Alberto Casas.
No debe
sorprendernos que se nombrara Patrón de las Españas al bueno aunque un tanto
impetuoso apóstol, que en cuanto oía lo de ¡Santiago y cierra España! montaba
en su caballo, que todavía no se sabe de qué color blanco era, y con un pedazo
de espada así de grande se plantaba en medio del campo de batalla cortando
cabezas de moros a diestro y siniestro, sin contar los que despanzurraba a
coces el albo rocín, lo que explica que se le conozca como Santiago
matamoros. En agradecimiento, los reyes cristianos inventaron lo del Voto de Santiago, mientras que el resto
de Europa, siguiendo el rastro de las estrellas, la Vía Láctea , a la que
también llaman “camino de Santiago”, senderaba las rutas jacobeas para
purificar sus cuerpos y sus corazones a los pies del sepulcro del discípulo del
Señor, descubierto sobre el año 800. Asimismo, se realizaban peregrinaciones
por mar, preferentemente desde los países del norte de Europa, de Inglaterra e
Irlanda, aunque la travesía no estaba exenta de riesgos como así lo pregonaba
una canción muy en boga de la época:
Navegando hacia
Santiago
renunciad a todo
halago.
Habéis de pasar mal
trago
en la mar.
En Sándwich o en
Winchelsea,
en Bristol o donde
sea,
todo el mundo se marea
al embarcar.

Si romeros eran los que acudían a Roma y palmeros los que iban a Jerusalén, sólo
se consideraban auténticos peregrinos
los que se dirigían a Compostela, tal como ya lo dice Dante Alighieri en su Vita Nuova: In modo stretto non s’intende pellegrino se non chi va verso la casa di
San Jacopi, o riede.
Cuando los
españoles emprendieron la gran aventura americana, se encontraron con la desagradable sorpresa de que la mayoría de los indios (las indias eran otra
cosa) no se dejaban conquistar así porque sí, de modo que para salir de apuros
no había más remedio que lanzar de nuevo el antiguo grito de guerra al que,
efectivamente y de inmediato, respondía el Hijo
del Trueno, como le puso el Señor, con la eficacia y contundencia
acostumbradas. Sin embargo, a veces los indios eran tantos que el Santo se veía
obligado a solicitar una ayudita del cielo, como nos lo cuenta fray Juan de
Torquemada: Si no fuera por lo que decían
los indios que la imagen de Nuestra Señora les echaba tierra en los ojos y que
un caballero muy grande, en un caballo blanco, con espada en la mano, peleaba
sin ser herido y su caballo con la boca, pies y manos hacía tanto mal como el
caballero con la espada. Bernal Díaz del Castillo también nos relata la
oportuna aparición de Santiago en la batalla de Zintla que acabó con la
clamorosa victoria de Hernán Cortés, justamente cuando estaba a punto de
convertirse en un desastre total; el cronista confiesa que él no vio, a lo mejor, dice, porque yo como pecador no
fuera digno de verlo.


El Año Santo
Jacobeo, con su indulgencia plenaria, fue promulgado por el Papa Calixto II en
1122, estableciendo su celebración cada vez que el 25 de julio caiga en
domingo.
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