EL APÓSTOL SANTIAGO EN AMÉRICA
A. Casas.

Cuando los españoles emprendieron la gran aventura americana, se encontraron con la desagradable sorpresa de que la mayoría de los indios (las indias eran otra cosa) no se dejaban conquistar así porque sí, de modo que para salir de apuros no había más remedio que lanzar de nuevo el antiguo grito de guerra al que, efectivamente y de inmediato, respondía el Hijo del Trueno, como le puso el Señor, con la eficacia y contundencia acostumbradas. Sin embargo, a veces los indios eran tantos que el Santo se veía obligado a solicitar una ayudita del cielo, como nos lo cuenta fray Juan de Torquemada: “Si no fuera por lo que decían los indios que la imagen de Nuestra Señora les echaba tierra en los ojos y que un caballero muy grande, en un caballo blanco, con espada en la mano, peleaba sin ser herido y su caballo con la boca, pies y manos hacía tanto mal como el caballero con la espada”. Bernal Díaz del Castillo también nos relata la oportuna aparición de Santiago en la batalla de Zintla que acabó con la clamorosa victoria de Hernán Cortés, justamente cuando estaba a punto de convertirse en un desastre total; el cronista confiesa que él no vio, “a lo mejor, dice, porque yo como pecador no fuera digno de verlo”.
Al apóstol debió gustarle mucho México, pues aprovechaba la mínima ocasión para hacer acto de presencia, y todavía lo hace, y esta debe ser la razón por la que en este maravilloso país más de ciento cincuenta, entre pueblos y ciudades, lleven su nombre y que la catedral se pusiera bajo su advocación. También anduvo cabalgando por las volcánicas tierras guatemaltecas echándole una mano a Pedro de Alvarado, Caballero de Santiago, y el emperador Carlos V, agradecido, mandó esculpir su ecuestre figura en el escudo de Managua. Con su corcel recorrió América de norte a sur, y en Perú, durante la insurrección de Manco Capac, puso en fuga a los incas que en proporción de mil a uno tenían cercada la ciudad de Cuzco. Varias son las capitales nacionales bautizadas con el nombre del Santo Patrón: Santiago de Chile, fundada por Pedro de Valdivia el 24 de febrero de 1541, en recuerdo de la terrible lucha contra los indómitos araucanos capitaneados por Caupolicán y Lautaro que tuvieron que huir “al ver venir sobre ellos a un cristiano en un caballo blanco, con la mano en la espada desenvainada”; Santiago de Quito (Ecuador), Santiago del León de Caracas (Venezuela), Santiago de Managua (Nicaragua), Santiago de Guatemala (Guatemala) y, en general, la devoción al apóstol se manifiesta profusamente en la toponimia de la América hispana: Santiago de Cuba, Santiago de la Vega (Jamaica), Santiago de las Coras (California), Santiago de Cali (Colombia), Santiago Mexquititlán (México), Santiago de Tucumá (Perú), Santiago de la Frontera (El Salvador), etc.
Asimismo, esta patronal devoción aparece en sus leyendas, tradiciones, festividades, danzas, arquitectura, pinturas, imágenes, algunas tan curiosas como la que se encuentra en el pueblo de Nagarote (Nicaragua), en la que el Santo se venera vestido con un flamante uniforme de general con sus doradas charreteras, cordones, gorra de plato, correaje de gala, bocamangas entorchadas, zapatos negros de charol y un sable auténtico; todos los 25 de julio lo sacan en solemne procesión montado en un caballo de verdad. Esta visión puede resultar algo chocante, pero quizás no represente otra cosa más que el símbolo de una fe sencilla y del patrocinio de un personaje vivo, actual, poderoso y siempre alerta para socorrernos en cuanto invoquemos su divina intercesión; El Año Santo Jacobeo, con su indulgencia plenaria, fue promulgado por el Papa Calixto II en 1296, estableciendo su celebración cada vez que el 25 de julio caiga en domingo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario