martes, 18 de febrero de 2014

HUELVA EN LAS ISLAS GALÁPAGOS

Alberto Casas.
           
Vasco Núñez de Balboa, acompañado de su perro Leoncico (hijo del célebre Becerrillo que tenía paga de ballestero) y por un grupo de 66 españoles, entre los que iba Francisco Pizarro y varios de Huelva, como Pedro Martín de Palos, Juan de Beas, Juan García, Juan Gallego, y Pedro Fernández, de Aroche, entre otros, descubrió la Mar del Sur, que también fue llamada Lago Español, y Magallanes bautizó con el definitivo de Océano Pacifico. Del evento de Vasco Núñez de Balboa levanta la preceptiva acta el escribano Andrés de Valderrábano:
   Y en martes veinte e cinco de aquel año de mil e quinientos trece, a las diez horas del día, yendo el capitán Vasco Nuñez en la delantera de todos los que llevaba por un monte raso, vido desde encima de la cumbre dél, la Mar del Sur…
   El citado monte raso lo identifican con el actual Cerro Gigante. En la relación el escribano explica que el descubridor, metiéndose en el agua hasta las rodillas dio vivas a

Los muy altos e poderosos señores don Fernando e doña Juana, reyes de Castilla e de León, e de Aragón, etc., en cuyo nombre e por la corona real de Castilla tomo e aprehendo la posesión real e corporal e actualmente destos mares e tierras, e costas, e puertos, e islas australes…

   El acontecimiento, de suma trascendencia, suponía la posibilidad del descubrimiento de nuevas tierras, de la explotación de sus riquezas y el establecimiento de un puente marítimo con las islas de las Especierías en las Indias Orientales. Asimismo, abría rutas para la exploración de la costa occidental americana en la búsqueda de un paso que comunicara los dos océanos, labor en la que también destacaron marinos de Huelva, como Andrés Niño, Antón Martín y Alonso Quintero.
   Con la fundación de Panamá comienzan las expediciones marítimas del Pacifico, principalmente de las aguas que bañaban las costas al sur de la Castilla del Oro y que realizan navegantes, como el Adelantado Pascual de Andagoya y, especialmente, el moguereño Bartolomé Ruíz, uno de los 13 de la fama, el verdadero descubridor del Perú y el primero que llevó a Panamá noticias del fabuloso imperio de los Incas. Bartolomé Ruiz bojeó aquellas costas cartografiándolas, siendo el primero también que atravesó la línea equinoccial del Pacifico reconociendo el litoral norte del Arauco (Chile) y dando cuenta de la existencia de una poderosa corriente que hoy se llama de Humboldt, exploración que más tarde continuó y completó el también moguereño Juan Fernández Ladrillero, del que Andagoya dice en una carta que escribió a Carlos V que es el hombre de más verdad, ciencia y habilidad que había encontrado.

   La conquista del Perú originó una serie de conflictos entre pizarristas y almagristas sobre los límites de sus respectivas gobernaciones, enmarcadas en territorios tan amplios como poco conocidos, situación que decidió al Emperador a nombrar al obispo de Panamá, Tomás de Berlanga, para que arbitrara en tan enojosa cuestión. El obispo fracasó en la misión encomendada por la intransigencia tanto de Pizarro como de Almagro, pero ha pasado a la historia como el descubridor de las islas Galápagos, el 10 de marzo de 1535.
   Situadas en el Océano Pacífico y atravesadas por la línea del Ecuador, latitud 0º y longitud 90º oeste, el archipiélago, que también se llama de Colón, se halla a unas 600 millas del lugar más próximo de la costa occidental suramericana. Formado por diecinueva islas principales y más de 200 islotes e innumerables peñascos, se halla en un punto geográfico que constituye una auténtica encrucijada de corrientes y contracorrientes que hacen que su navegación, a vela, se convierta en una peligrosa aventura, tanto a la ida como a la vuelta, aunque todo indica que hasta ellas llegaran algunas expediciones precolombinas que no se asentaron por sus nulas condiciones de habitabilidad al carecer de agua potable, de tierras cultivables y de minas productivas, circunstancias a las que se añaden una intensa actividad volcánica y los accidentes meteorológicos que cubren las derrotas de ida y retorno.

   El obispo Berlanga remite al Emperador un detallado informe del descubrimiento, en el que explica como las naves se engolfaron arrastradas por los alisios del nordeste y la corriente surecuatorial, que puede alcanzar los 3 nudos de velocidad, hasta que divisaron las islas en las que recalaron con grandes dificultades. Al efectuar los correspondientes cálculos náuticos hallaron con sorpresa que se habían alejado de la costa unas 600 leguas. La vuelta hacia tierra firme constituyó un prodigio de pericia del piloto que maniobró hasta meterse en la corriente ecuatorial que corría hacia el este. Berlanga las describe como pobladas por lobos marinos e tortugas e galápagos tan grandes que llevaban cada uno un hombre encima, e muchas iguanas que son como sierpes.
   Sin embargo, este descubrimiento pasó casi desapercibido por las causas mencionadas, por lo que durante mucho tiempo sirvieron de refugio de piratas y de balleneros que fueron dando nombre a cada una de las islas, que enumeradas  de mayor a menor, según su extensión territorial:

Albermarle, Indefatigable, Narborough, James, Chatham, Charles, Bindloe, Hood, Abingdon, Baltra, Barrington, Duncan, Tower, Jervis, Mosquera, Wenman, Brattle, Bartolomé, Darwin.

   





El 12 de Abril de 1831 la República del Ecuador tomó posesión del archipiélago fundando la capital, Puerto Baquerizo Moreno, en la isla San Cristóbal, que es la que reúne las mejores condiciones para sostener una población y tiene buenos fondeaderos para los buques.
   El estudio de la fauna y flora de estas islas fueron determinantes en la elaboración de las teorías de Darwin, que las visitó en 1835 durante su periplo a bordo del Beagle, mandado por el capitán Fitz Roy..

   Con motivo del IV Centenario del Descubrimiento (1892), que se celebró en Huelva, el gobierno del Ecuador decidió y aprobó una nueva titulación de las islas Galápagos, homenajeando la gesta colombina, que desde entonces es la siguiente:

Isabela, Santa Cruz, Fernandina,  San Salvador/ Santiago, Cristóbal, Santa María, Marchena, Española, Pinta, Baltra, Santa Fe, Pinzón, Genovesa, Rábida, Seymour Norte, Wolf, Tortuga, Bartolomé, Darwin.   


   En 1981, la Unesco las declaró Patrimonio de la Humanidad.

jueves, 6 de febrero de 2014

DON JUAN DE BENAVIDES: BATALLA NAVAL DE MATANZAS





Alberto Casas.

La mal llamada Batalla Naval de Matanzas es uno de los episodios más triste y nefasto de la Historia marítima de España, no sólo por la trascendencia meramente bélica, o por las pérdidas humanas que las confrontaciones conllevan, o por el naufragio de naves, cañoneadas o incendiadas, o el mayor o menor valor del botín que cae en poder del vencedor, en  muchos casos piratas y corsarios; pero en esta aciaga ocasión, el descalabro significó algo mas además de que se sufrió sin luchar, sin apenas pérdidas de vidas que contar, pero sí de barcos abandonados y de las riquezas que transportaban; este tesoro fue el primero de las Indias, que ha caído en manos de enemigos y herejes (Solórzano Pereira)
   El orgullo, la moral y el prestigio de España quedaron deshonrados, y lo que es peor, ridiculizados, y así con amargura lo reconocía el rey, Felipe IV:

Os aseguro que siempre que hablo del desastre se me revuelve la sangre en las venas, no por la pérdida de la hacienda, que de ésa no me acuerdo, sino por lo de la reputación que perdimos los españoles en aquella infame retirada, causada de miedo y codicia,
  
   Y la autoría de esta humillación de repercusión nacional e internacional recayó en un hombre de rancio abolengo y de conducta intachable hasta entonces, con reconocidos servicios a su patria: Don Juan de Benavides y Bazán, nacido en Úbeda (Jaén), en fecha que la mayoría de los historiadores no determinan, pero que el historiador don Antonio Domínguez Ortiz (1909-2013) señaló la del 21 de febrero de 1572. De familia aristocrática, hijo de don Manuel de Benavides, primer marqués de Jabalquinto, y de doña Catalina de Rojas y Sotomayor, nieta del marqués de Denia. El desaparecido historiador sevillano nos revela una historia que se había procurado mantener en el más absoluto secreto para que ninguna mácula enturbiara tan ilustre linaje.
   Hijo del marqués de Jabalquinto y entroncado con la alta nobleza castellana, con los marqueses de Frómista, los condes de Santisteban del Puerto, con los Bazán, sobrino nieto de don Álvaro, marqués de Santa Cruz, Capitán General de la Mar Océana, martillo de piratas y corsarios, de ingleses, de franceses y portugueses en la jornada de las Terceras, en Lepanto, etc., Cervantes lo titula padre de los soldados, rayo de la guerra, venturoso y jamás vencido… pero la verdadera historia de Juan Benavides – según Domínguez Ortiz –  empieza por ser el fruto de los amores de su padre con una hidalga de Úbeda, que al no cumplir su amante la palabra de matrimonio se retiró al convento de Santa Clara de la ciudad. Su padre, don Manuel, se casó con doña Catalina de Rojas y Sandoval que en el árbol genealógico figura como la madre de Juan Benavides.    
   Criado como correspondía a un caballero de su alcurnia, muy joven embarcó en las galeras de Portugal como entretenido de su tío don Álvaro de Bazán Benavides, con 30 escudos mensuales de sueldo. Finalizada su instrucción náutica pasó a servir en la flota de Indias, cruzando el Atlántico unas trece veces, siendo nombrado Almirante en 1615, recibiendo el hábito de Santiago en 1619 y el título de General de las flotas en 1620. Como Almirante realizó tres viajes a las Indias: con Antonio Oquendo en 1613, con Martín de Vallecilla en 1615 y con Juan de Salas Valdés en 1617, mientras que como General hizo dos, en 1620 y 1623, y la última y trágica en 1628.
   Encargado de recoger la flota de la plata, el 22 de julio de 1627, zarpa de Cádiz. El primer contratiempo fue que la salida hubo de retrasarse por la tardanza de presentarse a bordo el arzobispo de México Francisco Mauro. Arribada la flota a su destino, Veracruz, el 16 de septiembre, se prepara el convoy, 5 navíos de guerra y 30 mercantes, que ha de llevar el valioso cargamento a España, zarpando el 21 de julio de 1628, pero la falta de viento los obliga a fondear en el canal de San Juan de Ulúa, levantándose de noche un recio temporal que hace varar la Capitana, bien por una mala maniobra del timonel (argumento de Benavides) o por estar sobrecargada, procediéndose a transbordar la plata a otros navíos, operación en la que naufraga la nave mercante la Larga, perdiéndose en los transbordos unos días hasta que, finalmente, se hacen de nuevo a la mar el 8 de agosto. Mientras tanto, a la caza de la flota de la plata navegaba la escuadra del holandés Piet Pieterszoon Heyn, marino avezado con una larga experiencia como corsario, apresado por navíos españoles en los que sirvió durante cuatro años encadenado al remo de las galeras. El Gobernador de Cuba, Lorenzo de Contreras, envía un patache para informar a Benavides de la proximidad de los navíos holandeses que logran meter una urca entre la flota española que desaparece sin ser molestada.

  Benavides ordena navegar cerca de la costa cubana donde espera encontrar protección, pero en la desapacible mañana del 8 de septiembre se encuentra con la flota de Piet Heyn encima, por lo que decide que las naves se adentren en la bahía de Matanzas y que desembarquen la plata en tierra ante la imposibilidad de hacer frente a 32 navíos con un potencial de 623 cañones y 3500 hombres frente a 175 cañones de bronce y 48 de hierro de las naves españolas. Se da la orden de abandono que rápidamente es obedecida, pero en desbandada, y el propio Benavides en una chalupa es el primero que llega al ingenio de don Diego Días Pimienta; únicamente el almirante Leoz hace un intento de defensa, pero ante la superioridad holandesa, opta por rendirse pero despojándose de su hábito de Santiago para no ser identificado.
   El almirante holandés, sin ser molestado dispuso de todo el tiempo que quiso para apoderarse de la plata y de las mercancías más valiosas (índigo, cochinilla y otras), de saquear y destruir varios navíos y apoderarse de los que estaban en mejores condiciones, llevando los magníficos trofeos a Holanda donde 9 de enero de 1929 es recibido como héroe nacional y se le premia nombrándole Teniente Almirante de la Armada. El tesoro que entrega, plata, navíos y mercancías se valora en 11.499,176 reales (4 millones de ducados o 6 millones de pesos).
   La noticia en España causa un efecto demoledor, que Matías de Novoa (1576-1652), ayudante de Felipe IV resumió de esta forma:

Atormentó al reino, hizo temblar a los hombres de negocios y confundió el caudal de todos, poniendo en suma congoja á los más, no tanto por la falta que el Tesoro hiciera, como por la afrenta con que se engrosaban los enemigos para acabarnos de destruir.

   En La Habana, Benavides tiene tiempo de reflexionar sobre lo sucedido, de la extrema gravedad de su comportamiento y de las consecuencias que le pueden acarrear. Sin convicción, pero apelando a la piedad del rey, le envía el siguiente informe:

Señor: Quisiera poderme escusar de dar cuenta a V.M. de la ínfelice suerte que le estava guardada a esta flota de mi cargo, y aver sido tan dichoso que con mi muerte la escriviera otro; pero ya que Dios no lo permitió por mis pecados, hago saber a V.M. que habiendo salido del puerto de San Juan de Ulua a ocho de agosto después de la arribada en que quedó desarbolada la Capitana que traía, y no aviendo visto aviso de España ni tenídole de ninguna parte, tardé treinta días en llegar a la costa de La Habana, la qual reconocí ocho de setiembre al amanecer, hallándome cerca del puerto de Matanças, y a la misma hora vino sobre mí una armada olandesa de 32 urcas, tan pujante como constará a V.M. de otras relaciones, y aunque era tanta la desigualdad de la mía, que sólo consistía en dos navíos de armada y dos de merchanta, fui siguiendo mi viaje dispuesto a morir en tan justa y forçosa demanda, hasta que instado de toda la gente de la nao para que escusase riesgo tan declarado en la plata de V.M. y particulares, con parecer de los que pudieron darle, acordé por salvarla meterme en el dicho puerto de Matanças, donde fui informado que podría entrar con seguridad, y con muy poco lugar que el enemigo diese, calmando el viento como de ordinario suele por las noches, echarla en tierra, o quando no, la gente, y quemar dichas naos, con que el tesoro quedaría en parte que con facilidad podría sacarse. Llegué a la vaía ya noche, aunque no lo parecía según la claridad de la luna, encallaron todas cuatro naos en una laja que tiene, embaraçándose de suerte que sólo pudimos valernos de las pieças de popa, aviéndole refrescado el viento al enemigo y acercándose tanto que me obligó a dar orden en dichas naos para que a toda priesa echasen la gente en tierra y se quemasen, y lo mismo fui ejecutando en la Capitana, començando por alguna infantería, que salió con el estandarte y vandera, con orden de sustentarse en el desembarcadero hasta estar todos en tierra, para que juntos guardásemos el puerto más cercano y a propósito que fuera posible para ofender al enemigo si desembarcase gente, que ayudados en la fragosidad de la tierra y del socorro que podíamos esperar de la gente della, no fuera dificultoso. Esta orden fue tan mal obedecida, que estando yo mismo disparando las pieças que se dispararon en la Capitana y subiendo los cartuchos para ellas, porque ya la gente de mar y artilleros me avían quedado muy pocos, vino el guardián Della en un bote dándome voznes para que fuese a tierra a hazer repara la gente que toda se iva huyendo el monte adentro, y a que volviesen las chalupas, que las ivan desamparando; y pareciéndome que podía acudir a uno y a otro, volviendo a las naos y trayendo las chalupas, salté en dicho bote, dexando prevenidos fuegos en la Capitana para quemarse con las demás barloadas; y aviendo llegado a tierra, ni hallé gente que detener ni quien volviese a las chalupas, ni la priesa con que el enemigo  abordó nuestras naos por la vanda de tierra dexándome aislado en ella, y las muchas valas que al mismo tiempo dispararon al desembarcadero diesen lugar a mi buelts, ni le hiziesen en mi cuerpo, aunque lo deseé, envidiando a los que cerca de mí cayeron  muertos y heridos.

    Felipe IV dio orden de detenerlo en cuanto llegara a España, como así se hizo, siendo su intención de ejecutarlo inmediatamente, pero suspendiendo la sentencia ante las suplicas de doña María, hermana de Benavides y dama de honor de la reina, sacando del rey la promesa de que respetaría la vida del reo mientras ella viviese, compromiso que indignó al Conde-Duque de Olivares. Don Juan fue internado en una oscura celda de la cárcel de Carmona, donde permaneció casi seis años en condiciones infrahumanas que le impulsaron a suicidarse, intento que falló a pesar de las heridas que se infligió con un cuchillo.
   Se encargó la instrucción del proceso al Licenciado don Juan de Solórzano Pereira, del Consejo de S. M. en el Real de las Indias, que lo acusó del crimen de prodición (traición o entrega) que no tiene excusa ni perdón cuando es cometido por los nobles, recordándole que en Francia los ahorcan en las horcas más altas, y que en 1627 fue degollado en Rotterdam el capitán Bagwyn por haber abandonado su navío a los galeones españoles sin oponer resistencia.
   Fue acusado también de llevar las naves embalumadas con pipas de vino, sacos de azúcar, muebles y equipajes que tapaban las portas y aspilleras de la artillería, estorbando las maniobras de la tripulación. En las naves iban pasajeros de más con sus criados, criadas, cocineros, sastres, barberos y otro personal de servicio, y el mismo Benavides llevaba 5 o 6 criados suyos, todo ello en merma del enrolamiento de marineros, soldados y sobre todo artilleros.
   El 5 de mayo de 1634 le fue comunicada su sentencia a muerte y así fue proclamada públicamente: Esta es la justicia que el Rey nuestro señor y sus Reales Consejos mandan hacer a este hombre por el descuido que tuvo en la pérdida de la flota de Nueva España, que tomó el enemigo el pasado año de 1628. ¡Quien tal hizo, que tal pague!.
   Fue trasladado a Sevilla un Benavides excesivamente envejecido (62 años). con el pelo cano, la barba hasta la cintura y el cabello largo cubriendo sus hombros, siendo ejecutado (degollado), el 18 de mayo de 1634 en el cadalso levantado en la plaza de San Francisco de Sevilla, corriendo con los gastos de las exequias y entierro el duque de Veragua.