domingo, 8 de marzo de 2015

LA REBOTICA DEL DESCUBRIMEINTO



Alberto Casas.






            Miles de historias sobre el Descubrimiento y sus protagonistas nos han inundado, y continúan, aunque seguimos confundidos con tanta manipulación, invención y falseamiento de documentos, cartas, mapas y pleitos que tratan de enaltecer e incluso divinizar a unos y de satanizar y minusvalorar a otros. Historias mil, leyendas mil y mentiras mil, obviando puntos claves que velan interesadamente la verdad o parte de ella, empezando por el propio descubridor, Cristóbal Colón, que aún no sabemos si era genovés, gallego, portugués, mallorquín, de Savona, lombardo, de Cerdeña, judío, caballero templario, o pirata que acompañó a un almirante francés también llamado Coulón o Cazenave; o si era hijo de un rey, o de un príncipe, de un papa o de un tejedor; pero lo más sorprendente es que ni sus propios hijos sabían dónde había nacido su padre, como así lo confiesa don Hernando en la Historia del Almirante: más quiso que su patria y origen fuesen menos ciertos y conocidos. El apellido Colón lo había por todas partes; hasta en un pequeño pueblo, Puebla de Guzmán (Huelva), en esa época vivía una familia apellidada Colón.
    Se data la fecha de su llegada a España sobre 1485; entonces ¿desde cuándo su amistad con el ayamontino Rodrigo de Jerez, el primer fumador de la historia, con el clérigo Martín Sánchez o con el hacendado Juan Rodríguez Cabezudo? Sus cuñados viven en Huelva o en San Juan del Puerto, pero apenas si tiene comunicación con ellos, mientras que en Moguer Colón va a todas partes con el clérigo y con Cabezudo, en cuya casa se aloja y tiene la confianza necesaria para dejarle a ambos la custodia y guarda de su hijo Diego cuando zarpa de Palos el 3 de agosto; ¿Se deja un hijo ancá unos desconocidos? Martín Sánchez cree desde el principio en el proyecto de Colón y lo lleva al monasterio de Santa Clara de Moguer para presentarle a la abadesa doña Inés Enriquez, pariente del rey don Fernando e hija de don Fadrique Enriquez, Almirante de Castilla; sin duda la abadesa le favoreció lo suficiente para que en agradecimiento el descubridor prometiera, durante el fortísimo temporal que padeció la Niña (curiosamente su verdadero nombre era Santa Clara) el jueves 14 de febrero de 1493, ir en peregrinación al monasterio moguereño velando una noche y escuchar una misa.
   Es posible que la abadesa le diese cartas de recomendación para los duques de Medinaceli y de Medina Sidonia y, finalmente, lo pusiera en contacto con el poderoso Alonso de Quintanilla (se discute su ascendencia judía) que era la forma más directa de poder llegar hasta los reyes. Probablemente fue Quintanilla el que  convenció a la reina para que no autorizara a Medinaceli organizar una expedición a las Indias al mando de Colón, permiso que la soberana denegó porque tal empresa como aquella no era sino para reyes.
  El complicado embrollo que rodea la gestación del Descubrimiento se ha convertido en un vivero de hipótesis y elucubraciones, de verdades y media verdades, de falsificaciones y fantasías, así qué ¿es verosímil una trama para que Castilla se desentendiese del proyecto colombino y entonces recuperarlo los aragoneses, secretamente capitaneados por el mismísimo rey don Fernando y sus banqueros?; indicios abundan para sospechar de tal intención.
   Juan Rodríguez Cabezudo era judío converso, y como era de rigor, la Inquisición le clavó sus garras en 1495 teniendo en cuenta, más que su condición de marrano, su buena situación económica, imponiéndole a él y a su mujer, Leonor Márquez, una sustanciosa sanción monetaria de ocho millones de maravedíes para ser rehabilitados. Cuando Colón, dicen que desanimado, piensa abandonar España, fray Juan Pérez escribe a la reina pidiéndole audiencia, siendo el portador de la carta el piloto de Lepe Sebastián Rodríguez; la reina accede a recibirle dada la alta estimación que del franciscano tiene y de quien en repetidas ocasiones ha solicitado consejo (le pidió su opinión sobre el proyecto de expulsión de los judíos); y nuevamente aparece Cabezudo facilitándole a Colón una mula de su propiedad para que realice el viaje. En aquella época, disponer de esas bestias era un privilegio que sólo podía obtenerse por concesión real.
  Decretado el embargo de dos carabelas de Palos, surgió la dificultad de no encontrar tripulación, por lo que se pensó en embarcar presos con promesa de indulto si participaban en el viaje, pero el problema persistió al no haber gente de mar suficiente entre los reclusos y solamente tres pudieron ser enrolados: el palermo (natural de Palos de la Frontera) Bartolomé de Torres que había asesinado al pregonero de la villa Juan Martín, y a Juan de Moguer y Alonso de Clavijo que le habían ayudado a escapar de la cárcel. Finalmente, solucionaría la cuestión Martín Alonso Pinzón, aunque algunos, más tarde navegantes famosos, se excusaron, como Juan Bermúdez (el descubridor de las Bermudas), Pedro Ortiz (su mujer no le dejó ir), Gonzalo Alonso (dijo que estaba enfermo), Juan Rodríguez de Mafra (no se fiaba de Colón y además esta recién casado con Catalina Rodríguez), y otros.
   Personajes que intervinieron en otros ámbitos, pero no por ello menos importantes, son  el escribano de Moguer Alonso Pardo, que desde la orilla del río Tinto levantó acta de la partida de las tres naves sobre las cinco y media de la madrugada del 3 de agosto de 1492; y Antón Romero, dueño de una barca, que fue contratado para llevar a las naves provisiones y a los tripulantes que embarcaron el día 2, antes de ponerse el sol, y de él nos queda la información de que fue Martín Alonso Pinzón el que fijó el día y la hora en que debían zarpar las naves. Apenas si la Historia los recuerda, pero forman parte de ella.