieza no se cociera. En ambos casos, secado y ahumado, una vez concluidos, se procedía a salar las piezas (en algunos lugares dicen salgar) en seco o en salmuera. Se discute si ya en aquellos tiempos se preparaba el atún en escabeche. Muchos siglos después, sería uno de los bocados más apreciado en la corte de los Austrias.
   La salazón se elaboraba a base exclusivamente del uso de la sal, bien en pilas, en tinas o cubas, ligeramente inclinadas, de cantos redondeados y un agujero en el fondo para facilitar el desagüe, en las que se depositaba el pescado, cubriéndolo de sal (salazón en seco), en una proporción de 25 a 30 ks. de sal por cada 100 ks. de pescado, o sumergiéndolo en salmuera (agua mezclada con sal), generalmente en una concentración de 350 grs. de sal por litro de agua, aunque la práctica y la experiencia hacían innecesarias este tipo de comprobaciones. Para especies más pequeñas se utilizaba, también, el salpresado (sardina embarricá). En toda esta elaboración, el atún requería unos métodos de trabajo más alambicados al tratarse de un pez graso, siendo más fácil la salazón de los magros al no necesitar ser despiezados, operación conocida con el nombre de ronqueo por el ruido que hace el cuchillo al ponerse en contacto con las vértebras del atún. En el Ars Cissoria (1423) del marques de Villena, al referirse al corte del atún, dice: Es otro el tajo dellos.

En la conservación del pescado se dio un gran paso, en 1795, con el invento del francés N. Appert, consistente en enfrascar los alimentos en botellas de vidrio, procedimiento que mejoró en 1818 William Underwood empleando envases de hojalata.
   Vemos, pues, que el alma de la conservación del pescado es la sal, material imprescindible, no sólo como instrumento de desecación, sino por sus propiedades antisépticas, sin duda conocidas desde los tiempos primitivos. Hablando de las características de los pueblos ibéricos suratlánticos, Estrabón dice que:

tienen sal fósil y muchas corrientes de ríos salados, gracias a lo cual, tanto en estas costas como en las de más allá de las Columnas, abundan los talleres de salazón de pescado, que producen salmuera,

   Y Homero (X a.J.C.) relata que era un pueblo muy diestro y muy experto en el arte de navegar y en la construcción de naves, tanto para el comercio como para la pesca.
   Sentencia el refrán, falte en tu mesa el pan, y no falte la sal, estableciendo en pocas palabras la enorme importancia de este producto para la humanidad, que incluso la satisfacción económica de su esfuerzo y trabajo lo llamamos sal-ario Constituye uno de los engranajes en los que se basa el equilibrio de los ritmos que rigen los mecanismos de la Naturaleza (clima, vientos, evaporación, temperatura, etc,) y el normal desarrollo de los seres vivos en sus aspectos fisiológicos y biológicos. En el Levítico, 2-13», se prescribe: A toda oblación que presentes, le pondrás sal; no dejarás que a tus ofrendas le falte la sal de la Alianza de Yahvé; en todas tus ofrendas ofrecerás sal.
   Gonzalo de Berceo llamaba agua de sal al agua bendita,

En cabo de la missa   -   el buen missa cantano
 bendizo sal y agua      -   conna su sancta mano;
                                           echo’l sobre’l enfermo -   tornó luego tan sano
                                           que más non pareció   -  de la lepra un grano.

y  en España estaba en vigor el estanco de la sal, ya recogida en Las Partidas, una de las fuentes de ingresos más importantes de las rentas reales, creando los alfolíes, centros de almacenamiento y distribución de la sal.

   Como tantas otras cosas, ya se han perdido, o no se usan, expresiones y vocablos tan vernáculos y genuinos, como cahíz, almud, arroba, tomín, y otros más para la medida y peso de tan preciado cristal.la

martes, 12 de noviembre de 2013

EL COLLAR DE LA PALOMA.- IBN HAZM.


  Alberto Casas.           

  En los comienzos de la invasión árabe, en el año 711, los musulmanes se mostraron tolerantes con cristianos y judíos, no imponiendo la conversión más que voluntariamente, aunque una vez profesado el credo islámico no se podía apostatar so pena de incurrir en pena de muerte, de acuerdo con lo establecido en la ley coránica. Sin embargo, fueron muchos los hispanos del sur que descontentos de los reyes godos se pasaron a las filas de los conquistadores, incluso abrazando su religión, principalmente durante la gobernación de Abd al- Aziz, hijo del general Muza, casado con Egilona, rubia ella, viuda de don Rodrigo, el último rey visigodo. Los nuevos musulmanes, o muladíes, constituían los Banu Aljamas, como el de Banu Hazm, formada por una antiquísima familia de ricos hacendados, probablemente descendientes de los celtiberos de Huelva (Sánchez Albornoz.- España, un enigma histórico), propietarios de grandes heredades en una zona llamada Mon Lisan, hoy Montija, muy próxima a Huelva (Welba), y dedicada preferentemente a la agricultura y a la ganadería, aunque también tenían intereses en la pesca, especialmente la de sardina, pero, sobre todo, el clan ha pasado a la posteridad porque a ella perteneció el gran poeta, polígrafo y filosofo Ibn Hazm (Abu Muhammad Ali ibn Hazm) autor del poema El collar de la paloma, universalmente conocido.

    Sa id, el patriarca de los Banu Hazm, participó activamente en las sangrientas luchas civiles promovidas por los partidarios de los  abbasíes liderados por Ibn al-Chilliqí (el hijo del gallego), que al salir en principio victoriosos invadieron las tierras de Niebla (Labla) desde su cuartel general instalado en Mérida, obligándolo a huir a Córdoba (Qurtuba) donde fue bien acogido, reconociéndosele el apoyo y fidelidad inquebrantable que desde el primer momento había mostrado al príncipe Omeya Aderramán I que, derrotando a los  abbasíes mandados por el gobernador de Córdoba Yusuf, fundó el primer Emirato de al-Andalus.
   Al llegar a Córdoba, capital del reino musulmán y que en aquella época estaba regida por Abderramán III, que instauró el primer califato independiente de Bagdad, se había convertido en la ciudad más importante de Europa, tanto por el número de sus habitantes, las crónicas hablan de alrededor de 1.000,000, así como por el esplendor de su cultura y la belleza de sus jardines y magníficos palacios y templos, como la gran mezquita empezada por Abderramán I y la deslumbrante Madinat al-Zahara, iniciada por Abderramán III en homenaje a su concubina favorita Zahara.
   El favor que gozaba Sa id en la sociedad cordobesa sirvió para que su hijo Ahmad, hombre culto, refinado y honesto, se introdujera en la compleja y elitista burocracia palatina, ganándose la confianza del califa al-Hakam II, célebre, entre otras vicisitudes, por su grandiosa biblioteca donde se depositaban más de 400.000 volúmenes a la que acudían estudiosos de todo el mundo conocido. A pesar de su corto reinado (961-976) y distinguirse por ser un monarca amante de la paz, que sólo pudo obtenerla tras derrotar a los cristianos en San Esteban de Gormaz y más tarde a los vikingos, o machus, como eran llamados por los árabes, que después de subir por el río Odiel saqueando sus poblaciones, remontaron el Guadalquivir encontrándose en Sevilla con la flota musulmana que les infringió una severa derrota obligando a muchos de ellos a huir y refugiarse en los extensos arenales de la Rocina, donde se les dejó instalarse con la condición de que se dedicaran a labores pacificas, agricultura, cría de caballos, etc. Este asentamiento nórdico es el origen de los rubios de la comarca de  Almonte y Doñana.

   Ahmad alcanzó altos puestos dignatarios en la Corte y Almanzor lo llevó a su residencia de al-Yazira, nombrándolo Visir, pero a la muerte del caudillo árabe, en los sucesivos reinados empezaron a reinar el caos y la decadencia del califato con continuas guerras civiles entre facciones de bereberes, abbasíes y ziríes que desembocaron en la descomposición y desmembramiento del reino y la diáspora de los Omeyas y de sus seguidores, como los Banu Hazm, cuya adhesión y lealtad les causó la ruina, el embargo de sus bienes, la prisión y el destierro.
   Ibn Hazm compartió el triste destino de su padre Ahmad deambulando de un lugar a otro, y fue estando en Játiva, sobre el año 1022, cuando empezó a escribir, en árabe culto, su obra magistral El collar de la paloma (Tawq al-Hamẫma). El manuscrito de esta joya literaria fue descubierto por el gran arabista Reinhardt Dozy en 1841, y su lectura sorprendió y entusiasmó a historiadores y literatos que de inmediato la proclamaron como el poema lírico más sublime, fascinante y elegante que se ha escrito en la historia de la literatura arábiga, en la que se exponen, poética y delicadamente, las reflexiones propias que el autor vierte sobre el amor, en las que se manifiestan unos sentimientos que brotan, espontáneamente, de su arraigado temperamento hispano-andalusí, distinto del de los poetas árabes (persas, egipcios, sirios etc.).

  Proscrito y cansado de peregrinar y de ser perseguido, acosado y denostado hasta el punto de que el régulo de la taifa de Sevilla al-Mutamid había ordenado quemar todos sus escritos: quemaréis el papel, pero no quemaréis el pensamiento a él confiado y menos aún el que está en mi cerebro.

   Hostigado y marginado, resolvió retornar al venero de su estirpe e individualidad, el predio de Montija en Huelva, donde pasó sus últimos años y en el que falleció y fue enterrado en 1064.

lunes, 4 de noviembre de 2013

LA MUERTE DE COLÓN


Alberto Casas.

 El miércoles, día de la Ascensión, 20 de Mayo de 1506, entrega su alma a Dios

el Señor Don Cristóbal Colón, Almirante, é Visorrey é Gobernador General de las islas é Tierra Firme de las Indias descubiertas é por descubrir. El tránsito tuvo lugar en Valladolid

habiendo recibido, con mucha devoción, todos los sacramentos de la Iglesia y dicho estas últimas palabras: In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum (Hernando Colón. Historia del Almirante, Cap. CVIII).

   Quiere la tradición que su fallecimiento se produjo en una casa de su propiedad en la calle Ancha de la Magdalena, número 2, en la que se ha colocado una placa que dice: Aquí murió Colón, celebrándose sus exequias en la iglesia Santa María la Antigua.    Sus restos, amortajados con el hábito franciscano, fueron inhumados en el convento de San Francisco de los monjes mínimos, probablemente en la capilla de don Luis de la Cerda; en la sepultura, según su hijo don Hernando, mandó grabar el Rey Católico la inscripción

A Castilla y a León
Nuevo Mundo dio Colón.

  Cómo se desconoce la fecha de su nacimiento, no es posible establecer la de su edad en el día de su muerte, aunque se especula que debía de andar entre los 55 y 60 años, a pesar de que el padre Andrés Bernáldez, el cura de Los Palacios, que le conoció personalmente y albergó en su casa, donde el Almirante le dejó en depósito algunos de sus documentos, escribiera que murió in senectute bona, es decir, alrededor de los 70 años.
   Tampoco existe unanimidad en cuanto a la enfermedad que le condujo a la tumba, pues se habla de gota, de tifus exantemático, de artritis reumatoidea crónica, agravado también con otros males, dice su hijo sin nombrarlos, quizás sífilis también, además de una conjuntivitis que él mismo Cristóbal Colón reconoce:

estuviese treinta y tres días sin concebir sueño y estuviese tanto tiempo sin vista, non se me dañaron los ojos ni se me rompieron de sangre y con tantos dolores como agora (Relación del tercer viaje).
           
   El cuarto y último viaje a las Indias acabó con sus fuerzas; tempestades y tormentas espantables....la gente muy enferma....allí se me refrescó del mal de la llaga; nueve días anduve perdido sin esperanza de vida. Cuando arribó a Sanlúcar de Barrameda, un jueves, 7 de Noviembre de 1504, Colón era ya un cadáver viviente y los cabellos con los trabajos se le tornaron canos. Achacoso, cegato, con las piernas entumecidas que apenas si podía dar un paso, comenzó una penosa y humillante peregrinación tras la Corte, esperando ser recibido por el rey Fernando (¿su pariente?), para discutir sus derechos concertados en las Capitulaciones de Santa Fe. El rey tiene el rasgo de autorizarle a viajar en mula ensillada y enfrenada.
   En Valladolid rinde su última singladura; ha llegado la hora del desguace de su cuerpo que no el de su gloria. El día antes, 19 de Mayo, dispuso sus últimas voluntades ante escribano público, instituyendo a mi caro hijo don Diego heredero de todos mis bienes y oficios que tengo de juro y heredad.
   En 1509, don Diego Colón manda trasladar los restos de su padre al monasterio cartujo de Santa María de las Cuevas, en Sevilla, para que sean enterrados en la cripta de la capilla de Santa Ana, evento que se formalizó el 11 de Abril de dicho año, siendo prior de la cartuja covitana don Diego de Luján.

En 1523, don Diego, el segundo Almirante, dispone que si su muerte se produjese en la isla de Santo Domingo, sea enterrado en el convento de San Francisco de dicha ciudad, pero que si falleciese en Sevilla mando que mi cuerpo sea depositado en el monasterio de las Cuevas con el cuerpo de mi señor padre, que está allí. Don Diego murió en Sevilla en 1526, cumpliéndose lo dispuesto en su testamento.
   Se ha impuesto la teoría de que su viuda, doña María de Toledo, trasladó en 1544 los restos de su marido y de su suegro, el Almirante, a Santo Domingo, `que se embarcaron en la nave San Cristóbal de la flota de Hernando de Soto, en la que también hizo el viaje fray Bartolomé de las casas, pero resulta extraño que un acontecimiento de tanta importancia no aparezca en la documentación de embarque del navío que realizó la travesía, ni tampoco los de su exhumación en los Protocolos y el Becerrillo del monasterio de las Cuevas.
   Colón abandonó este mundo llevándose un gran secreto, tal vez terrible, que ni a sus hijos quiso desvelar:

De manera que cuan apta fue su persona y dotada de todo aquello que para cosa tan grande convenía, tanto más quiso que su patria y origen fuesen menos ciertos y conocidos....considerado esto, me moví a creer que así como la mayor parte de sus cosas fueron obradas por algún misterio, así aquello que toca a la variedad de tal nombre y apellido no fue sin misterio (Historia del Almirante. Cap. I).

   ¿Fue pirata? ¿estuvo condenado a remar en las galeras?. No consintió que se le hiciese ningún retrato, y si algo sabemos de él es por las referencias de quienes lo conocieron: de buena estatura, nariz aguileña, ojos garzos (azules), la color blanca, que tiraba a rojo encendido; la barba y cabellos, cuando era mozo, rubios, puesto que muy presto, con los trabajos, se le tornaron canos....; rasgos que no coinciden demasiado con los que se vendimian en la cepa latina. ¿Gallego, catalán, mallorquín, palentino, extremeño, portugués, francés, sardo,  genovés… franciscano, caballero templario, judío, converso…?
   Todavía, a finales de abril de 1506, un mes antes de morir, ofrece a Doña Juana, ya reina de Castilla y a su esposo Felipe el Hermoso, que desembarcan en La Coruña, sus servicios y conocimientos:

… muy humildemente suplico a Vuestras Altezas que me cuenten e la cuenta de su real vasallo y servidor, y tengan por cierto que, bien que esta enfermedad me trabaja agora así sin piedad, que yo les puedo aún servir de servicio que no se haya visto su igual…

   Naturalmente, no pudo realizar el viaje para presentarse a los reyes en Segovia; ni fuerza ni salud se lo permitieron, solo estaba preparado para emprender el último.
   Si realmente era un Colombo, ¿por qué cambió su apellido por Colón, transmitiéndolo a toda su descendencia? ¿Sabía don Fernando, el rey Católico, la verdad que escondía el arcano? Mientras sí y mientras no, descanse en paz el Señor Don Cristóbal Colón, en Sevilla, en Santo Domingo, o dondequiera estén enterrados sus restos.