jueves, 16 de abril de 2015

FALLECIMIENTO DE CERVANTES



Alberto Casas.

A causa del traslado de la Corte a Madrid, Cervantes abandona Valladolid y sigue al real cortejo instalándose en la  nueva capital del Reino, donde continuamente cambia de domicilio, hasta que en 1614 se muda a la calle Huertas, humilde choza mía (Viaje del Parnaso), de renta muy barata de acuerdo con la exigua situación económica que atravesaba. La cutre vivienda estaba situada frente a la del príncipe Muley Xeque, conocido como el Principe Negro, sultán de Marruecos que fue destituido por su primo Muley Meluc ayudado por los piratas argelinos. En el convento de las Descalzas Reales se bautizó con el nombre de Felipe de África, apadrinado por el príncipe Felipe (después Felipe III) y la infanta Isabel Clara Eugenia, la hija preferida de Felipe II. Existen indicios de que Cervantes, cuando actuaba como Comisario de la Armada Invencible, le conoció en Sevilla, aunque de forma expresa haba de él y lo menciona en la Adjunta de su Viaje del Parnaso:

A Miguel de Cervantes Saavedra, en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solía vivir el príncipe de Marruecos, en Madrid.

  En 1616 gracias a la venta de unas obras literarias que le reportan cerca de 300 maravedíes, puede alquilar una casa casi nueva en la calle León, propiedad del escribano Gabriel Martínez, permitiéndole abandonar la anterior cuyas insalubres condiciones afectaron a su salud, ya de por sí resentida, que le obligan a espaciar sus paseos y limitarlos a recorrer la calle donde vive, aunque procura no faltar a misa en el convento de las Trinitarias del que es capellán su amigo el licenciado Francisco Martínez Marcilla, hermano de su arrendador. Sin embargo su mente permanece lúcida y no deja de trabajar en su última novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda, pero la fatiga le impide escribir todo lo que él quisiera. De vez en cuando recibía ayuda económica de su protector el conde de Lemos, y es posible, no seguro, que también del arzobispo Bernardo de Sandoval y Rojas. Sus dolores y abatimiento se alivian en parte gracias a los ratos que pasa en la tertulia que pomposamente es conocida como la Academia de Madrid, en la que ya empieza a destacar un jovencísimo poeta llamado Francisco de Quevedo, y también a la compañía y charla con su mujer Catalina de Salazar, con el escribano Gabriel Martínez y la visita de los hermanos de la Orden Tercera Franciscana que tratan de darle consuelo y  prepararlo para el viaje final confiando en la misericordia divina. Cervantes pertenecía desde 1613 a la Venerable Orden Tercera Seglar franciscana fundada por San Francisco de Asís, pero no profesó hasta 1616, lo que le comprometía a una vida cristiana, austera y vestir el hábito, aunque cubierto.

Pero su salud se agrava de tal forma que su mujer y amigos se alarman y temen lo peor. El médico que le atiende recomienda un cambio de aires más puros y conforme al diagnostico es trasladado a Esquivias, en Toledo, donde Catalina de Salazar tiene casa y tierras, pero el cambio no surte los efectos deseados, sino todo lo contrario, por lo que ante la evidencia retorna a la Villa y Corte.
   No se puede olvidar que Cervantes pertenecía a una familia de galenos y su propio padre lo ejercía a pesar de su sordera, por lo que empieza a asumir la trascendencia de su enfermedad, percepción que manifiesta en su desgarrada despedida en el citado Prólogo de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, el 19 de abril, a don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos:

            Puesto ya el pie en el estribo,
Con las ansias de la muerte,
Gran señor, ésta te escribo.
 
    Ayer me dieron la Extremaunción y hoy escribo ésta… Y finaliza:

¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros contentos en la otra vida!
  
   El fatal desenlace, previa confesión por el clérigo Francisco Martínez, se produjo el día 22 de abril, fecha de la que dan fe los escribanos, pero la partida de defunción era expedida por la parroquia correspondiente el día del sepelio, es decir, cuando recibía  sepultura, en este caso el día siguiente 23, registrada en la Parroquia de San Sebastián, folio 270, situada en la calle Cantarranas.  Los hermanos terciarios lo llevaron a hombros     con la cara y la pierna derecha descubiertas.                                                                                                                                                               Dejó el mundo El Príncipe de los Ingenios, el héroe de Lepanto, esclavo durante cinco años en los baños de Argel, el hombre al que la Corte no supo o no quiso reconocer sus  servicios. Calumniado, injuriado, perseguido por la Inquisición que lo excomulgó y encarceló en Écija y en Castro del Río. Comisario para proveer la Armada Real fue mal pagado, estafado y encerrado en la Cárcel Real de Sevilla donde su genio vislumbró al inmortal don Quijote. Se libró de la epidemia de peste que asoló Sevilla, y denunciar las injusticias de la Justicia que en sus carnes sufrió, sería y es el cuento de nunca acabar.
   Por faltar no le faltaron sinsabores familiares: la fama de sus hermanas las Cervantas, los disgustos y desagradecimiento de su hija bastarda Isabel, y las aceradas críticas, cuando no la traición del mundillo literario. Lope de Vega, que da la sensación que no asimila el clamoroso éxito del Quijote, dijo que de los poetas ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a don Quijote. Más sorprendido debió quedar que el Soneto al túmulo de Felipe II en Sevilla escrito por Cervantes, el pueblo lo recitara de memoria.

¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza,
Y que diera un doblón por describilla!
Porque ¿ a quién no sorprende y maravilla
Esta máquina insigne, esta riqueza?

Por Jesucristo vivo, cada pieza
Vale más de un millón, y que es mancilla
Que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y nobleza!

¡Apostaré que el ánima del muerto,
Por gozar de este sitio, hoy ha dejado
La gloria, donde habita eternamente!

Esto oyó un valentón, y dijo: es cierto
Lo que dice voacé, seor soldado,
Y quien dijere lo contrario ¡miente!

Y luego incontinente
Caló el chapeo, adquirió la espada,
Miró al soslayo, fuese, y no hubo nada

   ¿Qué enfermedad lo llevó a la tumba?. Se habla mucho de hidropesía, pero la prescripción no es de Cervantes, sino del estudiante que se lo encuentra en el trayecto de Esquivias a Madrid (Prólogo al conde de Lemos). Las modernas investigaciones creen factible que padecía malaria infectada en Italia, con las complicaciones que agregaron las heridas de Lepanto, las penalidades de Argel, y por último la vejez, que abrió las puertas para que todo se recrudeciera avanzando inconteniblemente, produciendo una diabetes militus y todas las secuelas que el mal genera. Fuera lo que fuera, Miguel de Cervantes Saavedra, limpias las heridas del cuerpo y del alma, cabalga con su sosias Alonso Quijano el Bueno por los campos de La Mancha empírea.