Alberto Casas.
A causa del traslado de la Corte a Madrid, Cervantes abandona
Valladolid y sigue al real cortejo instalándose en la nueva capital del Reino, donde continuamente
cambia de domicilio, hasta que en 1614 se muda a la calle Huertas, humilde choza mía (Viaje del Parnaso),
de renta muy barata de acuerdo con la exigua situación económica que atravesaba.
La cutre vivienda estaba situada frente a la del príncipe Muley Xeque, conocido
como el Principe Negro, sultán
de Marruecos que fue destituido por su primo Muley Meluc ayudado por los
piratas argelinos. En el convento de las Descalzas Reales se bautizó con el
nombre de Felipe de África, apadrinado por el príncipe Felipe (después Felipe
III) y la infanta Isabel Clara Eugenia, la hija preferida de Felipe II. Existen
indicios de que Cervantes, cuando actuaba como Comisario de la Armada Invencible , le
conoció en Sevilla, aunque de forma expresa haba de él y lo menciona en la Adjunta
de su Viaje del Parnaso:
A Miguel de Cervantes
Saavedra, en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solía vivir
el príncipe de Marruecos, en Madrid.
En 1616 gracias a la venta de unas obras literarias que le reportan
cerca de 300 maravedíes, puede alquilar una casa casi nueva en la calle León, propiedad
del escribano Gabriel Martínez, permitiéndole abandonar la anterior cuyas
insalubres condiciones afectaron a su salud, ya de por sí resentida, que le obligan
a espaciar sus paseos y limitarlos a recorrer la calle donde vive, aunque
procura no faltar a misa en el convento de las Trinitarias del que es capellán
su amigo el licenciado Francisco Martínez Marcilla, hermano de su arrendador. Sin
embargo su mente permanece lúcida y no deja de trabajar en su última novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda,
pero la fatiga le impide escribir todo lo que él quisiera. De vez en cuando
recibía ayuda económica de su protector el conde de Lemos, y es posible, no
seguro, que también del arzobispo Bernardo de Sandoval y Rojas. Sus dolores y
abatimiento se alivian en parte gracias a los ratos que pasa en la tertulia que
pomposamente es conocida como la
Academia de Madrid, en la que ya empieza a
destacar un jovencísimo poeta llamado Francisco de Quevedo, y también a la
compañía y charla con su mujer Catalina de Salazar, con el escribano Gabriel Martínez
y la visita de los hermanos de la Orden Tercera Franciscana que tratan de darle
consuelo y prepararlo para el viaje
final confiando en la misericordia divina. Cervantes pertenecía desde 1613 a la Venerable Orden
Tercera Seglar franciscana fundada por San Francisco de Asís, pero no profesó
hasta 1616, lo que le comprometía a una vida cristiana, austera y vestir el
hábito, aunque cubierto.
Pero su salud se agrava de tal forma que su mujer y amigos se alarman y
temen lo peor. El médico que le atiende recomienda un cambio de aires más puros
y conforme al diagnostico es trasladado a Esquivias, en Toledo, donde Catalina
de Salazar tiene casa y tierras, pero el cambio no surte los efectos deseados,
sino todo lo contrario, por lo que ante la evidencia retorna a la Villa y Corte.
No se puede olvidar que Cervantes pertenecía a una familia de galenos y
su propio padre lo ejercía a pesar de su sordera, por lo que empieza a asumir
la trascendencia de su enfermedad, percepción que manifiesta en su desgarrada
despedida en el citado Prólogo de Los
trabajos de Persiles y Sigismunda, el 19 de abril, a don Pedro Fernández de
Castro, conde de Lemos:
Puesto ya el pie en el
estribo,
Con las ansias de la muerte,
Gran señor, ésta te escribo.
Ayer me dieron la Extremaunción y hoy
escribo ésta… Y finaliza:
¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos;
que yo me voy muriendo, y deseando veros contentos en la otra vida!
El fatal desenlace, previa confesión por el clérigo Francisco Martínez,
se produjo el día 22 de abril, fecha de la que dan fe los escribanos, pero la
partida de defunción era expedida por la parroquia correspondiente el día del
sepelio, es decir, cuando recibía
sepultura, en este caso el día siguiente 23, registrada en la Parroquia de San
Sebastián, folio 270, situada en la calle Cantarranas. Los hermanos terciarios lo
llevaron a hombros con la cara y la
pierna derecha descubiertas. Dejó el mundo El Príncipe de los Ingenios, el héroe de
Lepanto, esclavo durante cinco años en los baños
de Argel, el hombre al que la
Corte no supo o no quiso reconocer sus servicios. Calumniado, injuriado, perseguido
por la Inquisición
que lo excomulgó y encarceló en Écija y en Castro del Río. Comisario para
proveer la Armada Real
fue mal pagado, estafado y encerrado en la Cárcel Real de Sevilla donde su genio vislumbró
al inmortal don Quijote. Se libró de
la epidemia de peste que asoló Sevilla, y denunciar las injusticias de la Justicia que en sus carnes
sufrió, sería y es el cuento de nunca
acabar.
Por faltar no le faltaron sinsabores familiares: la fama de sus hermanas
las Cervantas, los disgustos y desagradecimiento de su hija bastarda Isabel, y
las aceradas críticas, cuando no la traición del mundillo literario. Lope de
Vega, que da la sensación que no asimila el clamoroso éxito del Quijote, dijo que de los poetas ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan
necio que alabe a don Quijote. Más sorprendido debió quedar que el Soneto al túmulo de Felipe II en Sevilla escrito
por Cervantes, el pueblo lo recitara de memoria.
¡Voto a Dios que me
espanta esta grandeza,
Y que diera un doblón
por describilla!
Porque ¿ a quién no
sorprende y maravilla
Esta máquina insigne,
esta riqueza?
Por Jesucristo vivo,
cada pieza
Vale más de un millón,
y que es mancilla
Que esto no dure un
siglo, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en
ánimo y nobleza!
¡Apostaré que el ánima
del muerto,
Por gozar de este
sitio, hoy ha dejado
La gloria, donde
habita eternamente!
Esto oyó un valentón,
y dijo: es cierto
Lo que dice voacé,
seor soldado,
Y quien dijere lo
contrario ¡miente!
Y luego incontinente
Caló el chapeo,
adquirió la espada,
Miró al soslayo,
fuese, y no hubo nada
¿Qué enfermedad lo llevó a la
tumba?. Se habla mucho de hidropesía,
pero la prescripción no es de Cervantes, sino del estudiante que se lo
encuentra en el trayecto de Esquivias a Madrid (Prólogo al conde de Lemos). Las modernas investigaciones creen
factible que padecía malaria infectada en Italia, con las complicaciones que
agregaron las heridas de Lepanto, las penalidades de Argel, y por último la
vejez, que abrió las puertas para que todo se recrudeciera avanzando
inconteniblemente, produciendo una diabetes
militus y todas las secuelas que el mal genera. Fuera lo que fuera, Miguel
de Cervantes Saavedra, limpias las heridas del cuerpo y del alma, cabalga con
su sosias Alonso Quijano el Bueno por los campos de La Mancha empírea.