Alberto Casas
Con la decadencia de Tiro, la preponderancia comercial
fenicia se traslada a Cartago (Kart Hadasht), fundada en 814 a . J.C., que se convirtió
en una gran potencia militar, alcanzando en el periodo comprendido entre los
siglos VI y III a. J.C. su máxima hegemonía mercantil y política, sobre todo a
raíz de la batalle naval de Alalia
(Córcega), alrededor del 540 a .
J.C., en la que derrotaron a los focenses expulsándolos de sus colonias (emporios) del Mediterráneo occidental
(Tartessos) y del norte de Africa. Esta victoria, además de asegurarles su
hegemonía sobre los pueblos de su hinterland, permitió su presencia y
asentamiento dominante en el reino de tartésico del rey Argantonio que hasta
entonces había sido un aliado fiel de los griegos.
Esta presencia, no sólo está documentada históricamente, sino testimoniada,
real y materialmente en los restos excavados y, especialmente, en los reshefs y la pétrea ancla fenicia
encontrados en la ría de Huelva, alrededor de la zona del reviro, que se pueden y deben contemplar en el Museo de Huelva.
Otra ancla fenicia se halla expuesta en la Casa Museo de Martín
Alonso Pinzón, en Palos de la
Frontera ; estas excepcionales joyas arqueológicas demuestran
la existencia de un templo, seguramente en la isla de Saltés, dedicado a Ba’al:
Y ellos prestamente embarcaron ansiosos;
izaron sobre las naves las piedras de anclar y halaron las drizas (Las Argonáuticas.- Apolonio de Rodas).
Se debe tener muy en cuenta que los cartagineses son púnicos, es decir, fenicios, semántica
que da lugar a errores en cuanto se trata de distinguir a unos de otros,
principalmente, cuando a partir del siglo VI a. J.C., al referirnos a los
cartagineses, o a los púnicos, o a los fenicios, estamos hablando del mismo
pueblo.
Estos siglos se distinguen,
también, por ser la época de las grandes expediciones marítimas tratando de
abrir las esclusas de nuevas rutas que facilitasen el descubrimiento de nuevas
tierras y, en consecuencia, la posibilidad de establecer colonias y factorías (la historia se repite en los siglos XV y XVI
de nuestra era, aunque unos veinte siglos a. J.C. existe el precedente de un
fenómeno semejante con la invasión de los pelasgos
o pueblos del mar). Expediciones como
la de Necao, que abriendo por uno de los brazos del Nilo un canal que
comunicaba el Mediterráneo con el Mar Rojo, contrató naves fenicias para que
bojearan el litoral africano de este a oeste, travesía en la que tardaron unos
tres años, completando la circunvalación del continente.
Otro gran navegante fue el cartaginés-púnico-fenicio Himilcón,
contemporáneo y tal vez pariente de rey Hannón, pero su viaje lo dirigió a la
exploración de las costas occidentales africanas; Avieno lo cita en la Ora
Marítima. Los masaliotas Piteas y Eutimeno navegaron, el
primero hacia el norte de Europa, y el segundo, costeando Africa llegó hasta el
Senegal. Eudoxos de Cizico, al hallar en el Mar Rojo la proa de una nave
tartésica (hippoi), quedó convencido
de que era posible la circunnavegación de Africa. Con esta idea, se dirigió a
Tartessos contratando penthekonteros
(naves que armaban 50 remos, 25 por banda) y tripulaciones (remeros, marineros,
Pilotos), además de coristas, bailarinas,
sacerdotes, médicos, colonos y otros artífices, con las que arrumbó a la costa
africana, o de Libia como se decía entonces, con la pretensión de llegar a la
India. Al parecer no pasó de las costas de
la actual Mauritania. Estrabón, en el Libro
III de su Geografía nos habla de
este singular navegante basándose en las noticias que sobre el mismo da
Posidonio, el cual, misteriosamente, apostilla: hasta aquí conozco yo la historia de Eudoxo. Lo que luego ocurrió es
probable que lo sepan los de Cádiz y los de Iberia.
Los penthekonteros eran los leños
más grandes que surcaban el Mediterráneo y tenían fama los tartessicos, sobre
todo para viajes largos por sus condiciones de navegabilidad, capacidad de
carga y velocidad que alcanzaban. El sabio Salomón, que tuvo setecientas
mujeres y trescientas concubinas (quizás fueran dos o tres más), contrató penthekonteros para traer de Tharsis el
bronce y el cobre necesarios para la construcción de su templo y las dos
columnas Joachin y Booz: Porque la flota del rey iba por mar con la flota de Hiram una vez cada
tres años a Tharsis, a traer oro y plata, y colmillos de elefantes, y monos, y
pavos reales» ( Libro III de los Reyes. Cap. V)
También Jonás se
embarcó en una nave de Tharsis, con tan mala suerte que para calmar una
terrible tormenta, a la marinería no se le ocurrió otra cosa que arrojar el
profeta al mar. Menos mal que pasaba por allí un grande pez que se lo tragó, vomitándolo a los tres días en tierra,
sano y salvo. Lo realmente curioso es que la tempestad se calmó y los marineros
de Tharsis siguieron su ruta tranquilos y contentos sin el gafe a bordo.
De todas las navegaciones citadas, la más famosa,
controvertida y discutida, es la conocida como Periplo de Hannón, así llamada por haber sido organizada y mandada
por Hannón de Cartago, quizás almirante
o quizás general, pero el documento griego, la única fuente que existe de la
expedición, habla de Hannón, rey de
Cartago, a las regiones de la tierra de
Libia, más allá de las Columnas de Hércules, que fue consagrado al templo de
Crono.
Dicho documento, tardío, incompleto y confuso, que se conserva en la
Universidad de Heidelberg, ha sido objeto de minuciosos estudios desde tiempos
muy antiguos, mereciendo la atención de historiadores como Amiano, Plinio el Viejo, o Pomponio Mela, entre otros, y,
modernamente, de especialistas de la talla de Christian Jacob, J. Dessanges, G.
Germain, Karl Muller, Carcopino, Maury, Picard, etc., cuyas contradictorias
interpretaciones y conclusiones se justifican con datos que parecen
irrefutables por su minucioso análisis, objetiva y científicamente planteados.
A pesar de que el documento original, que el propio Hannón redactó y
depositó en el altar de Ba’al Amón se ha perdido, se da por descontado que la
travesía, realizada a principios del siglo V a. J.C., constituye un
acontecimiento histórico que corresponde, por un lado, al periodo dominante
de Cartago como potencia militar, comercial y marítima, y por otro, a la
necesidad de expansión territorial y la consiguiente búsqueda de nuevos
mercados y fuentes de abastecimiento.
No faltan los que tratan de demostrar la falsedad del mismo basándose en
que nos hallamos ante un relato escrito unos tres siglos más tarde, no
extrañando que no se trate más que de un texto literario plenamente helénico,
tanto en su estructura y en los prototipos culturales de su desarrollo, como en
el ritmo narrativo establecido por Homero en la Odisea ,
Apolonio de Rodas en las Argonáuticas, y, sobre todo, por Heródoto en Los nueve libros de la Historia.
De esta aparente o
real concordancia, surge la dificultad de distinguir la verdad de la ficción.
Con la nueva y más exacta visión del mundo que aportan los grandes
descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI, se introducen elementos
esenciales que pueden ayudar con mayor rigor a establecer las singladuras del
derrotero del Periplo. Factores como
el conocimiento de las distancias a recorrer, la determinación de los rumbos a
marcar y el curso de la actividad meteorológica, especialmente, el ciclo
regular de vientos y corrientes que condicionan la navegación por las distintas
zonas atlánticas que bañan las costas occidentales de África, permiten seguir,
con cierta credibilidad, la maniobrabilidad de las naves de aquella época y con
un tipo determinado de aparejo y velamen, en los que preferentemente se usaban
el cáñamo y el lino, a lo que se ha de añadir una gran pericia náutica; además,
en esos tiempos, era fundamental la resistencia y fortaleza física de los
hombres encargados de la boga: se navegaba a vela y remo, y las singladuras de bolina era una ciencia náutica aún no
lograda, aunque se ha de tener en cuenta que las naves fenicias, griegas y
romanas arbolaban mástiles abatibles que se ajustaban con cuñas, una vez
posicionados en la orientación deseada.
Otra de
las grandes dificultades que ofrece el estudio de la expedición es la
identificación y localización de los lugares geográficos que se mencionan:
Trimaterio, río Lixo, cabo Solunte, isla de Cerne, Cuerno del Mediodía, Cuerno
del Sur, la tierra de los Ethiopes, y varios más. La navegación al sur, una vez
traspasadas las Columnas de Hercúles, era fácil y rápida impulsada por los alisios y la corriente que hoy conocemos
como de Canarias, islas que con toda seguridad una parte de la flota visitó.
¿Serán los guanches descendientes de
los colonos que Hannón dejó allí? De esta bordada al poniente ha nacido la
hipótesis de que las embarcaciones se dejaron llevar empopadas por los alisios hasta recalar en las costas
americanas (John Smth) desembarcando, es una hipótesis más, en el Brasil.
Remitiéndonos al texto griego, el almirante cartaginés zarpó con 60 penthekonteros que armó en Gadeira (Cádiz), y en ellos embarcó
30.000 personas entre tripulantes, soldados, sacerdotes y colonos. El sin duda
exagerado número de personas que se mencionan, 500 en cada embarcación, constituye
uno de los argumentos que se esgrimen para proclamar la impostura del «Periplo»; ciertamente, esta cifra nunca ha sido admitida, pudiendo
tratarse de un error en la traducción del documento, o una forma premeditada de
impresionar sobre el potencial marítimo de Cartago. Por el contrario, incluso
se han hecho cálculos que, curiosamente, establecen que solo fueron 5.184
personas en la expedición, cantidad que estimamos exigua, pues, solamente de
remeros, debía llevar entre 2.500 y 3.000. Más sorprendente resulta que algunos
hayan fijado el 21 de marzo (punto vernal
de Aries) como la fecha de partida.
Se ha de tener presente que este tipo de expediciones
marítimas eran cuidadosamente preparadas y organizadas, con la participación de
pilotos prácticos en el cabotaje africano. Nada se dejaba al azar, pues andaba
en juego el prestigio naval de Cartago y el del propio Hannón, perteneciente a
la influyente familia de los magónidas,
cuyos miembros figuran repetidamente como reyes, almirantes, generales y sufetes, la más alta dignidad de la
magistratura cartaginesa.
Pero lo que realmente asombra es el equipamiento de medios técnicos y
mecánicos de ayuda a la navegación de que iban provistos, y estamos hablando de
unos 2.500 años a. C.: “Catálogos de
estrellas; planetario (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno), con la
Tierra inmóvil en el centro del universo; tablas de las fases de la luna y de
los eclipses de sol; relojes de sol y clepsidras; manuales sobre la predicción
del tiempo; artilugios fijando la posición de las estrellas e instrumentos de
orientación, como una especie de brújulas, en las que únicamente estaban
grabados cuatro vientos: Bóreas (norte); Céfiro (oeste), Noto (sur) y Apeliota
(este).”
Existía una gran disparidad de criterios astronómicos que, como hemos
visto, entre los navegantes se manifestaban representando a la tierra en forma
esférica rodeada de hemiciclos donde tenían su sitio los distintos cielos; los
sabios griegos se burlaban de lo que consideraban una muestra palpable de la
ignorancia de los náutas en esta materia. Heródoto (Libro IV, dedicado a Melpómene), dice: No puedo menos de reír en este punto viendo cuántos describen hoy día
sus globos terrestres sin hacer reflexión alguna en lo que nos exponen; pintamos la Tierra redonda, ni más ni menos que una bola
sacada del torno.
Sin duda, la navegación hacia el sur costeando el actual Marruecos,
debió transcurrir sin acontecimientos extraordinarios, más que las obligadas
recaladas para reponer vituallas, y la mencionada descubierta de una parte de
la flota hasta las islas Canarias, de donde surge la teoría de que algunas
naves se dejaron llevar por los alisios
del nordeste hasta América, como ya se ha dicho.
Tampoco existen motivos de peso, sino todo lo contrario, para no creer
que la escuadra recalara en cabo Juby, temido y tristemente famoso cementerio
de barcos, de fondos constantemente cambiantes o en cabo Blanco, el temido Bojador de los navegantes portugueses,
que tras unas quince tentativas fallidas lo consiguió doblar Gil Eanes (1434)
con barcas latinas, naves con dificultades para ceñir (contra el viento). Durante siglos, estos accidentes
geográficos marcaban el límite de la navegación a vela y remo. Al respecto, se
ha de aclarar que el célebre cabo Bojador
no es el que actualmente figura en las cartas marinas y en los derroteros que
manejamos, pues entonces era conocido como cabo Buyerer.
A las causas de naturaleza náutica y meteorológica que aconsejan en esas
inhóspitas latitudes virar en redondo, acompañan otras situaciones acuciadas
por el instinto de supervivencia que en todo hombre y mujer es innato, y, en
este caso, razonablemente fundado en la desertización sahariana que se extiende
desde el sur de Marruecos hasta las playas de Río de Oro y Mauritania, con
posibilidades casi nulas de repostar y hacer aguada. El tan manoseado documento
griego finaliza, precisamente expresando que En verdad, habiéndonos faltado los viveres, no navegamos más hacia
delante. Nada dice de cómo y cuántos regresaron; ¿por tierra y a lomos de
camellos de alguna caravana de mercaderes?; teoría no desdeñable suponiendo que
el retorno se hubiera producido de esta forma y desde esta zona.
Sin embargo, aparece la teoría de que la travesía continúa, dado que la
verdadera y secreta misión de Hannón consistía en llegar hasta los yacimientos
auríferos del Golfo de Guinea, en el que, finalmente, se engolfaron: llegamos a un gran golfo que nuestros
interpretes dijeron que se llamaba el Cuerno de Occidente. (sic); en otra
parte del relato leemos: la tierra era
inaccesible a causa del calor. Estas tierras, cuentan, estaban pobladas de
grandes bosques de maderas odoríferas y además de hipopótamos y cocodrilos; con estos datos,
muchos historiadores no dudan de que se están describiendo las regiones
ecuatoriales. Otros especialistas llegan a la conclusión de que, desde allí,
era más prudente seguir avante hacia
el sur, pues la vuelta al norte suponía una lucha titánica de bordadas contra
vientos y corrientes contrarios. Mucho nos tememos que los partidarios de la
circunnavegación africana, poniente-levante, basen sus conjeturas en las
navegaciones portuguesas a la
India que, a partir del Ecuador, descubrieron la derrota de
los alisios del noroeste en el
hemisferio sur. De todas formas no sabemos
las transformaciones que la costa occidental africana ha sufrido,
geográficamente, climatológicamente, en su fauna y flora, etc., que
indudablemente las hubo y nos pueden inducir a errar, si juzgamos el evento de
acuerdo con la situación geográfica actual.
Difícil va a ser conocer la verdad mientras no aparezca la plancha de
bronce que Hannón depositó en el templo de Ba’al.
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