jueves, 20 de marzo de 2014

LA ESTAFA DE LA ESCUADRA RUSA

Alberto Casas.



Una gran mayoría de historiadores consideran el reinado de Fernando VII el más nefasto de la Historia de España, no sólo por sus resultados políticos y sociales, sino por la catadura personal del monarca, proclamado por el pueblo al principio como el Deseado, y después despreciado y moteado como el Narizotas, el Felón y otras perlas que definían a un soberano que hacía de la hipocresía, el cinismo, la cobardía y la ingratitud la norma que regía sus actos y conducta, ante su familia (enemigo de su padre y de su madre), ante sus supuestos amigos, ante  el gobierno, ante el pueblo y la Constitución. La reina Carolina de Nápoles, madre de María Antonia, la primera mujer del entonces Príncipe de Asturias, dice de su yerno: un marido tonto, ocioso, mentiroso, envilecido, solapado y ni siquiera hombre físicamente…

  Su repugnante sometimiento a las humillaciones a que le sometía Napoleón, al que efusivamente felicitaba cada vez que el ejército invasor de su patria obtenía un triunfo, comienza su reinado aboliendo la Constitución de 1812, restableciendo la Inquisición y ordenando persecuciones, detenciones y destierros, incluso aplicando la tortura y alguna que otra pena de muerte, aunque prohibidas por la ley,  dictadas, firmadas y ejecutadas por voluntad expresa del rey, incapaz de enfrentarse a los gravísimos problemas, nacionales e internacionales, cuyo tratamiento y decisiones dejaba en manos de su camarilla, formada, entre otros, por el trasnochador duque de Alagón, por Antonio Ugarte, por Perico Chamorro, que cambió su nombre por Pedro Collado, aguador de la Fuente del Berrio, espía y putero; un barbero llamado Moscoso, el general Eguía alias el Coletilla, el intrigante canónigo Escoiquiz, Ramirez de Arellano, y Lozano Torres, que ponían y quitaban ministros, generales, diputados, consejeros, etc., palmeros del rey en sus noctámbulos enredos con chulaponas, prostitutas, bailarinas, chisperos y bandoleros (se dice que conoció a Luís Candelas) en tugurios como el Cuclillo o el Traganiños, e incluso negocios con Pepa la Malagueña y con la Tirabuzones.
   Un ejemplo triste y vergonzoso de la relajación de los gobernantes, fue el escandaloso episodio de la compra a Rusia de una serie de buques de guerra destinados a renovar la escuálida flota de España, tanto en cantidad, calidad y efectividad, casi nula tras los desastres de San Vicente, Trafalgar y la lucha de las colonias hispanoamericanas por su independencia.

  El plenipotenciario ruso Vladimir Pavlovich Tatischev aprovechó su privilegiada posición diplomática para medrar en los negocios a través de la Compañía Gral. y de Comercio de los Cinco Gremios Mayores de Madrid, trasiegos oscuros donde conoce a un personaje singular y listo, a pesar de su  calaña social y absoluta falta de escrúpulos y de principios morales. Se trata de Antonio Ugarte Larrazabal, ex esportillero, ex escribiente, ex bailarín, con el que el ministro zarista forma equipo logrando introducirlo en la sacrosanta camarilla real en la que se gana la confianza del rey y sus consejos admitidos y seguidos. Con su aparente leal cooperación el ruso sirve sus propios intereses y los de su amo el zar Alejandro I, afianzando las relaciones hispano rusas, gestión que Su Católica Majestad agradece otorgándole, en secreto, el Toisón de Oro.
   Ugarte convence al rey de la necesidad de contar con una gran flota para dominar la rebelión de los países americanos. Con el real consentimiento y bajo el más estricto secreto, se firma el acuerdo en 1817, sin que ministros (Vázquez de Figueroa lo era de Marina) y autoridades navales tengan conocimiento del pacto. La operación consistió en la compra de cinco navíos de línea y tres fragatas, bajo las siguientes condiciones:

Se entregará dicha escuadra completamente armada y equipada y en estado de poder hacer un  viaje de largo curso. Será provista de suficiente número de velas, de áncoras, de cables y otros utensilios necesarios, con inclusión de munición de guerra y demás objetos, precisos par el servicio de la artillería como también de provisiones de boca para cuatro meses.
La escuadra armada, equipada y con provisiones, municiones, etc., se evalúa en 13.600.000 rublos…
… S. M. Católica cede a S. M. Imperial la suma de 400.000 libras esterlinas concedidas por Inglaterra a título de indemnización por la abolición del tráfico de negros…
Los marineros rusos que hubieren conducido dicha escuadra a Cádiz, inmediatamente después serán embarcados en buques de transporte, que estarán preparados en dicho puerto `para restituir a aquellos a su patria. El flete de dichos buques y la manutención de los referidos marineros rusos serán de cuenta del Gobierno español…

   Los buques objeto de la compra eran 5 navíos de línea de 74 cañones, y tres fragatas:
Navíos: “Tres Obispos” (Velasco). “Äguila del Norte” (España). “Neptuno” (Fernando VII). “Dresde” (Alejandro I). “Lübeck” (Numancia). Fragatas: “Astrolabio”. “Mercurio”. “Patricio” (Reina María Isabel).
   La escuadra partió de Kromstadt el 27 de septiembre de 1817 y arribó a Cádiz 146 días después, una travesía que normalmente se realizaba entre 55 ó 60 días. Sin embargo, los barcos, apenas engolfados en el canal de la Mancha, comienzan a tener dificultades, especialmente en sus aparejos, lo que los obliga a refugiarse en puertos ingleses para las oportunas reparaciones que duraron cerca de dos meses. Otra muestra de las condiciones en que los buques se hicieron a la mar se evidencia en que el trayecto desde el puerto ruso a Londres duró 74 días.

  La presencia de la escuadra en la bahía gaditana, el 21 de febrero de 1818, alarmó a la ciudad y a su comandante Hidalgo de Cisneros que dispuso los medios de defensa ante el posible ataque de una flota desconocida, ignorante de que se trataba de navíos comprados por Su Majestad. La misma desagradable sorpresa recibió el Ministro de Marina, Vázquez de Figueroa. Sometidos a inspección en La Carraca, el diagnostico fue contundente y negativo: ni uno de los barcos estaba en condiciones de navegar, salvo si eran reparados a costes altísimos y prohibitivos, alrededor de 5 millones de reales de vellón, por lo que uno a uno fueron desguazados y sus cascos vendidos como chatarra. El Dresde (Alejandro I) se destinó al Perú, pero al cruzar el Ecuador tuvo que volver a Cádiz para ser desguazado en 1823. El Patricio (Reina María Isabel) fue apresado por los rebeldes chilenos en el Puerto de Talcahuano el 28 de octubre de 1818.  El propio zar comprendió la situación y trató de compensarla regalando a España la fragatas Ligera, Pronta y Viva. La Viva se hundió en La Habana, la Ligera en Santiago de Cuba en 1822, mientras que la Pronta, tras unos servicios costeros acabó en el desguace en 1820
   Los últimos diez años del reinado, de 1823 a 1833, han quedado grabados en la historia como La Década Ominosa, que para mantener su poder absoluto no duda en requerir la ayuda del ejército francés (los 100.000 hijos de San Luís) que al mando del marqués de Angulema invade España. ¿Qué más se puede decir de un país sumido en la más aflictiva situación que repugna a la memoria? Fernando VII muere el 29 de septiembre de 1833.



lunes, 3 de marzo de 2014

EL ALMIRANTE PAPACHÍN



Alberto Casas

            Una de las causas más disparatadas que originó una serie de conflictos navales de trágicas y costosas consecuencias, tanto en pérdidas y graves daños en los navíos enfrentados, como en el absurdo y dramático coste de miles de vidas humanas, no fue otra que el uso y abuso del poder y de la soberbia, exigiendo el poderoso pleitesía al más débil invocando reglas y normas que debían de ser de cortesía, reconocimiento y respeto, como era la inveterada, tradicional y antiquísima costumbre de saludarse en alta mar, o al entrar y salir de un puerto, bien con música y redobles de tambor y el grito repetido tres veces por la tripulación de ¡uh!, ¡uh!, ¡uh!, o el ¡hurra!, ¡hurra, ¡hurra! de las naves nórdicas, o, por ejemplo, el ¡ah!, ¡ah!, ¡ah! de las galeras venecianas. Este ceremonial público de caballerosidad ya es citado por Virgilio en la Eneida y Cervantes relata el embarque de don Quijote y Sancho en unas galeras, en Barcelona:

apenas llegaron a la marina, cuando todas las galeras abatieron tienda, y sonaron las chirimías; arrojaron luego el esquife al agua, cubierto de ricos tapetes y de almohadas de terciopelo carmesí, y en poniendo que puso los pies en él don Quijote, disparó la capitana el cañón de crujía, y las otras galeras hicieron lo mismo, y al subir don Quijote por la escala derecha, toda la chusma le saludó como es usanza cuando una persona principal entra en la galera, diciendo: ¡Hu, hu, hu! tres veces.

   Con la aparición de navíos expresamente construidos para misiones de guerra y provistos de una potente artillería en batería y capaces de liderar el dominio de los mares, algunas potencias marítimas, como manifestación de su poderío, comienzan a exigir que en alta mar se les rinda homenaje mediante el saludo correspondiente, consistente en el abatimiento de banderas y estandartes, arriar las gavias o amolar las velas (abrirlas hasta que el viento las hinche pero procurando que no flameen; con esta maniobra el navío pierde velocidad) y disparar una serie de salvas, siempre un número impar, ritual que una vez efectuado sería contestado por el navío reverenciado. El incumplimiento de esta regla injustificadamente impuesta por el más fuerte, se consideraba un agravio y justo motivo de casus belli.
   Esta falta de acatamiento, sumisión y docilidad dio lugar a un trágico incidente entre el almirante español Honorato Bonifacio Papachino, comúnmente llamado Papachín,  que en 1688 recibe la orden de dirigirse a Alicante, desde Nápoles de donde zarpa el 28 de mayo de dicho año, con dos naves de la flota de Flandes, el galeón Carlos III y la fragata San Jerónimo, y estando el 2 de Junio a la demora de Altea, se les acercaron por barlovento tres navíos franceses, al mando del Caballero de Tourville, que solicitó se le hicieran los honores que exigía le correspondían, privilegio que Papachino negó que tuviera y que por lo tanto no tenía obligación alguna de rendir saludo a la flota francesa, ni a otra nación, más que en régimen de reciprocidad, tal como el Reino de España lo tenía establecido con Francia, Inglaterra, Portugal, Polonia, Dinamarca, Suecia y los Estados Pontificios, máxime estando en aguas propias, en cuyo caso la cortesía incumbe al navío forastero.
   Con esta respuesta a la conminatoria demanda, los franceses trataron de abordar las naves españolas cañoneándolas, y tras haber sufrido unas 60 bajas, el San Jerónimo se rindió, mientras que Papachino, después de una heroica y desigual defensa ante fuerzas muy superiores, hubo de hacerlo forzosamente al haber perdido el palo mayor y el timón, impidiéndole maniobrar y contando ya con unos 120 hombres muertos, situación límite que le obligó a hacer el saludo, que no cortesía, que se le exigía; satisfecho, se dignó contestar Tourville desde su navío insignia Content.
   Efectuadas las reparaciones más indispensables, el Carlos III pudo navegar hasta Benidorm para su reparación y descarga de los efectos y documentos consignados a la Corte. El Rey aprobó sin reservas el proceder de Papachino, mientras al comandante de la San Jerónimo, Juan Amant Bli, se le sometió a Consejo de Guerra.
   Honorato Bonifacio Papachino nació en la isla de Cerdeña, y siendo muy joven se alistó como soldado en los Tercios de Mar, ascendiendo muy rápidamente en reconocimiento a sus acciones en misiones de guerra, en el Mediterráneo contra los berberiscos y los turcos, y en el estrecho de Gibraltar, al mando de 6 bajeles apresó un navío francés, a un argelino de 40 cañones, y un convoy holandés de 6 naves con pertrechos a un puerto francés. Asimismo destacó en la defensa del Peñón de Alhucemas; escoltó a los galeones de Indias e intervino eficazmente en la defensa de Barcelona. En 1664 fue nombrado Capitán de Mar y en 1667 se le concedió el título de Almirante ad honore por los muchos años que ha servido con diferentes plazas hasta la de Capitán y por los viajes, ocasiones y combates en que obró con valor y crédito de soldado y marinero.
   En 1679, el VI duque de Veragua, don Pedro Manuel Colón de Portugal y de la Cueva, ensalzando sus buenas condiciones de marinero y soldado, así como por la experiencia y valor con que ha servido tantos años y haber cumplido como bueno en las ocasiones de pelear que se han ofrecido, lo propone para Almirante de la flota de Flandes, compuesta por los galeones Carlos III y San Pedro Alcántara, la fragata San Jerónimo y el patache Castilla; en 1684 se le otorga un sobresueldo de 500 escudos y el titulo de Almirante Real; en 1694 es nombrado Jefe Superior de la Armada, retirándose del servicio activo en 1697, pasando sus últimos años en el Puerto de Santa María.

   Sin embargo, su fama proviene de negarse a cumplimentar le etiqueta impuesta por el rey francés Luis XIV, y que sólo la superioridad del enemigo lo hizo doblegar para evitar más muertes entre sus hombres, acción naval de bizarría y dignidad de la que nació el refrán: la escuadra de Papachin, un navío y un bergantín, expresando la inferioridad de una flota en combate.