En los comienzos de la invasión
árabe, en el año 711, los musulmanes se mostraron tolerantes con cristianos y
judíos, no imponiendo la conversión más que voluntariamente, aunque una vez profesado
el credo islámico no se podía apostatar so pena de incurrir en pena de muerte,
de acuerdo con lo establecido en la ley coránica. Sin embargo, fueron muchos
los hispanos del sur que descontentos de los reyes godos se pasaron a las filas
de los conquistadores, incluso abrazando su religión, principalmente durante la
gobernación de Abd al- Aziz, hijo del general Muza, casado con Egilona, rubia
ella, viuda de don Rodrigo, el último rey visigodo. Los nuevos musulmanes, o muladíes, constituían los Banu Aljamas, como el de Banu Hazm, formada por una antiquísima familia
de ricos hacendados, probablemente
descendientes de los celtiberos de Huelva (Sánchez Albornoz.- España, un enigma
histórico), propietarios de grandes heredades en una zona llamada Mon Lisan, hoy Montija, muy próxima a Huelva
(Welba), y dedicada preferentemente a la agricultura y a la ganadería, aunque
también tenían intereses en la pesca, especialmente la de sardina, pero, sobre
todo, el clan ha pasado a la posteridad porque a ella perteneció el gran poeta,
polígrafo y filosofo Ibn Hazm (Abu Muhammad Ali ibn Hazm) autor del poema El collar de la paloma, universalmente
conocido.
Sa id, el patriarca de
los Banu Hazm, participó activamente en las sangrientas luchas civiles
promovidas por los partidarios de los abbasíes
liderados por Ibn al-Chilliqí (el hijo
del gallego), que al salir en principio victoriosos invadieron las tierras
de Niebla (Labla) desde su cuartel
general instalado en Mérida, obligándolo a huir a Córdoba (Qurtuba) donde fue bien acogido, reconociéndosele el apoyo y
fidelidad inquebrantable que desde el primer momento había mostrado al príncipe
Omeya Aderramán I que, derrotando a los abbasíes
mandados por el gobernador de Córdoba Yusuf, fundó el primer Emirato de
al-Andalus.
Al llegar a Córdoba,
capital del reino musulmán y que en aquella época estaba regida por Abderramán
III, que instauró el primer califato independiente de Bagdad, se había
convertido en la ciudad más importante de Europa, tanto por el número de sus
habitantes, las crónicas hablan de alrededor de 1.000,000, así como por el
esplendor de su cultura y la belleza de sus jardines y magníficos palacios y
templos, como la gran mezquita empezada por Abderramán I y la deslumbrante Madinat al-Zahara, iniciada por
Abderramán III en homenaje a su concubina favorita Zahara.
El favor que gozaba Sa
id en la sociedad cordobesa sirvió para que su hijo Ahmad, hombre culto,
refinado y honesto, se introdujera en la compleja y elitista burocracia palatina,
ganándose la confianza del califa al-Hakam II, célebre, entre otras vicisitudes,
por su grandiosa biblioteca donde se depositaban más de 400.000 volúmenes a la
que acudían estudiosos de todo el mundo conocido. A pesar de su corto reinado
(961-976) y distinguirse por ser un monarca amante de la paz, que sólo pudo
obtenerla tras derrotar a los cristianos en San Esteban de Gormaz y más tarde a
los vikingos, o machus, como eran
llamados por los árabes, que después de subir por el río Odiel saqueando sus
poblaciones, remontaron el Guadalquivir encontrándose en Sevilla con la flota
musulmana que les infringió una severa derrota obligando a muchos de ellos a
huir y refugiarse en los extensos arenales de la Rocina , donde se les dejó instalarse
con la condición de que se dedicaran a labores pacificas, agricultura, cría de
caballos, etc. Este asentamiento nórdico es el origen de los rubios de la comarca de Almonte y Doñana.
Ahmad alcanzó altos puestos
dignatarios en la Corte
y Almanzor lo llevó a su residencia de al-Yazira, nombrándolo Visir, pero a la
muerte del caudillo árabe, en los sucesivos reinados empezaron a reinar el caos
y la decadencia del califato con continuas guerras civiles entre facciones de bereberes,
abbasíes y ziríes que desembocaron en la descomposición y desmembramiento del
reino y la diáspora de los Omeyas y de sus seguidores, como los Banu Hazm, cuya
adhesión y lealtad les causó la ruina, el embargo de sus bienes, la prisión y
el destierro.
Ibn Hazm compartió el triste
destino de su padre Ahmad deambulando de un lugar a otro, y fue estando en
Játiva, sobre el año 1022, cuando empezó a escribir, en árabe culto, su obra magistral
El collar de la paloma (Tawq
al-Hamẫma). El manuscrito de esta joya literaria fue descubierto por el gran
arabista Reinhardt Dozy en 1841, y su lectura sorprendió y entusiasmó a
historiadores y literatos que de inmediato la proclamaron como el poema lírico más
sublime, fascinante y elegante que se ha escrito en la historia de la
literatura arábiga, en la que se exponen, poética y delicadamente, las reflexiones
propias que el autor vierte sobre el amor, en las que se manifiestan unos
sentimientos que brotan, espontáneamente, de su arraigado temperamento hispano-andalusí,
distinto del de los poetas árabes (persas, egipcios, sirios etc.).
Proscrito y cansado de peregrinar y de ser perseguido, acosado y denostado
hasta el punto de que el régulo de la taifa de Sevilla al-Mutamid había ordenado
quemar todos sus escritos: quemaréis el
papel, pero no quemaréis el pensamiento a él confiado y menos aún el que está
en mi cerebro.
Hostigado y marginado, resolvió retornar al venero de su estirpe e
individualidad, el predio de Montija en Huelva, donde pasó sus últimos años y en
el que falleció y fue enterrado en 1064.
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